El objetivo de la investigación es interpretar los discursos de las jornaleras agrícolas de Navolato y el Fuerte, Sinaloa, México sobre las estrategias de seguridad alimentaria que desarrollan y como estas contribuyen al desarrollo sostenible local. El proceso metodológico parte de un estudio cualitativo de tipo descriptivo-interpretativo utilizando un enfoque intercultural, como método la hermenéutica crítica y como técnica los grupos de discusión donde participaron 22 mujeres. Los resultados mostraron que las jornaleras agrícolas tejen comunidad al establecer una red de apoyo entre mujeres desarrollando estrategias de acceso-disponibilidad mediante acciones de intercambio, gestión y organización contribuyendo a garantizar la seguridad alimentaria y la sostenibilidad económica, ambiental y social de sus comunidades.
The objective of the research is to interpret the discourses of agricultural day laborers from Navolato and El Fuerte, Sinaloa, Mexico about the food security strategies they develop and how they contribute to local sustainable development. The methodological process is based on a qualitative study of a descriptive-interpretative type using an intercultural approach, critical hermeneutics as a method and discussion groups as a technique where 22 women participated. The results showed that the agricultural workers weave community by establishing a support network between women developing access-availability strategies through exchange, management and organization actions, contributing to guarantee food security and the economic, environmental and social sustainability of their communities.
- estrategias;
- seguridad alimentaria;
- desarrollo sostenible e interculturalidad.
- strategies;
- food security;
- sustainable development and interculturality.
Actualmente las mujeres se han convertido en pieza clave en los movimientos por los recursos naturales, la defensa y conservación de la tierra. Diversos organismos internacionales publican el papel que han llevado a cabo las mujeres históricamente en su relación con el ambiente que las rodea, el cual ahora se reconoce e incluye en el denominado desarrollo sostenible, y de cómo este paradigma depende de las mujeres (ONU; 2019). La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2012), desde hace una década, sostiene que las mujeres desempeñan un papel fundamental en la gestión, conservación, explotación y aprovechamiento de los recursos naturales como consumidoras y educadoras. Asimismo, las mujeres rurales siguen siendo las principales productoras agrícolas, por ello, son imprescindibles para sostener la seguridad alimentaria de los países. A pesar de que las mujeres son clave para el desarrollo económico y social de las comunidades, suelen enfrentar serias limitaciones para el acceso y control de los recursos naturales, además de ser las que en mayor desventaja se encuentran ante la inseguridad alimentaria, uno de los principales problemas en el mundo globalizado.
La seguridad alimentaria se presenta cuando las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades y sus preferencias, a fin de llevar una vida activa y sana (Mundo, Shamahlevy y Rivera-Domarco, 2013). Por el contrario, cuando existe un acceso nulo o incierto a los alimentos se ha definido como inseguridad alimentaria. Como muestra la definición anterior la seguridad alimentaria implica las dimensiones de acceso físico y económico lo que implica que exista disponibilidad a ellos, pero también conlleva el elemento de calidad es decir que lo que se consume sea saludable y este en las mejores condiciones de higiene para que no dañen la salud, es decir exista inocuidad.
De acuerdo con las últimas estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, 2019), en el mundo hay 820 millones de personas crónicamente subalimentadas; en México hay 4.8 millones de personas en inseguridad alimentaria y 3.7% de la población enfrenta inseguridad alimentaria severa. En el estado de Sinaloa en el 2020 según mediciones realizadas por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social el 22.1% de la población sinaloense tiene carencia alimentaria (CONEVAL, 2020). Las Naciones Unidas en 2018 en la agenda 2030 en el segundo de sus objetivos de desarrollo sostenible denominado hambre cero señala la importancia de poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria, la mejora de la nutrición y promover la agricultura sustentable (Naciones Unidas, 2018). Por tanto se busca desde estos paramentos que la seguridad alimentaria vaya acompañada del concepto de desarrollo sostenible el cual es definido como aquel desarrollo que satisface las necesidades presentes sin comprometer las opciones de las necesidades futuras (López-Ricalde, López-Hernández y Ancona, 2005), uniendo ambos elementos puede hablarse de una seguridad alimentaria sostenible es decir que las estrategias que se realicen para garantizar la alimentación vayan acompañadas de acciones que limiten los impactos ambientales negativos.
Por otra parte, la FAO (2020) señala que la inseguridad alimentaria en el mundo afecta en mayor medida a las mujeres que a los hombres. En 2019, la prevalencia de inseguridad alimentaria moderada o grave en América Latina fue del 32,4% en mujeres (76.2 millones) y del 25,7% en hombres (57. 1 millones), es decir, entre los afectados hay casi 20 millones más de mujeres que hombres. En este sentido la FAO (2019) menciona que los roles de género, la zona de residencia, el nivel de instrucción, el acceso a los servicios sociales, la situación de pobreza y el nivel de ingresos de los hogares determinan de manera significativa la diferencia en los niveles de inseguridad alimentaria entre hombres y mujeres.
Como mostraron los datos anteriores existen brechas marcadas de desigualdad de género, ya que a pesar de ser las principales actoras en la producción de alimentos diversos son las que se encuentran en mayor desventaja social ante la inseguridad alimentaria. Aún con esta serie de limitaciones las mujeres rurales siguen trabajando la tierra a la par de las actividades domésticas, tareas de cuidado de los hijos, enfermos y ancianos. Asimismo, la FAO (1995) establece que son las mujeres son las mayores productoras de alimentos en el mundo, culturalmente son las encargadas de la preparación de los alimentos y son actoras principales en el desarrollo de estrategias comunitarias para garantizar la subsistencia de la unidad familiar.
En el contexto mexicano históricamente se ha observado fuerte movilización de mujeres que salen de sus lugares de origen junto con sus familias para ir a trabajar en actividades agrícolas, siendo Sinaloa uno de los principales Estados receptores. En México según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE, 2019) hay 2.973.319 Jornaleros agrícolas, 89.6% hombres (2, 664,921) y 10.4% mujeres (308,398). En Sinaloa en 2019 había un total de 146,142 jornaleros agrícolas; 115,737 eran hombres y 30,405 mujeres. Cabe señalar que Sinaloa es uno de los Estados con mayor presencia de jornaleras agrícolas. Al respecto la ENOE (2019) señala que los estados con mayor presencia de mujeres son: Michoacán con 12.9%, Sonora 9.9%, Sinaloa 9.9% y Jalisco 9.6%.
En Sinaloa la mayoría de las actividades agrícolas son desarrolladas por los jornaleros siendo su mano de obra la principal fuerza de trabajo, contribuyendo fuertemente al desarrollo económico-social del Estado. En el contexto sinaloense se intensifica la presencia de las mujeres en los campos agrícolas llegando hablarse de una feminización del campo o la agricultura. Al respecto Gonzáles (2014) menciona que el concepto de feminización se ha utilizado justamente para dar cuenta del incremento de la participación femenina en la fuerza de trabajo, en cualquiera de los tres sectores de la actividad económica. En el caso de la agricultura, este aumento se puede deber a que las mujeres reemplazan a los hombres que emigran, o a que surgen nuevas formas de producción en las que se prefiere la mano de obra femenina, o a que se intensifica la producción agroindustrial, exigiendo más trabajadores y propiciando el aumento en la participación de las mujeres como jornaleras. Es necesario especificar que el hecho de que el sector agrícola haya sido reconocido como espacio masculino, no significa la ausencia de las mujeres en el mismo, más bien, han sido invisibilizadas y su trabajo ha sido desvalorizado (Tereso y Ortiz, 2023).
En este sentido las jornaleras agrícolas se han convertido en pieza clave del sustento de la agricultura, sin embargo, es reciente su reconocimiento como productoras y proveedoras de alimentos y la importancia que tienen en la contribución de la seguridad alimentaria como al desarrollo sostenible local. Debido a lo anterior es necesario resaltar la participación de las mujeres como proveedoras de productos alimenticios, en la conservación y aprovechamiento de los recursos naturales de manera sustentable, así como consumidoras y educadoras. Por tanto, este estudio pretende visibilizar dichas estrategias que tienden asegurar la alimentación del grupo familiar y cómo contribuyen estas jornaleras agrícolas de Sinaloa al desarrollo sostenible de sus comunidades, específicamente en Villa Juárez, Navolato y en Buenavista del Fuerte Sinaloa, México, dos lugares de relevancia en la agricultura comercial y tecnificada, que cuentan con diversos campos agrícolas y participación de mujeres. Las mujeres son las que han establecido o creado asentamientos cerca o alrededor de los campos agrícolas.
Abordaje teórico de mujeres y desarrollo: hacia una seguridad alimentaria sostenible
Analizar la importancia de las mujeres en la seguridad alimentaria sostenible implica por una parte la discusión teórica de mujer-desarrollo y los movimientos de desarrollo sostenible que reconocieron el papel que tienen las mujeres en la conservación y cuidado del medio ambiente. Cabe señalar que los modelos de desarrollo asistencialistas en los años 50 y 60 encasillaban a las mujeres solo en el rol reproductivo, pasivo y dependiente, a diferencia de los hombres considerados en el rol productivo, esto propició que surgieran movimientos sociales y colectivos que evidenciaron que estas habían quedado al margen del tercer mundo y que los modelos económicos no mejoraban sus condiciones de vida, por el contrario, las excluían.
Por tanto, en los años setenta León (1996) menciona que surge un enfoque denominado “planificación del desarrollo” que empieza a reconocer a las mujeres en el rol productivo como agentes económicos, sobre todo en la familia, donde cumplen funciones importantes en la economía informal y de subsistencia. Desde este enfoque se sitúa la estrategia Mujeres en el Desarrollo (MED), la cual para López (2014) toma a las mujeres como el centro del problema, considerándolas como entes productivos y que sus actividades a pesar de no ser reconocidas socialmente han contribuido al desarrollo económico. Asimismo, en 1979 en la promulgación de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer (CEDAW), advirtió que la participación de las mujeres debe ser fomentada en todos los niveles de la planificación del desarrollo (Armijo, Robledo y Castañeda, 2015, p. 7).
Lo anterior posibilitó para que en los años ochenta se desarrollara el enfoque de Género en el Desarrollo (GED), el cual para Moser (1995) buscaba incluir a hombres y mujeres de forma equitativa en la distribución del poder y visibilizar las contribuciones de las mujeres dentro y fuera del ámbito doméstico, y sean vistas como agentes de cambio y no como receptoras pasivas. Por consiguiente se dio paso para que se empezará a discutir sobre el ambientalismo desde el enfoque de género, al respecto Arellano (2003) comenta que este propone que la relación de la gente con el medio ambiente está estructurada por factores de género, clase, casta o raza, etcétera; además de otros atributos de orden económico como la producción, reproducción y distribución, de tal manera que la división social del trabajo, propiedad y poder determinan los conocimientos basados en esa experiencia.
A la par, en los años ochenta empieza a tomar fuerza el paradigma del desarrollo sostenible, quedando plasmado en el documento “Nuestro Futuro Común” o “Informe Brundtland”. En este sentido Boada y Toledo (2003), señalan que este documento advertía que la humanidad debía cambiar las modalidades de vida y de interacción comercial, si no deseaba el advenimiento de una era con niveles de sufrimiento humano y degradación ecológica inaceptables. Por consiguiente, López-Ricalde, López-Hernández y Ancona (2005) mencionan que fue hasta 1987, que el concepto de desarrollo sostenible se convirtió en una aspiración internacional, ya que en este informe se aborda no agotar, ni desperdiciar los recursos naturales, y tampoco lesionar el medio ambiente, ni a los seres humanos. Lo anterior no pretende la no utilización de recursos, sino un uso coherente de los mismos.
Esta coherencia consiste en compatibilizar el progreso económico con las necesidades sociales y medioambientales que configuran el bienestar de los ciudadanos.
Los enfoques anteriores de mujer y desarrollo como la inclusión de la perspectiva de género en los movimientos ambientalistas dieron paso para que se reconociera por primera vez la importancia de las mujeres en el desarrollo sostenible. Precisamente Verdiales (2022) señala que fue en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, Brasil en 1992 en donde se manifestó que las mujeres desempeñan un papel fundamental en la ordenación del medio ambiente y el desarrollo. Las mujeres rurales son las principales productoras agrícolas y son pieza clave para garantizar la seguridad alimentaria, además realizan el trabajo no remunerado de autoconsumo especialmente la recolección de leña y el acarreo de agua. Es, por tanto, imprescindible contar con su plena participación para lograr tal propósito.
En este sentido se visibilizó que no solo se debe integrar a las mujeres al desarrollo sino transformar las relaciones sociales y de género y empoderarlas. Hablar de mujer y desarrollo sostenible desde un enfoque de género implica entender que si bien las mujeres contribuyen al desarrollo económico y social fungiendo como consumidoras y educadoras para la preservación y control de los recursos naturales aún existen problemas que enfrentan relacionados por su condición de género que limitan su participación plena. Actualmente se reconoce que los objetivos de desarrollo sostenible deben contemplar la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres e incluirlas como actoras claves en los procesos de desarrollo y en las consultas, diseños e implementación de políticas sociales sobre todo en las destinadas a la seguridad alimentaria (CEPAL, 2012).
Uno de los enfoques actuales para situar a las mujeres como protagonistas del desarrollo es la feminización de la agricultura, esta tendencia para Lastarria-Cornhiel (2008) muestra como el trabajo de las mujeres en la agricultura se ha tornado más visible. Al mismo tiempo, las mujeres han ampliado y profundizado su participación en la producción agrícola debido, entre otros factores, a que cada vez con mayor frecuencia está recayendo sobre sus hombros la responsabilidad del sustento familiar. Asimismo, su intervención se ha incrementado debido a las oportunidades económicas que se les presentan en la agricultura comercial. Las mujeres ahora se hacen cargo de parte importante de las tareas agrícolas que antes solo desarrollaban los hombres como la preparación del terreno y cultivos comerciales.
Precisamente este enfoque permite abordar la participación de las mujeres en la seguridad alimentaria sostenible, ya que ayuda a explicar cómo en las zonas rurales las mujeres juegan un papel importante como productoras agrícolas, recolectoras de alimentos, de plantas medicinales, de leña; encargadas del acarreo de agua y protectoras de los recursos genéticos (Campillo, 1994). Por ello las mujeres son conocedoras del ambiente, así como usuarias y administradoras. La seguridad alimentaria es una situación donde todas las personas tienen, en todo momento, acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfacen sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana (Yaschine, Ochoa y Hernández, 2014). Esto implica que implica que los alimentos deban ser culturalmente aceptables, económicamente justos, asequibles, nutricionalmente adecuados, inocuos y saludables, procurando un equilibrio entre la integridad y manejo de los agroecosistemas tradicionales y el bienestar social. Para Salcedo (2005) la seguridad alimentaria debe de contemplar la inocuidad de los alimentos en la calidad, esto implica la seguridad/ inseguridad de tener alimentos o de que nuestra salud no corra riesgos en el consumo.
La seguridad alimentaria desde la sostenibilidad implica que los procesos naturales se realicen de manera progresiva y constructiva sin llegar a un punto de colapso, esto implica garantizar según la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 2018) la seguridad alimentaria y la nutrición para todos, de forma que no comprometan las bases económicas, sociales y ambientales para las futuras generaciones. Con base a lo anterior, las mujeres en el desarrollo de estrategias de seguridad alimentaria sostenibles son cuidadosas de la biodiversidad y del manejo de los agroecosistemas, así como del bienestar humano y la equidad social. Precisamente Salles (1991) asegura que en el contexto rural las familias realizan actividades y estrategias productivas respondiendo tanto a las necesidades familiares para el autoconsumo como para la comercialización. En este sentido son las mujeres las que llevan un rol protagónico en estos procesos contribuyendo al mantenimiento y reproducción de la unidad doméstica garantizando la seguridad alimentaria de las familias.
Sin embargo, en este camino no están solas generalmente las mujeres son apoyadas por otras mujeres para contribuir a la seguridad alimentaria de sus localidades. En este sentido Montero (2003) considera la red como una estructura social en la que los individuos encuentran protección y apoyo que les permite la satisfacción de necesidades gracias al soporte ofrecido en el contacto con el otro. La red es un patrón de intercambio de recursos que se dan entre individuos de manera directa o indirecta mediante la comunicación e interacción estableciendo relaciones de confianza y reciprocidad. De esta forma las mujeres de manera colaborativa con otras mujeres desarrollan distintas estrategias de seguridad alimentaria que les garantice la subsistencia. Las estrategias rurales son definidas por Lehauller y Rendón (1983) como el conjunto de labores realizadas por la unidad doméstica campesina para contrarrestar su posición ventajosa frente al mercado y permitir su supervivencia. En este sentido se puede precisar que existen 3 tipos de estrategias: 1) las que producen servicios para autoconsumo; 2) las que producen bienes y servicios vendidos en el mercado; y 3) las que implican venta de fuerza de trabajo fuera del predio. En el caso de las estrategias que desarrollan las mujeres son de autoconsumo para el acceso y disponibilidad de la seguridad alimentaria y venta de productos que ellas mismas siembran en sus localidades.
Metodología
El posicionamiento metodológico de este trabajo es de corte cualitativo, descriptivo-interpretativo, utilizando a la hermenéutica crítica desde un enfoque intercultural para rescatar los discursos de las mujeres sobre las estrategias comunitarias que emplean para buscar la seguridad alimentaria. La hermenéutica desde Habermas (1987) busca comprender el objeto de interpretación a través de la acción comunicativa, centrada en los discursos, códigos lingüísticos y entendimiento subjetivo, lo que permite entender el sentido que le dan a sus acciones utilizando el lenguaje como dispositivo de conocimiento. Se emplea la observación participante desde Merriam (1988), para identificar la descripción de los entornos, participantes, interacciones, comunicación no verbal y discursos. Asimismo, se trabajó en acción reflexión participativa en grupos de discusión intercultural, sobre tópicos donde ellas puedan expresarse libremente con la intención de comprender sus discursos y el sentido que dan a sus acciones. El enfoque intercultural permitió la posibilidad del diálogo desde una relación horizontal entre el investigador y las sujetas participantes de ambas localidades de trabajo. Esta condición favorece la integración, convivencia, legitimidad, simetría, equidad e igualdad. Desde este posicionamiento se permite la construcción de condiciones de estar, ser, pensar, sentir y vivir distintos, volver a la comunidad desde el trabajo cooperativo de manera ética con los valores de solidaridad y justicia.
Las fases de entrada al campo estuvo directamente relacionadas con los objetivos específicos, por lo que éstas consisten en: 1) establecer contacto con las mujeres jornaleras agrícolas al interior de sus comunidades 2) sesiones de trabajo para implementar grupos de discusión sobre las estrategias y acciones de seguridad alimentaria, donde puedan comentar como gestionan y se organizan para lograr el consumo 3) que ellas participen activamente en cómo sus acciones contribuyen o no al desarrollo sostenible y si aún conservan sus saberes tradicionales.
Para la selección de la muestra cualitativa se buscó dos comunidades que tuvieran participación de trabajadoras agrícolas. Cabe señalar que ambas localidades fueron fundadas por jornaleros agrícolas que se asentaron en esos espacios porque quedaban cerca de los lugares de trabajo. Se identificó a las mujeres a través de la técnica de bola de nieve, por lo que una informante llevo a otra. Dentro de los criterios de selección se tomó en cuenta que fueran jornaleras agrícolas activas, que desearan participar en la investigación y que estuvieran realizando actividades en beneficio de su comunidad. Se encontró que existían redes de mujeres jornaleras activas en las comunidades que realizaban diversas actividades en sus horarios libres, esas redes estaban integradas por 11 mujeres en cada localidad. Por lo tanto, se trabajó con 22 mujeres de campos agrícolas de Navolato (Villa Juárez) y El Fuerte (Buenavista) Sinaloa, todas trabajan de manera eventual y tienen laborando desde los 10-27 años en los campos agrícolas lo cual les permite movilizarse en distintos campos, la mayoría de las mujeres tienen de 2 a 5 hijos e hijas, con las cuales se trabajó en dos grupos de discusión: 11 mujeres de Villa Juarez Navolato Sinaloa y 11 Mujeres de El Fuerte Sinaloa. Para el análisis y discusión de resultados se utilizó el análisis crítico del discurso el cual, para Franquesa (2002), considera tanto el lenguaje escrito como el hablado como una forma de práctica social que analiza las relaciones entre textos, interacciones y contextos. Asimismo, el análisis crítico asume una relación dialéctica entre las prácticas discursivas particulares y los ámbitos de acción específica (situaciones, marcos institucionales y las estructuras sociales). Este análisis permitió hacer un proceso de etiquetamiento, desegregación y reagregación, el cual es impulsado por una tarea de interpretación que deber ser altamente reflexiva para evaluar de manera constante diferencias y semejanzas; debe esmerarse para encontrar sesgos valorativos con el fin de construir matrices de sentido que articulen las distintas variedades discursivas.
Código | Edad | Lugar de Trabajo | Lugar de Procedencia |
---|---|---|---|
J.A.1 | 59 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Veracruz |
J.A.2 | 30 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.3 | 20 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.4 | 31 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.S | 47 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Guanajuato |
J.A.6 | 35 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Guerrero |
J.A.7 | 22 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Baja California Norte |
J.A.S | 43 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Oaxaca |
J.A.9 | 35 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Guerrero |
J.A.10 | 38 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Guerrero |
J.A.11 | 31 | Villa Juárez, Navolato, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.12 | 30 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.13 | 55 | El Fuerte, Sinaloa | Durango |
J.A.14 | 54 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.15 | 47 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.16 | 38 | El Fuerte, Sinaloa | Durango |
J.A.17 | 52 | El Fuerte, Sinaloa | Chihuahua |
J.A.18 | 37 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.19 | 67 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.20 | 52 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.21 | 59 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa |
J.A.22 | 36 | El Fuerte, Sinaloa | Sinaloa (familia que proviene de Durango) |
Fuente. Elaboración propia, 2023.
Estrategias de seguridad alimentaria: principales contribuciones al desarrollo sostenible de jornaleras agrícolas
Las estrategias de seguridad alimentaria si bien permiten la sobrevivencia de las mujeres y sus familias también las posicionan como actoras activas dentro sus comunidades, existiendo entre ellas lazos de cooperación y solidaridad, sin embargo, existen características entre las mismas mujeres que las posicionan en situación desventajosa entre unas y otras. Estas particularidades están relacionadas con categorías como la edad, su estado civil, número de hijos y sus lugares de procedencia. Estas características sin duda determinan el nivel de participación en las comunidades y sus contribuciones a la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible, así como las formas de acceso y disponibilidad de los alimentos. Precisamente a continuación se mencionarán las estrategias de seguridad alimentaria que desarrollan las mujeres las cuales están situadas desde las dimensiones de acceso y disponibilidad y como en ellas existe o no acciones de sostenibilidad.
A) Estrategias de seguridad alimentaria de autoconsumo: acceso y disponibilidad
Las formas en cómo las mujeres jornaleras acceden y disponen de los alimentos está relacionada con sus trayectorias de vida. La mayoría de estas mujeres han expresado que el cuidar la tierra y cosechar a formado parte de su historia, es decir desde pequeñas han transitado este camino ya que es sus discursos muestran que trabajar en los campos agrícolas ha sido lo que han sabido hacer desde que tienen memoria:
Desde muy pequeña iba a los campos agrícolas acompañando a mis papás, desde muy chica empecé a aprender a trabajar la tierra, después por necesidad económica y mantener a mis hijos salí de mi pueblo, vinieron unos contratistas y varios salimos de allá y nos venimos a Sinaloa a trabajar y es que es lo que sabemos hacer y aparte me gusta el trabajo del campo, me emociona saber que tengo que ir a trabajar, ponerme mi ropa, mis pantalones abajo de mis camisas largas para no quemarme del sol (suspira), cubrirme la cara, si me viera no me conociera (ríe) uno se transforma, es todo un ritual (J.A.1).
Uhhh, desde que tengo memoria trabajo aquí en los campos he sido recolectora, regadora, controladora de plagas hasta empacadora, mi vida es esto, yo creo que hasta que muera o de plano me enferme o deje de poder, aunque ya estoy vieja (hace una pausa) ya batallo para algunas cosas (ríe). No es la misma que cuando estaba joven en cualquier campo me contrataban ahora medio la piensan porque ya rindo menos, pero el trabajo en los arándanos es menos pesado que cuando trabajaba recolectando tomate, chile o maíz en otros campos, eso sí necesito trabajar sino no como, soy viuda y mis hijos ya hicieron sus vidas, por eso desde temprano me levanto, desde las cuatro hacer comida, mi lonche, medio limpiar la casa porque ya llegó a las cuatro, se me va todo el día, además para alcanzar el camión que me lleva al campo y con la incertidumbre de saber si viene lleno y no me sube (J.A.19).
Las jornaleras agrícolas en sus discursos expresan cómo el trabajo del campo forma parte de su memoria histórica y de sus raíces. La mayoría en sus lugares de orígenes a eso se dedicaban, pero por falta de oportunidades y el hecho de no tener un empleo estable que representará estabilidad económica para ellas y sus familias tuvieron que salir de sus espacios. Dicha trayectoria ha hecho que ganen experiencia y construyan saberes que las colocan como actoras necesarias en los campos agrícolas desarrollando diversas actividades. Sin embargo, dicha experiencia se ve obstaculizada cuando llegan a una edad adulta pues los reclutadores o contratistas dudan que puedan producir de la misma manera que una mujer joven posicionándolas en una situación desventajosa frente a las otras.
El trabajo del campo representa su principal actividad económica y la estrategia que les permite acceder a recursos para el consumo de alimentos. Cabe señalar que la mayoría de estas mujeres tienen una organización al interior de sus hogares que la han replicado por años, señalan que antes de ingresar al trabajo ya han desarrollado tareas domésticas y de cuidados en sus hogares.
Antes de irme al trabajo tengo que preparar los uniformes de mis hijos, dejarles el desayuno listo, medio limpiar la casa, dejar descongelando los alimentos que necesitaré para hacer la comida al regreso, un sinfín de cosas, a también pedirle a mi vecina que lleve al niño más pequeño a la escuela. Es un trabajo muy agotador más que estoy sola, mi esposo se fue al otro lado y si bien me manda dinero pues me dejo sola con todo, aunque estoy descansado de él (ríe) y eso también me permite hacer otras cosas como reunirme con las mujeres (J.A.12).
Cuando voy al campo agrícola ya dejé el desayuno para mis hijos que van a la escuela y el más pequeñito me lo llevo al campo, entre todas las mujeres me ayudan a cuidarlo, así lo hacemos siempre (J.A.2).
Las expresiones revelan cómo las mujeres tienen que organizar sus tiempos para poder conciliar las diversas actividades que desarrollan en el ámbito público y privado. Como mostraron los discursos la falta de alternativas de cuidados hace que tengan que llevarse al campo a los hijos. Desde este posicionamiento Linardelli (2018) señala que las trabajadoras cocinan, amamantan y cuidan de sus hijos mientras cosechan, desojan, podan, seleccionan frutos, aran la tierra o conducen el riego. Por tanto, las mujeres presentan emociones encontradas por una parte se sienten cansadas y agotadas por sus múltiples ocupaciones, pero también motivadas de participar en sus comunidades y tener trabajo en el campo agrícola.
El acceso y disponibilidad de los alimentos está determinado por el elemento geográfico, el cual se hace presente cuando señalan que el hecho de estar viviendo en un Estado como Sinaloa hace que, aunque en ocasiones no cuenten con recursos económicos tienen certidumbre que van a comer por los diversos campos agrícolas que existen para laborar:
Si bien a veces no tenemos para comer porque está todo muy caro y lo que gana uno en los campos no es tanto, el hecho de vivir aquí en esta tierra (refiriéndose a Sinaloa) nos hace sentirnos tranquilas porque sabemos que podemos movernos a diversos campos (J.A.11).
Es cierto que por el carácter temporal no puedo tener prestaciones sociales, pero no importa porque si tuviera un contrato que cumplir no pudiera acomodar mis tiempos como lo hago y hacer otras cosas como cuidar a mis hijos por las tardes o ciertos días no acudir al campo (J.A. 16).
Los discursos de las jornaleras develan como el factor económico sigue siendo el principal elemento impulsor para trabajar en los campos agrícolas, sin embargo, el vivir en un lugar como Sinaloa les da certidumbre alimentaria. Las mujeres señalan que tienen un trabajo temporal y si bien es desventajoso en el sentido que el trabajo puede acabar pronto y no cuentan con prestaciones sociales, a su vez presenta cierta ventaja pues pueden moverse libremente a diversos campos y acomodarse a trabajar los días que ellas quieren, lo que les facilita atender otras actividades en el hogar, reflejándose una flexibilidad laboral. El trabajo les ha permitido que dichas prácticas que han aprendido en los campos agrícolas puedan trasladarlas a sus comunidades y representan estrategias de autoconsumo familiar y comunitario que les permita la sobrevivencia, algunas tienen huertos familiares o agricultura de traspatio. Incluso señalan que por mucho tiempo también tuvieron ganado en sus lugares de recepción, pero los despojos y violencias en el caso de las mujeres de El Fuerte fueron factores que influyeron para que esta actividad ya no fuera posible.
Tengo sembrado mango, chile, calabaza, aguacate, toronjas, tomate, guayaba, naranjitas y siempre estoy procurando cuidar mis matitas (refiriéndose a sus plantas) regándolas y abonándolas con la composta que hacemos con las mismas hojas de los árboles. Además, mis cultivos sirven para comer nosotros (familia) y para poder intercambiarla con otras mujeres que también tienen pequeños huertos, me dan cebolla, maíz cuando hay siembra, y yo les doy a veces tomates o chiles, entre todas nos ayudamos. Antes tenía vacas y cochis (cerdos) pero nos los quitaron ami y a varios vecinos, nos despojaron de nuestros animales de forma violenta. Los vándalos querían tener el control total de todo y no nos dejaron prosperar (J.A. 14). Aquí en mi patio tengo chile, tomate y árboles frutales, pero también tengo albahaca, ruda, hierba santa y epazote, para hacerme tecitos cuando me enferme de dolor de panza, cabeza o estómago, pero en ocasiones se me secan porque está fallando el servicio del agua, a veces no llega y tenemos que usar agua de la gente que tiene pozos o prevenir guardándola en tambos para cuando el agua no llegue al pueblo (J.A.5).
Las mujeres señalan como los huertos familiares o agricultura de traspatio se vuelve una estrategia que complementa su alimentación accediendo y disponiendo de manera rápida a los alimentos. Los productos obtenidos de los huertos también son intercambiados como trueque por otros alimentos, de esta forma las mujeres de la comunidad se apoyan entre sí. En esta arista también puede observarse como aún siguen prevaleciendo los saberes populares por el uso medicinal de algunas plantas. Desde este posicionamiento Cruz (2006) menciona que los huertos familiares coadyuvan a la seguridad alimentaria, al ingreso familiar y son de importancia económica, social y cultural, por lo que es importante su manejo y preservación.
Los productos alimenticios o de condimento que se obtienen de los huertos familiares satisfacen en muchas partes del mundo las necesidades básicas de la familia. Asimismo, la diversidad vegetal de estos sistemas provee de otros beneficios, como son plantas medicinales, condimentos, plantas ceremoniales y ornamentales, plantas rituales, productos para venta en los mercados locales, alimento para animales domésticos, combustible (leña), materiales para la construcción, cercos de protección y dormitorios para aves. Por otra parte, Lara, Caso, Aliphat y Ramirez (2013) señala que los huertos representan una estrategia productiva lo cual implica un amplio conocimiento de las especies y del ambiente en el que se desarrollan. Todas las especies aprovechadas son una fuente de alimentos y de ingresos monetarios que circula en la economía campesina local, sobre todo por el manejo de especies definidas con propósitos comerciales que los hace muy productivos.
Las mujeres se visualizan como protectoras y cuidadoras de esos cultivos, realizando acciones para el cuidado de la tierra elaborando composta con las hojas de los árboles que servirá de abono para las plantas y usando algunos pozos artesanales para acceder al agua ya que este recurso es limitado algunas veces y no contar con ella representa un riesgo alimentario. Desde este posicionamiento se observa cómo las mujeres se colocan como señala Arellano (2003) como conocedoras, usuarias y consumidoras de los recursos naturales, así como sujetos de experiencia y creatividad en el trabajo comunitario, y por lo tanto en su carácter de propositoras de mecanismos que conducen a la sustentabilidad.
Estos alimentos producidos en sus espacios son preciosos bienes que usarán para comercializarlos en los tianguis o mercados. En el caso de las mujeres de El Fuerte puede observarse como ofrecen afuera de sus casas la venta de mangos y las mujeres de Navolato cómo se organizan entre ellas para ir a vender los domingos al tianguis de la comunidad.
Llevamos a vender cilantro, chiles, acelgas, tomates al tianguis y en ocasiones conserva de calabaza y papaya, otras llevan pan que ellas elaboran en hornos que tienen en sus hogares, hacemos de todo con el fin de llevar ingresos extras a nuestros hogares, aunque en ocasiones nos gastamos lo obtenido en el mismo tianguis comprando otros alimentos o ropa para nuestros hijos pues venden ropa de segunda. Las mujeres nos organizamos y tratamos de llevar verduras frescas y limpias para que la gente sienta confianza de lo que vendemos (J.A.6).
Las mujeres de la comunidad contribuyen al ingreso familiar evidenciando cómo esta participación las convierte en productoras económicas. Desde esta arista Lastarria-Cornhiel (2008) menciona que la capacidad de las mujeres de generar y controlar ingresos, ya sean derivados de salarios o de la producción agrícola, puede contribuir a su empoderamiento además de mejorar el bienestar de la familia. Por otra parte siguen reproduciendo prácticas artesanales como la conservación de alimentos, en este sentido Yong, Calves, González, Permuny y Pavón (2017), señalan que este proceso tiene enormes ventajas, tanto para las familias en sus casas como para las pequeñas y medianas producciones en centros artesanales, sobre todo cuando se emplean procedimientos naturales, sencillos, de escasos recursos y bajos insumos y contribuye a la seguridad alimentaria como un desenvolvimiento de la agroindustria local. Por consiguiente, dichas estrategias de acceso y disponibilidad van acompañadas de acciones de inocuidad alimentaria pues cuidan que los productos que venden u ofrecen estén en óptimas condiciones para el consumo e incluso en sus cultivos combaten las plagas para evitar la pérdida de sus cosechas.
Las acciones anteriores no serían posibles sin la red de apoyo mutuo que han generado las jornaleras agrícolas en sus comunidades, la cual les ha permitido movilizarse y coordinarse en la comunidad buscando el bien común y el desarrollo local sostenible. Precisamente Muñoz (2021) menciona que las mujeres rurales han visto lo importante de reunirse con otras mujeres, pues es el espacio donde confluyen, la identificación a razón de género y de las vivencias en comunes que las atraviesan. Es un lugar donde por medio de la escucha, la empatía y la sororidad se generan nuevos cambios profundos en su cotidianidad.
Por otra parte, esa red consolidada que tienen les ha permitido realizar otras acciones para mejora de sus comunidades como gestionar obras públicas, pero también acceder a programas sociales de gobierno.
Conseguimos entrar a un programa donde nos dieron semillas para sembrarlas en nuestro patio, nos quisieron capacitar sobre el tema de huertos familiares y desarrollo de habilidades para sembrar, pero nosotros terminamos capacitándolos a ellos, por la experiencia que tenemos en el trabajo agrícola (ríe), después se llevaron a unas compañeras a unas colonias aquí cercanas para que les ayudarán a ellos en las capacitaciones (J.A. 10).
El gobierno estuvo implementando un programa, pero no recuerdo el nombre, pero era de estufas ecológicas para que no hubiera tanto humo y contaminara pues, eran ahorradoras de leñas, y si las usamos un tiempo, pero después ya no vinieron los del programa y no se dio seguimiento porque muchas teníamos dudas sobre el funcionamiento. Pero si nos interesaba porque muchas toda la vida hemos cocinado en hornillas porque el gas es muy caro y algunas están enfermas de los pulmones (J.A.21).
Los programas sociales a los que han accedido son para garantizar la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible, por lo que han sabido dialogar y participar con distintos actores de gobierno para la mejora de sus comunidades. Lo anterior muestra cómo las mujeres siguen siendo las principales implementadoras de los programas sociales pues generan estrategias para la mejora del desarrollo comunitario que beneficia la calidad de vida de los habitantes. Debido a lo anterior se puede esquematizar las distintas estrategias de la siguiente manera:
Les permite contar con productos para el consumo familiar pero también para realizar trueque e intercambio de frutas y verduras con otras mujeres contribuyendo a la alimentación de las familias. Las mujeres han participado en programas sociales donde han gestionado semillas y otros servicios para lograr el consumo, a su vez, desarrollan estrategias de venta de bienes y servicios, ya que lo que producen lo ponen a la venta en sus localidades y en los tianguis comunitarios. Otro trabajo que realizan es la venta de conserva de alimentos como la papaya y calabaza. Estas distintas estrategias van acompañadas de acciones de sostenibilidad pues para el cuidado de las frutas y verduras que tienen sembrado en sus huertos realizan composta que sirve de abono, realizan el riesgo utilizando pozos artesanales y inocuidad alimentaria mediante la erradicación de plagas. Todas estas distintas estrategias las hacen de manera colectiva con otras mujeres tejiendo comunidad y contribuyendo al ingreso familiar.
Asimismo, impulsan la sostenibilidad social ya que favorecen el bienestar y la cohesión buscando siempre la integridad cultural y la participación, estas acciones van acompañadas del cuidado y respeto de los recursos naturales aun cuando estos son limitados. Al respecto Muñoz (2021) señala que las mujeres rurales se han posicionado en relación con el cambio climático, el cuidado del patrimonio ambiental, defensa del territorio frente a políticas extractivistas. Sus estrategias han sido recobrar la importancia de los saberes ancestrales, la protección e intercambio de semillas, la producción alrededor de lo agroecológico. Por todo lo anterior se puede precisar que las mujeres desempeñan un papel protagónico en sus comunidades contribuyendo a la sostenibilidad económica, social y ambiental.
Conclusiones
De manera sintética se puede precisar que la participación de las mujeres en la seguridad alimentaria se ha convertido en una fuente principal para el desarrollo económico-social de sus localidades, ya que en el caso de las participantes de este estudio contribuyen a los ingresos familiares. Las distintas estrategias que implementan de acceso-disponibilidad como tener huertos familiares o realizar agricultura de traspatio, el trueque e intercambio de productos para la subsistencia familiar, la venta de bienes y productos en los mercados e incluso la venta de su fuerza de trabajo fuera de sus espacios y el tejer comunidad en esa red de apoyo entre mujeres si bien pueden ser consideradas como acciones de sobrevivencia también las posicionan como productoras económicas y generadoras del bienestar social de las familias. Las jornaleras agrícolas de las comunidades de estudio han sabido poner en práctica las habilidades y destrezas aprendidas en el campo, así como la experiencia de vida que han tenido con el trabajo en la tierra para llevarlas a sus hogares y comunidades. Las distintas estrategias las coloca como las actoras protagónicas de sus localidades.
Las estrategias de seguridad alimentaria que desarrollan las cuales están caracterizadas por el rescate de los saberes populares y las técnicas artesanales en el uso de los cultivos las convierte en conocedoras de la riqueza cultural. El papel que desempeñan como conocedoras, usuarias y consumidoras de los recursos naturales hace que sean sujetas de experiencia e innovación en el trabajo comunitario y que sus acciones contribuyan al desarrollo sostenible local. Sin embargo, a pesar de este rol tan importante en la seguridad alimentaria y el desarrollo sostenible siguen siendo las mujeres rurales las únicas responsables de las tareas domésticas y de cuidados (hijos, enfermos y ancianos) existiendo una sobrecarga de trabajo que dificulta su participación en las estrategias de seguridad alimentaria.
La existencia de políticas y programas es necesaria para reducir la carga laboral doméstica de las mujeres, es decir la liberación de tiempos para la realización de actividades generadoras de ingresos que les permita no solo mejorar el bienestar de sus familias sino también de su autocuidado y, que también sean considerados nuevos y mejores incentivos para las mujeres para que puedan promover a la adopción de insumos necesarios para el desarrollo de proyectos productivos en las comunidades dirigidos a mejorar la seguridad alimentaria.
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