Este trabajo explora el proceso mediante el cual Venezuela, a pesar de haber revitalizado la meta-narrativa de unidad ‘Nuestramericana’ a principios del siglo XXI, se ha convertido en el epicentro de la crisis del regionalismo latinoamericano. Para ello, se estudia la política integracionista del gobierno de Hugo Chávez (1999-2013), especialmente el uso de la petro-diplomacia como herramienta geopolítica para obtener apoyo político y ampliar la influencia ideológica del proyecto bolivariano en la región. Posteriormente, se analiza la crisis venezolana y las dimensiones geopolíticas de su internacionalización durante el régimen de Nicolas Maduro (de 2013 a la actualidad). Se argumenta que la integración regional enfrenta un escenario de fragmentación política y polarización ideológica como resultado de las distintas posiciones de los gobiernos regionales frente a la situación que enfrenta el país sudamericano.
This paper explores the process whereby Venezuela, despite having revitalized the meta-narrative of ‘Nuestramerican’ unity at the beginning of the 21st century, has become the epicenter of the crisis of Latin American regionalism. To this end, the integrationist policy of the government of Hugo Chávez (1999-2013) is studied, especially the use of petro-diplomacy as a geopolitical tool to obtain political support and expand the ideological influence of the Bolivarian project in the region. Subsequently, the Venezuelan crisis and the geopolitical dimensions of its internationalization during Nicolas Maduro’s regime (2013 to present) are analyzed. It is argued that regional integration faces a scenario of political fragmentation and ideological polarization as a result of the different positions of regional governments regarding the situation faced by the South American country.
- Venezuela;
- Integración regional;
- Crisis;
- Geopolítica;
- Internacionalización.
- Venezuela;
- Regional Integration;
- Crisis;
- Geopolitics;
- Internationalization.
Introducción
En la actualidad, Venezuela atraviesa una crisis multidimensional (nacional, regional y mundial) y multifacética (social, política y económica) que representa el mayor conflicto interno con repercusiones internacionales al que se ha enfrentado el regionalismo latinoamericano en los últimos años (Bacaria, 2019). Sin embargo, antes de entrar en crisis, Venezuela se auto impulsó como líder regional con la capacidad de influir y encabezar iniciativas de integración regional (Preciado y Uc, 2014). Durante el gobierno de Hugo Chávez (1999-2013), la promoción de la integración de América Latina y el Caribe fue un pilar clave de la política exterior venezolana (Briceño-Ruiz, 2022).
Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez tras su fallecimiento en 2013, ha intentado darle continuidad a la política exterior integracionista de su predecesor. Sin embargo, el contexto político y geopolítico no es el mismo; por un lado, el debilitamiento de las instituciones democráticas venezolanas repercutió en la imagen del país frente a los países de la región y del Sur global, mientras que, por otro lado, la caída en los precios del petróleo limitó el margen de maniobra de la petro-diplomacia venezolana y, por ende, de la cooperación SurSur (Briceño-Ruiz, 2022). El ascenso y declive en las capacidades nacionales de Venezuela puede observarse de forma numérica mediante una herramienta de análisis cuantitativo, como es el Índice de Poder Mundial (IPMi (Morales, 2019) (véase Gráfica 1).
Nota. La gráfica refleja el ascenso en las capacidades nacionales de Venezuela durante el gobierno de Hugo Chávez (1999-2013), sobre todo entre los años de 2004 y 2009. Asimismo, se puede observar una disminución del poder venezolano a partir del 2010, causado en gran parte por la crisis financiera global, pero sin una recuperación en los años siguientes. A partir de 2013, tras la llegada al poder de Nicolás Maduro, la gráfica muestra una tendencia a la baja, al menos hasta el 2017, sin haber más datos disponibles después de ese año. Elaboración propia con datos del Database WPI, por Daniel Morales Ruvalcaba (2019), recuperado el 11 de octubre de 2022 de https://www.worldpowerindex.com/data-wpi/
Ante este panorama, cabe preguntarse, ¿qué factores internos y externos influyeron en la metamorfosis venezolana de país impulsor de la integración de América Latina y el Caribe a epicentro de la crisis del regionalismo latinoamericano? La hipótesis de este trabajo es que Venezuela, a pesar de haber revitalizado la meta-narrativa de unidad ‘Nuestramericana’ a principios del siglo XXI, se ha convertido en la principal causa de fractura regional debido a la internacionalización de sus múltiples crisis (económica, política y social). A tal efecto, esta investigación busca analizar el papel de Venezuela en el regionalismo latinoamericano antes y después de la crisis para comprender el proceso mediante el cual el país bolivariano paso de ser un Estado impulsor de la integración latinoamericana a convertirse en su principal obstáculo.
Para ello, se utiliza una metodología cualitativa de tipo descriptivo con un diseño de investigación transversal que abarca el gobierno de Hugo Chávez (1999-2013), el primer periodo presidencial de Nicolás Maduro (2013-2019), y el gobierno ‘paralelo’ de Nicolás Maduro y Juan Guaidó (2019-actualidad). En cuanto a las dimensiones geográficas del presente estudio, el trabajo se centra en América Latina y el Caribe, aunque por cuestiones argumentativas se mencionan países como Estados Unidos y otros actores extrarregionales. Para la elaboración del trabajo se llevó a cabo una consulta de la literatura especializada reciente sobre las complejas dimensiones geográficas y multinivel de la crisis por la que atraviesa Venezuela. Asimismo, se llevó a cabo un análisis documental de fuentes primarias para realizar una exploración empírica que permita comprobar o refutar la hipótesis planteada.
La argumentación se divide en cuatro partes que obedecen un orden cronológico. La primera parte, que abarca el periodo de 1999 a 2013, aborda la política de integración regional del gobierno de Hugo Chávez y la petro-diplomacia como herramienta geopolítica para ampliar la influencia de Venezuela en el subcontinente americano. Esto con el objetivo de ilustrar el liderazgo venezolano en materia de integración regional, particularmente con la creación de Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). La segunda parte, que abarca de 2013 a 2016, estudia las claves políticas, económicas y sociales que produjeron la crisis multifacética venezolana durante los primeros años del gobierno de Nicolás Maduro. Se sostiene que Venezuela representa la máxima expresión de una transformación general que atraviesa América Latina como resultado del ascenso y crisis de dos modelos socioeconómicos contrapuestos (Calderón y Castells, 2019).
En tercer lugar, bajo la premisa de que las dimensiones de la situación venezolana han cambiado y crecido desde sus orígenes económicos y políticos internos (Legler, 2019), se analizan las dimensiones geopolíticas de la internacionalización de la crisis venezolana, haciendo especial énfasis en la dimensión regional y en la creación del Grupo de Lima. Finalmente, en la última parte del trabajo, se realiza una exploración empírica de la actual fractura regional reflejada en la polémica participación de Venezuela en la IV Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2021 y en la desarticulada respuesta de los gobiernos progresistas frente a la exclusión del régimen de Maduro en la IX Cumbre de las Américas en 2022. El trabajo termina con algunas conclusiones.
Política integracionista y petro-diplomacia: la estrategia geopolítica de Venezuela durante el gobierno de Chávez
La llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1999 modificó sustancialmente la política interna y externa del país sudamericano (Briceño-Ruiz, 2022). A nivel doméstico, el primer acto de Chávez como presidente fue ordenar un referéndum para convocar una Asamblea Constituyente, lo cual permitió aprobar la llamada Constitución Bolivariana que establecería la base institucional existente en Venezuela. Asimismo, la transformación social emprendida a nivel interno por el mandatario venezolano tenía la intención de ser replicada en la escena internacional. Los Estados revolucionarios, como señala Briceño (2015), plantean realizar a escala global las transformaciones políticas y económicas llevadas a cabo en el ámbito nacional. En este sentido, las reformas (geo)políticas y geo(económicas) de la llamada ‘Revolución Bolivariana’ obedecían una lógica interméstica, haciendo del proyecto bolivariano un asunto profunda e inseparablemente tanto doméstico como internacional (Manning, 1977). Un ejemplo de esto fue que la propuesta de democracia participativa impulsada por el gobierno de Chávez fuera adoptada en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) como una alternativa a la tradicional democracia representativa (Briceño 2015).
Entre las grandes transformaciones del proyecto bolivariano, la política de integración regional experimentó cambios significativos con respecto a gobiernos anteriores.ii El gobierno de Chávez introdujo una interpretación holística de la integración para que esta no se limitara solo al aspecto económico-comercial, sino que también contemplara la integración política, cultural y social de América Latina y el Caribe (Martínez, 2011). La dimensión política de la integración defendida por Chávez implicaba “convertir a la integración en un mecanismo para trasformar el orden unipolar, desarrollar una práctica anti-imperialista, y por lo tanto, provocar una ruptura con orden del sistema internacional vigente” (Briceño, 2015, p. 174).
En este sentido, invocando el sueño bolivariano y la política de identidad trasnacional basada en la meta-narrativa de solidaridad “Nuestramericana” (Wajner y Roniger, 2019), el interés del gobierno de Chávez estaba puesto en la consolidación e instrumentación de una identidad común latinoamericana como mecanismo para la búsqueda de oportunidades de crecimiento y desarrollo, y la transformación del mundo para que éste fuera cada vez más multipolar y antiimperialista. Bajo esta lógica, con el apoyo del gobierno cubano, Venezuela lideraría una nueva organización regional, el ALBA, que reflejaría el doble eje antimperialista (Tulchin, 2016) y pan-latinoamericano de la política integracionista venezolana (Dodson y Dorraj, 2008).
A tal efecto, el ALBA se constituyó como un modelo de integración social, política y económica de América Latina y el Caribe con el objetivo central de preservar la autonomía e identidad regional, luchar contra la pobreza y la exclusión social, y lograr la integración energética, comunicacional y militar de la región (Martínez, 2011). En estos términos, el ALBA, creada oficialmente en 2004, se propuso como una plataforma de integración alternativa, post-hegemónica y latinoamericanista dirigida a contrarrestar la influencia de Estados Unidos y el neopanamericanismo multilateralista (Rocha, 2012) representado por el Área del Libre Comercio de las Américas (ALCA). Por tanto, la Alianza Bolivariana se convierte en un nuevo eje de la integración regional latinoamericana que busca diferenciarse de las experiencias del denominado regionalismo abierto de la década de 1990 (Briceño, 2015).
El ALBA, a pesar de no tener un impacto significativo en el crecimiento de la economía venezolana, ni en la diversificación de sus exportaciones, representó un claro ejemplo de la capacidad de Venezuela para influir y encabezar iniciativas de integración regional (Preciado y Uc, 2014). Pese a ello, cabe destacar que los ingresos provenientes del petróleo venezolano jugaron un papel importante en la creación y mantenimiento del bloque regional, ya que Venezuela se convirtió en su principal soporte financiero (Martínez, 2011). Al respecto, Briceño (2015) sostiene que subordinar el ALBA a una especie de rentismo internacional por parte de Venezuela sería una de las mayores debilidades del esquema regional. De acuerdo con Morales (2019) las enormes ganancias petroleras de Venezuela, especialmente en su momento de auge entre 2003 y 2008, se convirtieron en un incentivo adicional para firmar acuerdos con el gobierno chavista y formar parte de las iniciativas bolivarianas de cooperación.
Con los beneficios de un rápido aumento del precio del crudo, Chávez se acercó a los países de la región con la promesa de un petróleo accesible y un proyecto bolivariano para construir una América Latina más justa y autónoma (Tulchin, 2016). En este tenor, el petróleo venezolano, además de representar su principal fuente de ingresos, también desempeñó el papel de herramienta geopolítica (Preciado y Uc, 2014) mediante la cual Venezuela podía posicionarse como una potencia regional emergente. Petrocaribe, un mecanismo institucional para vender petróleo a precios especiales, es un claro ejemplo de la utilización de la petro-diplomacia para obtener apoyo político más allá de las fronteras nacionales, ampliar la influencia ideológica de Venezuela hacia los países vecinos, y generar una resonancia discursiva del proyecto bolivariano a escala regional (Wajner y Roniger, 2019).
Al respecto, Briceño-Ruiz (2022) sostiene que la petro-diplomacia o diplomacia del petróleo fue la herramienta central para implementar el llamado soft balancingiii o equilibrio blando. En este sentido, la creación del ALBA bajo el liderazgo venezolano constituye un ejemplo de soft balancing en el cual un grupo de Estados periféricos que percibía a Estados Unidos como una amenaza creó un acuerdo regional alternativo que excluía a la hegemonía estadounidense y sus pretensiones panamericanistas (Levick y Schulz, 2020). Briceño-Ruiz (2022) señala que el soft balancing de la petro-diplomacia venezolana tenía dos dimensiones: 1) la global, cuyo propósito era restablecer la influencia de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP); y 2) la regional, mediante la cual Venezuela envió petróleo a precios preferenciales a Centroamérica y al Caribe, pagó bonos de deuda externa de Argentina y Ecuador, invirtió en una refinería de petróleo en Brasil y en el sector del gas en Bolivia, e incrementó su comercio con Cuba (Morales, 2019).
Sin embargo, la política de integración regional y la petro-diplomacia del gobierno de Hugo Chávez se basaron en dos premisas que eventualmente revelarían su fragilidad: 1) que la demanda global de petróleo continuaría creciendo; y 2) que los precios de los hidrocarburos se mantendrían elevados (Calderón y Castells, 2019). La ralentización del crecimiento chino durante el primer lustro de la década de 2010 produjo una caída en los precios de los commodities y las economías de la región, dependientes de las exportaciones del sector extractivo, mostraron su vulnerabilidad ante las fluctuaciones de la economía global (Calderón y Castells, 2019). Ante este contexto, Nicolás Maduro, elegido presidente de Venezuela en 2013, heredó un país con una situación económica y social deteriorada después de casi una década de grandes mejoras (Mori, 2020). Anderson (2019) apunta que, si bien la economía del país colapsó al caer el precio de los hidrocarburos, la corrupción y la mala administración empeoraron las cosas. En el siguiente apartado se estudian las claves del colapso económico y la crisis sociopolítica que enfrentó Venezuela durante los primeros años del gobierno de Nicolás Maduro (2013-2016).
Claves sociales, políticas y económicas de la crisis venezolana
Cuando el precio del petróleo se desplomó en 2014, Nicolás Maduro, tras un año en el cargo, descubrió que las pretensiones internacionales del ALBA y de Petrocaribe eran imposibles de sostener (Tulchin, 2016). La economía había entrado en recesión, la inflación se había disparado hasta el 60% y la caída del precio del petróleo había recortado profundamente los recursos públicos y las importaciones (Mori, 2020); Venezuela enfrentaba las consecuencias de perder su principal ingreso y el acceso a los mercados de crédito internacionales, lo que dejó al país con un endeudamiento excesivo (Naím y Toro, 2019).
Ante esta caótica situación, surgen algunas interrogantes: ¿la caída del precio del crudo es la principal causa del colapso económico de Venezuela?, ¿el chavismo y su modelo de desarrollo llevaron a Venezuela hacia una crisis inevitable desde su ascenso al poder a finales de la década de 1990?, ¿la crisis en Venezuela es la máxima expresión de la crisis que enfrenta la región en su conjunto? Solo a través del estudio holístico de las claves de la crisis que enfrenta el país sudamericano se puede intentar dar respuesta a estas preguntas.
La discusión académica en torno a la situación que enfrenta Venezuela suele centrarse en factores como el chavismo, el modelo de desarrollo o la debilidad institucional y la fragilidad democrática. Calderón y Castells (2019), en cambio, desde un enfoque regional, sugieren que América Latina ha experimentado un proceso de transformación como resultado de tres crisis conectadas: 1) la crisis del neoliberalismo que agudizó las desigualdades; 2) la crisis del neodesarrollismo que exacerbó el estatismo y la corrupción; y 3) la crisis de legitimidad política e institucional como resultado del fracaso de ambos modelos de desarrollo. Partiendo de esta premisa, se puede inferir que Venezuela es la máxima expresión de una transformación general que atraviesa la región, acentuada en el país sudamericano tanto por sus estructuras socioeconómicas, como por su cultura política y su relación con el sistema global.
Naim y Toro (2019, p. 25), en lo que podría considerarse una referencia a la crisis del neoliberalismo que llevó a Hugo Chávez a la presidencia, sostienen que, “aunque la crisis antecede al ascenso de Chávez al poder, cualquier intento de explicarla remite inexorablemente al legado chavista y a la influencia de Cuba”. Es decir, si bien en 1999 casi la mitad de la población venezolana vivía en la pobreza (Mori, 2020), el chavismo, en su calidad de proyecto político y régimen, es considerado el responsable de la situación crítica que enfrenta el país en la actualidad. Mori (2020), haciendo un balance del gobierno de Chávez señala que, a pesar de que sus últimos años fueron duros para la economía, su lucha contra la pobreza y por la inclusión de los segmentos más marginados y desfavorecidos fue exitosa al comienzo de su gestión. Mori (2020) atribuye a estas mejoras el apoyo popular que siguen teniendo Maduro en particular y el chavismo en general.
Por otro lado, en lo relativo a la crisis del neodesarrollismo, Gratius y Puente (2019) señalan que la causa principal de la crisis económica de Venezuela no fue la caída en los precios de los hidrocarburos, sino su modelo de desarrollo caracterizado por una “incoherente” política económica, un ambiente de regulación excesiva, expropiaciones y nacionalizaciones sistémicas, y un aumento sustancial del endeudamiento. Mori (2020), haciendo eco de esta afirmación, apunta que los problemas de Venezuela tienen su origen en las decisiones económicas y políticas de varias décadas atrás, pero que solo los errores políticos de la última década (2010-2020) explican en gran medida el grave estado actual del país. Asimismo, en contraste con Naim y Toro (2019), quienes culpan al chavismo de la actual crisis venezolana, Mori (2020) culpa a Hugo Chávez por no haber aprovechado la oportunidad que ofrecían los altos precios del petróleo para diversificar la economía venezolana, depender menos de la exportación de materias primas, y crear las condiciones para un desarrollo sostenible y duradero.
Legler y Nolte (2019), por su parte, ubican el origen de la crisis venezolana en las elecciones presidenciales del 5 de marzo 2013. Para estos académicos, lo que empezó como un conflicto político interno, evolucionó en una crisis multidimensional a gran escala que se volvió parte del tablero mundial. Al respecto, Mori (2020) apunta que los dos primeros años de la presidencia de Nicolás Maduro estuvieron enmarcados por un enfrentamiento frontal entre el gobierno y la oposición, al grado de recurrir a la represión gubernamental de la disidencia y a la detención del líder opositor Leopoldo López en 2014. En 2015, contrario a lo que podría esperarse en un sistema político considerado dictatorial, se celebraron elecciones parlamentarias en las que la oposición, unida bajo el paraguas de la Mesa de la Unidad Democrática, obtuvo el 65% de los escaños, consiguiendo así el control de la Asamblea Nacional, el parlamento de Venezuela (Mori, 2020). Este puede considerarse un punto de inflexión dentro de la crisis política venezolana.
Es en este contexto en el que Anderson (2019) considera que comenzó la crisis política en Venezuela; cuando en 2016, como resultado del referéndum revocatorio lanzado por la Asamblea Nacional controlada por la oposición, el gobierno de Maduro dio un giro autoritario e instaló una Asamblea Nacional Constituyente. Esta legislatura rival compuesta por partidarios del régimen de Maduro desplazaría en la práctica al poder legislativo. Ambos episodios forman parte de un mismo punto de quiebre que puede relacionarse con la crisis de legitimidad política e institucional que atraviesa la región. Sin embargo, en el caso particular de Venezuela, el Estado promotor del desarrollo en el periodo neodesarrollista hizo metamorfosis en un Estado-patrimonial corporativo que propició una corrupción generalizada en el sistema político venezolano (Calderón y Castells, 2019).
Esta tercera crisis, producto del fracaso del neoliberalismo y del neodesarrollismo, marcó el inicio del abandono gradual de la democracia constitucional y la centralización del poder en manos del presidente, avivando la frustración de la oposición e iniciando las masivas manifestaciones en contra del régimen de Maduro casi a diario (Mori, 2020). Se trata entonces de un conflicto interno político y económico que fue derivando en una crisis social. Esta situación, que solo se ha ido agravando con el pasar de los años, ha alcanzado dimensiones geopolíticas regionales e internacionales. A continuación, se analiza la crisis del multilateralismo regional, la creación del Grupo de Lima y la internacionalización de la crisis venezolana.
La compleja internacionalización de la crisis venezolana: de la parálisis regional al tablero de la alta política mundial
La crisis venezolana, al menos antes de la pandemia de COVID y el actual conflicto europeo entre Ucrania, la OTAN y Rusia, tuvo un lugar destacado en el tablero de la alta política mundial a lo largo del año 2019. Algunos medios como France24 llegaron al grado de plantearse la posibilidad de una segunda Guerra Fría en función del creciente protagonismo de Rusia y Estados Unidos (Aristia, 2019). Esta crisis, que como bien señala Legler (2019) no se trata de una única crisis sino de una serie de intensas y profundas dificultades, problemas y conflictos que afectan a los venezolanos, ha resonado en toda la región y en el mundo entero.
Empezando por el ámbito regional, y en cierta medida hemisférico, es necesario hablar de la crisis del multilateralismo regional para entender la eventual internacionalización del conflicto venezolano. En 2017, un año antes de las elecciones presidenciales en Venezuela, existió un deseo por parte de algunos miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) de aplicar la Carta Democrática Interamericana (CDI), la cual afirma como propósito esencial de la OEA el de promover y consolidar la democracia representativa, asumiendo un papel activo en la defensa de la democracia de los países miembros. Irónicamente, la primera vez que la OEA invocó la CDI fue en contra del golpe de Estado que desplazó brevemente a Hugo Chávez del poder en 2002 (Legler y Nolte, 2019). Pese a ello, las diferencias de los mismos países miembros de la OEA obstaculizaron la aplicación de dicha Carta. La división en torno a la situación venezolana dentro de la OEA, así como en otras organizaciones regionales como la UNASUR, el MERCOSUR y la CELAC, demuestra que la crisis en Venezuela y la crisis del multilateralismo regional se han constituido mutuamente (Legler y Nolte, 2019).
Para comprender la crisis del multilateralismo regional es necesario mencionar algunos de los efectos secundarios causados por la migración venezolana y la penetración del crimen organizado en las instituciones públicas del país bolivariano, ya que estos elementos hacen que la crisis interna se convierta en un problema regional. Por un lado, el flujo migratorio más grande en la historia reciente de América Latina empieza a rebasar la capacidad de absorción de muchos países receptores en áreas como la salud, la educación y el empleo (Gunson y Breda, 2019). Por otro lado, las operaciones criminales en el territorio venezolano, los altos niveles de violencia, la porosidad de la frontera y la expansión de los grupos criminales constituyen un reto de seguridad para la región en su conjunto (Gunson y Breda, 2019).
Sumado a esto, la reconfiguración del mapa político e ideológico latinoamericano como resultado de la relativa crisis política de los gobiernos progresistas de la llamada ‘marea rosa’ (Rocha y Tamayo, 2021) y el “restablecimiento de un conservadurismo neoliberal” (Rocha, 2021, p. 70) con mayor protagonismo en las relaciones internacionales han producido una politización de las organizaciones regionales al grado de estancarlas, como fue el caso de la OEA, o incluso derrumbarlas, como sucedió con la UNASUR en 2018.
El surgimiento del Grupo de Lima (GL) en 2017, como resultado de la parálisis de la OEA, y cuyo objetivo central sería el de evaluar conjuntamente la situación de Venezuela y buscar una solución política a la crisis (Romero, 2020), se encargaría de presionar multilateralmente al régimen de Maduro y hacer que el país sudamericano cobrara mayor relevancia a nivel internacional. Ese mismo año, los cancilleres de los países integrantes del GL pidieron a la ONU involucrarse en la crisis venezolana (Infobae, 2019). El GL desempeñaría un rol de acompañamiento en los proyectos de dialogo y negociación de finales de 2017 y principios de 2018 entre la oposición y el gobierno de Maduro, facilitados en gran medida por el presidente dominicano Danilo Medina y el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero (Legler y Nolte, 2019).
Sin embargo, el ya mencionado retorno de la derecha y extrema derecha en países como Colombia y Brasil radicalizaron al GL y endurecieron sus posiciones respecto a la solución del conflicto venezolano. Colombia, por ejemplo, al tratarse del mayor país receptor de migrantes con más de 1.5 millones de venezolanos (Ardila, 2022), sumado a la ideologización de la política exterior colombiana durante el gobierno de Iván Duque (2018-2022), defendió la invocación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) como medida para resolver la crisis en Venezuela (Duarte, 2019). En Brasil, por su parte, un país cuyo signo político incide de manera importante en el pulso de la región, el ascenso del ultraderechista Jair Bolsonaro y su defensa del “aniquilamiento del Bolivarianismo en las Américas” (Gomes y Leal, 2022, p. 35), explican las acciones hostiles hacia Venezuela, sumado a la crisis migratoria y al alineamiento y afinidad ideológica del líder brasileño con el entonces presidente estadounidense Donald Trump.
Para 2018, año de la reelección de Nicolas Maduro, el Grupo de Lima se había radicalizado, lo que dio paso a una mayor visibilidad de los diversos actores internacionales involucrados en la internacionalización de la crisis venezolana. En este sentido, como señalan Legler y Nolte (2019), la paralización de la cooperación regional en torno a la crisis obstaculizó la contención de la situación del país sudamericano en el hemisferio, haciendo que entre 2018 y 2019, la crisis regional alcanzara dimensiones geopolíticas mundiales. Tal como señala Romero (2020, p. 14), la internacionalización es una de las secuelas de la crisis venezolana, “no solo por la presencia mediática del país a nivel global sino también por el creciente papel que las grandes y medianas potencias mundiales juegan en un marco cada día más complejo”.
Ante esta afirmación, es importante señalar que la internacionalización no significa exclusivamente que existen intereses estratégicos y cálculos geopolíticos de actores externos en el país sudamericano. Si ese fuera el caso, cualquier disputa de las grandes potencias en países no centrales sería considerado un conflicto internacionalizado. Al respecto, Hirst, Luján, Romero y Tokatlian (2020) hacen una clara distinción entre ‘intervención’ e ‘internacionalización’. De acuerdo con estos autores, ambos tipos de incidencia externa tienen acciones diferenciadas y conducen a resultados distintos. Además, la intervención corresponde a distintas acciones concebidas por gobiernos, organizaciones multilaterales o actores políticos específicos, mientras que, “la internacionalización traduce una articulación, con variados grados de complejidad, entre factores de afuera -intereses y presiones- y realidades de adentro -institucionales, político-militares, económicas, sociales y culturales-” (Hirst et al., 2020, p. 2).
En 2019, la oposición, el Grupo de Lima, la OEA y Estados Unidos ratificaron su posición sobre el proceso electoral venezolano de mayo de 2018, considerándolo ilegal e ilegítimo, reiterando su apoyo.
En 2019, la oposición, el Grupo de Lima, la OEA y Estados Unidos ratificaron su posición sobre el proceso electoral venezolano de mayo de 2018, considerándolo ilegal e ilegítimo, reiterando su apoyo a la Asamblea Nacional e instando a Maduro para que no asumiera la presidencia el 10 de enero de 2019 (Romero, 2020). Una de las críticas del proceso electoral fue que los principales opositores del régimen estaban en el exilio, en arresto domiciliario o inhabilitados para ejercer la política (Anderson, 2019). Entre el 05 y el 15 de enero del mismo año, la Asamblea Nacional, presidida por Juan Guaidó, planteó la formación de un gobierno de transición, rechazó la toma de protesta de Maduro como presidente de Venezuela considerándola una ‘usurpación’, declaró la ausencia de Maduro del cargo de presidente de Venezuela, y promovió la transferencia de competencias del poder Ejecutivo al poder Legislativo (Romero, 2020). Washington apoyó a la Asamblea Nacional como la autoridad legítima del país y respaldó los intentos de convocar a nuevas elecciones en Venezuela.
El 23 de enero de 2019, Guaidó se proclamó como presidente encargado de Venezuela conforme a la decisión de la sede legislativa de no reconocer el segundo mandato de Maduro. Amparándose en los artículos 233 y 330 de la Constitución de 1999, los cuales establecen que, en caso de ausencia absoluta del jefe de Estado, corresponde al titular del Legislativo ocupar de forma temporal el poder Ejecutivo y convocar elecciones; Guaidó tomó posesión frente a una multitud que lo apoyaba y aclamaba. Estos hechos desencadenaron una división del tablero político internacional entre aquellos que apoyaban al régimen de Maduro, los que buscaban un diálogo entre el gobierno y la oposición, y los que defendían a Guaidó. Donald Trump fue el primero en reconocer a Guaidó (Malamud y Núñez, 2019). El gobierno de Estados Unidos alentó sus aliados latinoamericanos y europeos a desconocer a Maduro, lo que se tradujo en el reconocimiento de Guaidó por más de cincuenta países; entre ellos, 11 de los 14 países que conforman el Grupo de Lima (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, Panamá, Paraguay y Perú) reconocieron la legitimidad de Guaidó como presidente encargado de Venezuela (Malamud y Núñez, 2019).
A manera de síntesis, existen tres posiciones internacionales en torno a la situación venezolana (véase Figura 1). La primera, con el gobierno de Estados Unidos a la cabeza, plantea la necesidad de remover a Maduro del cargo a través de los medios que sean necesarios, incluso por la fuerza mediante una invasión militar (Anderson, 2019). La acción militar fue rechazada por el Grupo de Lima a pesar de su creciente radicalización, por lo que la postura de este grupo de países liderado por Washington se basó en la apuesta diplomática de reconocimiento de Juan Guaidó. Otra posición frente a la crisis es la que plantea el Mecanismo de Montevideo lanzado por Uruguay, México y la Comunidad del Caribe (Caricom), donde se plantea el acercamiento entre las partes, la negociación y el compromiso (Legler y Nolte, 2019).
Nota. La imagen representa las diferentes posturas de los países respecto a “dualidad de poder” en Venezuela. En rojo los que apoyan a Guaidó; en gris los que respaldan a Maduro; en amarillo los que optan por un dialogo entre las partes; y en turquesa quienes consideran que las elecciones son la mejor opción. Tomado de Venezuela Crisis Splits the World’s Allegiances: Map, por Bloomerang, 30 de enero de 2019, https://www.bloomberg.com/news/articles/2019-01-30/venezuela-crisis-splits-the-world-s-allegiances-map
El Grupo de Internacional de Contacto (GIC), formado en su mayoría por países europeos y Costa Rica, Uruguay, Bolivia y Ecuador, puede ubicarse en esta segunda posición conciliadora, ya que promueve una solución electoral y negociada a la crisis venezolana (Legler y Nolte, 2019). Finalmente, la tercera posición de respaldo al régimen de Maduro está compuesta por los países miembros del ALBA, algunos países caribeños dependientes de Petrocaribe (Malamud y Núñez, 2019), y cuatro aliados extrarregionales clave: Rusia, China, Irán y Turquía (Rendon y Fernández, 2020).
En el siguiente apartado se realiza una exploración empírica de la fractura latinoamericana como resultado de la división del tablero político e ideológico después de la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela. Los episodios donde se puede observar dicha fractura son el enfrentamiento discusivo ente algunos gobiernos latinoamericanos y Venezuela en la IV Cumbre de la CELAC en 2021, y las distintas posturas adoptadas por los gobiernos progresistas frente a la exclusión del régimen de Maduro de la IX edición de la Cumbre de las Américas en 2022.
Venezuela: epicentro de la crisis del regionalismo latinoamericano
En una investigación reciente sobre la impotencia política de la región frente a la actual coyuntura global y las peculiaridades de la doble crisis del regionalismo en América Latina y del multilateralismo hemisférico, González, Hirst, Luján, Romero y Tokatlian (2021, p. 56) indican que “la situación en Venezuela ha sido el epicentro de la crisis del regionalismo latinoamericano”. De acuerdo con este estudio, las repercusiones a la agenda regional se han reflejado en los efectos transfronterizos de la situación económica, política y social interna, así como en “la creciente polarización ideológica y su canalización política en la escalada de diferencias entre EE. UU. y el régimen venezolano” (González et al., 2021, p. 56).
Diversos episodios en la política regional y hemisférica contemporánea reflejan la fractura política por la que atraviesa el regionalismo latinoamericano. La IV Cumbre de la CELAC, a nivel intrarregional, y la IX Cumbre de las Américas, a nivel interamericano, demuestran que, más que tratarse de una disputa entre el neopanamericanismo en contra del neolatinoamericanismo, la realidad política y geopolítica regional actual se define por una doble crisis del regionalismo latinoamericano y del multilateralismo interamericano (González et al., 2021), provocadas en gran medida por la internacionalización de la situación venezolana. A continuación, se mencionan algunos aspectos clave de la Cumbre de la CELAC y la IX Cumbre de las Américas que permiten comprender el papel de Venezuela en la fractura regional actual.
IV Cumbre de la CELAC
El 18 de septiembre de 2021, en la Ciudad de México, se realizó la sexta cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Al evento asistieron 17 mandatarios, 2 vicepresidentes, 9 cancilleres, el presidente del Consejo Europeo, y representantes de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). La CELAC, de acuerdo con Romano y Lajtman (2021), se ha revitalizado a partir de la Presidencia Pro Tempore de México, presentándose como una alternativa para atender los numerosos desafíos que enfrenta la región, mediante la convergencia por encima de las diferencias. Sin embargo, el encuentro causo polémica entre aquellos que veían con buenos ojos el intento de México de propiciar un escenario para debatir y acordar vías de concordancia regional, y aquellos que consideraban que, en aras de actuar conjuntamente a nivel regional, se estaban sacrificando las condiciones de la democracia en América Latina (Maihold, 2021).
Las fricciones en la cumbre comenzaron cuando el mandatario paraguayo, Mario Abdo Benítez, señaló que su presencia “no representa un reconocimiento al gobierno del Sr. Nicolás Maduro” (Andrés Manuel López Obrador, 2021, 1hr29m33s). El presidente de Paraguay indicó que la postura de su gobierno de reconocimiento a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela seguía siendo la misma. Asimismo, el presidente Abdo indicó que, tanto para su país como para toda la región, “no hay otro camino que no sea la democracia” (Andrés Manuel López Obrador, 2021, 1hr33m16s). La postura de Abdo encontró eco en el discurso del presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, quien sostuvo que su participación no significaba ser “complaciente” con países donde “no hay una democracia plena” como es el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela (Andrés Manuel López Obrador, 2021, 2hr00m23s).
Por su parte, Nicolás Maduro, quien llegó por sorpresa a México para asistir a la cumbre, respondió a los presidentes de Paraguay y Uruguay que pusieran el lugar y la fecha para debatir “de democracia, de libertades, de resistencia, de revolución, (…) de neoliberalismo” (Andrés Manuel López Obrador, 2021, 2hr08m15s). De igual forma, el mandatario venezolano invitó a los presidentes de la región “a pasar la página del divisionismo que se insertó en la América Latina, del acoso a la Revolución Bolivariana, (…) a la Revolución Cubana y a la Revolución Nicaragüense” (Andrés Manuel López Obrador, 2021, 2hr10m04s), y celebró el “espíritu de debate, el espíritu unionista, que, a pesar de algunas diferencias marcadas, a veces hirientes” (Andrés Manuel López Obrador, 2021, 2hr13m45s), se manifestó en Ciudad de México en la cumbre de la CELAC.
Ricardo Raphael (2021), en una columna de opinión en The Washington Post, afirmó que la CELAC reflejó lo poco unida que está la región latinoamericana. De acuerdo con el analista, la cumbre fue exitosa en términos de exhibir la política de recelo y polarización que atraviesa el subcontinente. A pesar del intento de México de “sustituir la política de bloqueos y de malos tratos por la opción de respetarnos, caminar juntos y asociarnos por el bien de América sin vulnerar nuestras soberanías” (Andrés Manuel López Obrador, 2021, 13m20s), la cumbre mostró la fractura regional y la crisis del regionalismo latinoamericano. Una crisis que no se debe exclusivamente al cambio de signo político que atraviesa la región de progresismo a neoliberalismo, sino a la falta de entendimiento mutuo y un mismo modelo de realidad regional respecto a la democracia y los derechos humanos (Raphael, 2021) que permita a Venezuela, sus aliados regionales y sus opositores nacionales e internacionales, superar la crisis regional que divide y polariza al subcontinente, y lo fractura en bloques ideológicos.
IX Cumbre de las Américas
Durante el siglo XX, América Latina asimiló la vecindad geográfica y cultural que se tiene con Estados Unidos (Tejeda, 2010). Si bien los intentos de integración regional siguen a los países latinoamericanos como una sombra desde hace más de dos siglos, otra sombra en el fondo de los esfuerzos integradores de América Latina es la de Estados Unidos (Santa-Cruz, 2019). En estos términos, el panamericanismo pretende unir a todo el continente americano bajo la conducción estadounidense (como se planteaba hacer con el ALCA), al tiempo que se promueve la atomización latinoamericana y las negociaciones por separado (Tejada, 2010) vía Tratados de Libre Comercio (TLC). Los TLC, de acuerdo con Preciado (2013, p. 21), son “la punta de lanza del panamericanismo” que suelen promover las Cumbres de las Américas.
La novena edición de la Cumbre de las Américas, cuyo lema fue ‘Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo’, tuvo lugar del 6 al 10 de junio de 2022 en Los Ángeles, California. En esta ocasión, el gobierno de Estados Unidos decidió no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela, con el argumento de que sus gobiernos no cumplen con las normas de la democracia. Esta decisión unilateral generó rechazo en algunos países de la región. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció que no asistirá si se excluía a los tres países, posición que encontró eco en los mandatarios Luis Arce de Bolivia y Xiomara Castro de Honduras. Cabe agregar que la ausencia de un mandatario no significa que su nación no esté representada, algunos gobiernos no envían a su presidente, pero sí mandan a sus cancilleres o secretarios de relaciones exteriores, como fue el caso de México con el canciller Marcelo Ebrard.
Otros líderes del llamado ‘nuevo ciclo progresista’ como el presidente de Argentina, Alberto Fernández, el de Chile, Gabriel Boric, y el de Perú, Pedro Castillo, sí asistieron a la Cumbre. A pesar de que estos mandatarios manifestaran su inconformidad con la decisión unilateral por parte de Estados Unidos de no invitar a países, las distintas posiciones respecto a la cumbre del ‘bloque’ progresista es un claro ejemplo de la fractura latinoamericana. Es decir, aunque el progresismo latinoamericano siempre ha sido heterogéneo debido a las particularidades políticas, económicas y sociales internas de cada país, la Cumbre de las Américas era el escenario ideal para presentarse como un bloque regional unido ante el neopanamericanismo multilateralista estadounidense.
Sin embargo, la respuesta de los gobiernos progresistas estuvo desarticulada y reflejó no solo la atomización del progresismo regional, sino también el impacto que Venezuela sigue teniendo en la crisis del regionalismo latinoamericano y del multilateralismo hemisférico. A pesar de que Venezuela estuvo ausente, la exclusión del régimen de Maduro despertó distintas reacciones y fragmentó políticamente a la región frente a Estados Unidos. Algunos mandatarios decidieron no ir a la Cumbre de la Américas y otros optaron por participar para expresar su rechazo ante la exclusión de algunos países.
Este hecho contrasta significativamente con lo sucedido en la IV Cumbre de las Américas celebrada en 2005 en Mar del Plata, donde si bien la región tuvo ciertas diferencias internas respecto a las oportunidades y riesgos que representaba el ALCA, el bloque progresista encabezado por Venezuela tuvo un respaldo significativo del gobierno de Argentina y Brasil, logrando rechazar la iniciativa estadounidense y posicionarse como un bloque unido frente a las pretensiones panamericansitas de Estados Unidos.
Conclusiones
A partir de un diseño de investigación transversal, este trabajo ha girado en torno a la transición venezolana de país promotor de la integración regional a epicentro de la crisis del regionalismo latinoamericano; enfatizando las dimensiones geopolíticas de la internacionalización de la crisis que atraviesa Venezuela. El centro del análisis se localizó en los factores internos y externos que convirtieron a Venezuela en la principal causa de fractura regional después de haber sido capaz de impulsar iniciativas de integración latinoamericana como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
En primer lugar, repasar la política integracionista y la petro-diplomacia del gobierno de Hugo Chávez es esencial para comprender el papel que Venezuela desempeñó en las relaciones interamericanas a principios del siglo XXI como aspirante a potencia regional con capacidad para proponer y encabezar iniciativas de integración post-hegemónicas. Si bien el contexto político y geopolítico fue favorable para que Venezuela pudiera auto impulsarse en la escena internacional, es incuestionable que Hugo Chávez supo aprovechar la coyuntura global para implementar una estrategia de soft balancing a nivel hemisférico que pudiera contrarrestar el poder estadounidense en la región y proyectar el proyecto bolivariano más allá de sus fronteras nacionales.
En segundo lugar, después de señalar que la política de integración regional y la petro-diplomacia del gobierno de Chávez serían imposibles de mantener ante la nueva coyuntura geoeconómica global, las claves políticas, económicas y sociales de la crisis venezolana demuestran que el país sudamericano está inmerso en una serie de crisis que han transformado a América Latina en las últimas décadas. Sin embargo, las estructuras socioeconómicas, la cultura política y la relación de Venezuela con el sistema global acentuaron la situación venezolana al grado de convertirla en una crisis multidimensional (nacional, regional y mundial) y multifacética (política, económica, social y migratoria).
En tercera instancia, la gravedad de la situación venezolana y sus dimensiones geopolíticas regionales e internacionales dieron paso a un mayor involucramiento de diversos actores internacionales, lo que produjo a su vez una internacionalización de la crisis venezolana. En este sentido, al tratarse de un asunto interméstico, y ser tratado como tal por los gobiernos regionales y extrarregionalas involucrados (Aranda y Bórquez, 2020), la crisis venezolana y la crisis del regionalismo se constituyeron mutuamente. Por tanto, se puede decir que Venezuela se ha convertido en la principal causa de fractura regional latinoamericana no solo por las dimensiones geopolíticas de su crisis, sino también porque se ha convertido en un asunto que los gobiernos de la región deben afrontar a nivel doméstico y a nivel internacional, siendo el declive venezolano un recurso efectivo para los opositores del régimen de Maduro y para la derecha latinoamericana en las contiendas electorales de sus respectivos países.
Por consiguiente y, en cuarto lugar, la internacionalización de la crisis venezolana ha exacerbado la polarización regional en términos de los que apoyan a Juan Guaidó, los que respaldan a Maduro, y a los que se les sitúa del lado de Maduro por no reconocer a Guaidó. Esta polarización ideológica regional y su consecuente fragmentación política, es la principal causa de la crisis del regionalismo latinoamericano. Por tanto, la hipótesis del presente trabajo que sostenía que Venezuela, a pesar de haber revitalizado la meta-narrativa de unidad ‘Nuestramericana’ a principios del siglo XXI, se ha convertido en la principal causa de fractura regional debido a la internacionalización de sus crisis, se confirma. No obstante, es importante especificar que Venezuela en este contexto no solo es considerado un sujeto en la política internacional, sino también un objeto por la instrumentalización que se hace de su crisis con fines políticos internos y externos de algunos actores regionales e internacionales.
Cabe agregar que la balcanización regional, evidenciada en la cumbre de la CELAC en 2021 y en la Cumbre de las Américas en 2022, no solo se debe a la cuestión venezolana, aunque esta sea su principal fuente de fractura, sino también a dos coyunturas críticas que enfrentan tanto la izquierda como la derecha en América Latina y el Caribe. Por un lado, el ascenso de fuerzas de ultraderecha neopatriotas, de perfil nacionalista y soberanista, caracterizadas por una fuerte retórica antiglobalista (Sanahuja y Lópes, 2020) que, además de ser una reacción contestataria al anterior ciclo de gobiernos progresistas iniciado con la elección de Hugo Chávez, también se expresa en el nuevo clivaje normativo entre nacionalismo y cosmopolitismo. En estos términos, la integración regional y la construcción de una Patria Grande se enfrentan a la llegada de nuevas fuerzas políticas contrarias a la idea de una América Latina solidaria, unida y autónoma cuyo principal exponente es Jair Bolsonaro en Brasil.
Por otro lado, como señala Oppenheimer (2022), son dos las razones principales por las cuales incluso la victoria electoral de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil el siguiente 30 de octubre no marcará el regreso de un bloque regional progresista heterogéneo, pero unido como el que dominó la escena política de América Latina a principios de la década de 2000. En primer lugar, los problemas financieros son la constante en la mayoría de los países de la región gobernados por la izquierda, un factor que contrasta con el auge en los precios de las materias primas de la primera ola progresista. En segundo lugar, la mayoría de los líderes progresistas de la región tienen bajos índices de popularidad y crecientes problemas internos. De acuerdo con Oppenheimer (2022), el índice de popularidad de Boric en Chile, ha caído del 56% cuando fue elegido presidente en diciembre al 33% actual, mientras que, en Perú, el índice de popularidad de Pedro Castillo está por debajo del 25%, y la popularidad del presidente de Argentina, Alberto Fernández, está por no supera el 20%. En suma, el contexto geopolítico y geoeconómico es incierto y los actuales líderes progresistas de la región se enfrentan a numerables obstáculos internos que los que tuvieron sus predecesores en la década del 2000.
Pese a lo antes mencionado, el posible triunfo electoral de Lula en Brasil y su promisorio liderazgo regional podrían abrir la oportunidad de reactivar la UNASUR y revitalizar el multilateralismo latinoamericano, donde es probable que se pueda articular una solución pacífica y consensuada para superar la crisis que atraviesa Venezuela. No obstante, aunque Lula gane las elecciones presidenciales, el ascenso de la extrema derecha y su preponderancia en el congreso van a obstaculizar al gobierno del líder progresista y podrían limitar su margen de maniobra en materia de política exterior.
-
i
El IPM está integrada por tres subíndices: el Índice de Capacidades Materiales (ICM), el Índice de Capacidades Semi-Materiales (ICSM) y el Índice de Capacidades Inmateriales (ICIM).
-
ii
Por cuestiones de extensión, este trabajo no pretende dar una descripción detallada de la política integracionista del gobierno de Hugo Chávez. Solo se mencionarán aspectos específicos, pero de gran importancia para los objetivos de esta investigación.
-
iii
El soft balancing se refiere a los esfuerzos de los Estados con reducida capacidad militar para frustrar los objetivos de política exterior de Estados más poderosos (Corrales, 2009).
-
Anderson, J. L. (2019). Los años de la espiral. Crónicas de América Latina. Editorial Sexto Piso, Universidad Autónoma de Nuevo León.
-
Andrés Manuel López Obrador. (18 de septiembre de 2021). VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), desde Palacio Nacional [Archivo de Vídeo]. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=z2WT2_Fpxdc
-
Aranda Bustamante, G. y Bórquez Paredes, Alberto. (2020). La cuestión venezolana y la fractura del regionalismo latinoamericano. Historia 396, 10(1), 33-72.
-
Ardila, M. (2022). Colombian Foreign Policy: Dependence, Pragmatism and Ideologization (2021-2022). En R. Velázquez Flores, A. Simonoff, M. Ardila y O. Vidarte Arévalo (Eds.), Latin American Foreign Policies: Between Pragmatism, Principism and Neoliberalism (pp. 113-130). AMEI, CESPEM, Universidad Externado de Colombia, UNLP, PUCP, UABC.
-
Aristia, S. (4 de abril de 2019). Crisis en Venezuela, ¿un nuevo tipo de Guerra Fría? France 24. https://www.france24.com/es/20190404-crisis-venezolana-segunda-guerra-fria
-
Bacaria Colom, J. (2019). Carta del Director. Foreign Affairs Latinoamérica, 19(2), VII-X.
-
Briceño Ruiz, J. (2015). ¿Gobernanza regional o soft balancing de “Estados Revolucionarios”?: El discurso y la práctica del ALBA. Pensamiento Propio, 20(42), 167-194.
-
Briceño-Ruíz, J. (2022). Venezuela’s Foreign Policy in the Era of “Chavism” (1999-2021). En R. Velázquez Flores, A. Simonoff, M. Ardila y O. Vidarte Arévalo (Eds.), Latin American Foreign Policies: Between Pragmatism, Principism and Neoliberalism (pp. 147-162). AMEI, CESPEM, Universidad Externado de Colombia, UNLP, PUCP, UABC.
-
Brun, É. (2018). El cambio internacional en las relaciones Sur-Sur: los lazos de Brasil, Chile y Venezuela con los países en desarrollo de África, Asia y el Medio Oriente. El Colegio de México.
-
Calderón, F. y Castells, M. (2019) La nueva América Latina. Fondo de Cultura Económica.
-
Chaves García, C. A. (2020). La crisis política en Venezuela y el papel del Grupo de Lima: balance y desafíos de su acción diplomática. Revista de Relaciones Internacionales, Estrategia y Seguridad, 15(1), 177-193. https://doi.org/10.18359/ries.4272
-
Corrales, J. (2009). Using Social Power to Balance Soft Power: Venezuela’s Foreign Policy. The Washington Quarterly, 32(4), 97-114.
-
Dodson, M. y Dorraj, M. (2008). Populism and Foreign Policy in Venezuela and Iran. The Whitehead Journal of Diplomacy and International Relations, 71, 71-87.
-
Duarte Gamboa, E. E. (25 de septiembre de 2019). La aplicación del TIAR contra Venezuela: ¿amenaza regional? Foreign Affairs Latinoamérica. https://revistafal.com/la-aplicacion-del-tiar-contra-venezuela-amenaza-regional/
-
Gomes Saravia, M. y Leal Alburquerque, F. (2022) The Foreign Policy of Jair Bolsonaro in Three Moments. En R. Velázquez Flores, A. Simonoff, M. Ardila y O. Vidarte Arévalo (Eds.), Latin American Foreign Policies: Between Pragmatism, Principism and Neoliberalism (pp. 29-48). AMEI, CESPEM, Universidad Externado de Colombia, UNLP, PUCP, UABC.
-
González, G., Hirst, M., Luján, C., Romero, C. y Tokatlian, J. G. (2021). Coyuntura crítica, transición de poder y vaciamiento latinoamericano. Nueva Sociedad, (291), 49-65.
-
Gratius, S. y Puente, J. M. (2019). Las claves de la crisis venezolana. Foreign Affairs Latinoamérica, 19(2), 5-15.
-
Gunson, P. y Breda, T. (2019). El éxodo venezolano. Los desafíos de la crisis migratoria para la región. Foreign Affairs Latinoamérica, 19(2), 34-42.
-
Hirst, M., Luján, C., Romero, C. A. y Tokatlian, J. G. (2020). La internacionalización de la crisis en Venezuela. Fundación Friedrich Ebert.
-
Infobae (26 de octubre de 2017). El Grupo de Lima pidió a la ONU involucrarse en la crisis venezolana. Infobae. https://www.infobae.com/america/venezuela/2017/10/26/el-grupo-de-lima-pidio-a-la-onu-involucrarse-en-la-crisis-venezolana/
-
Legler, T. (2019). Presentación. Foreign Affairs Latinoamérica, 19(2), 2-4.
-
Legler, T. y Nolte, D. (2019). Venezuela: la protección regional multilateral de la democracia. Foreign Affairs Latinoamérica, 19(2), 43-51.
-
Levick, L., y Schulz, C. (2020). Soft Balancing, Binding or Bandwagoning? Understanding Institutional Responses to Power Disparities in the Americas. Canadian Journal of Political Science, 53(3), 521-539. https://doi.org/10.1017/S0008423920000220
-
Linares, R. (2010). La estrategia multipolar de la política exterior venezolana. Aldea Mundo, 15(30), 51-62.
-
Maihold, G. (21 de septiembre de 2021). Cumbre de la CELAC en México: sacrificar la democracia en aras de la unidad. DW. https://www.dw.com/es/cumbre-de-la-celac-en-m%C3%A9xico-sacrificar-la-democracia-en-aras-de-la-unidad/a-59253571
-
Malamud, C. y Núñez, R. (2019). La crisis de Venezuela y el tablero geopolítico internacional. Real Instituto Elcano. https://www.realinstitutoelcano.org/analisis/la-crisis-de-venezuela-y-el-tablero-geopolitico-internacional/
-
Manning, B. (1977). The Congress, the Executive and Intermestic Affairs: Three Proposal. Foreign Affairs, 55(2), 306-324.
-
Martínez Castillo, A. (2011). Venezuela: política e integración regional. Cuadernos del CENDES, 28(78), 95-114.
-
Morales, Gustavo (2019). Los Cuatro Mundos de América Latina: Clivajes sociales y hemisféricos en el temprano siglo XXI. Pontificia Universidad Javeriana, Sello Editorial Javeriano.
-
Morales Ruvalcaba, D. (2019). Database WPI. Recuperado el 11 de octubre de 2022 de Recuperado el 11 de octubre de 2022 de https://www.worldpowerindex.com/data-wpi/
-
Mori, A. (2020). The Venezuelan Crisis and Its Geopolitical Dimension. En A. Mori (Ed.), Latin America and the New Global Order. Dangers and Opportunities in a Multipolar World. Ledizioni LediPublishing.
-
Naím, M. y Toro, F. (2019). El suicidio de Venezuela. Lecciones de un Estado fallido. Foreign Affairs Latinoamérica, 19(2), 24-33.
-
Oppenheimer, A. (2022). If Lula wins Brazil’s presidency, seven of Latin America’s largest economies will be ruled by the left | Opinion. Miami Herald. https://www.miamiherald.com/news/local/news-columns-blogs/andres-oppenheimer/article266463226.html
-
Piña, C. E. (5 de abril de 2021). La fallida estrategia de Trump en Venezuela. Foreign Affairs Latinoamérica. https://revistafal.com/la-fallida-estrategia-de-trump-en-venezuela/
-
Preciado, J. y Uc, P. (2014). Bloques, alianzas y nuevas proyecciones geopolíticas de las semiperiferias en América Latina. En A. Rocha, M. Loza, M. Lahuerta y M. A. Nogueira (Coords.), Brasil y México en América Latina del siglo XXI: Protagonismo político, modelos de desarrollo, encuentros culturales y perspectivas de integración (pp. 403-424). Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Coordinación Editorial.
-
Preciado Coronado, J. A. (2013). Escenarios posneoliberales en el contexto de la VI Cumbre de las Américas. InterNaciones, 2(5-6), 21-35.
-
Raphael, R. (21 de septiembre de 2021). Opinión: La CELAC mostró la casi nula ‘unión latinoamericana’. The Washington Post. https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2021/09/21/cumbre-celac-2021-mexico-amlo-fracaso/
-
Rocha Valencia, A. (2021) América Latina en las aguas agitadas de la multipolaridad del orden mundial emergente. Política y geopolítica regional (2000-2018). En A. Rocha Valencia (Ed.), América Latina en el orden mundial emergente del siglo XXI: Del avance autónomo a la regresión heterónoma (pp. 69-106). Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Unidad de Apoyo Editorial.
-
Rocha Valencia, A. y Tamayo Rodríguez, J. E. (2021). Introducción. En A. Rocha Valencia y J. E. Tamayo Rodríguez (Eds.), Gobiernos progresistas y gobiernos conservadores en América Latina del siglo XXI. Universidad de Guadalajara, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Unidad de Apoyo Editorial.
-
Rocha Valnecia, A. (2012). Ejercicio de unidad y autonomía de América Latina en la VI Cumbre de las Américas. InterNaciones, 2(2-3-4), 35-46.
-
Romano, S. y Lajtman, T. (18 de septiembre de 2021). Cumbre CELAC 2021: renovada apuesta por la integración latinoamericana. CELAG. https://www.celag.org/cumbre-celac-2021-renovada-apuesta-por-la-integracion-latinoamericana/
-
Romero, C. A. (2019). Venezuela: un país bloqueado. Les Etudes du CERI, (239-240), 12-16.
-
Sanahuja, J. A. (2020). Las derechas neopatriotas en América Latina: contestación al orden liberal internacional. Revista CIDOB d’Afers Internacionals, (126), 41-63.
-
Santa-Cruz, A. (2019) Regionalism in Latin American Thought and Practice. En M. Deciancio, D. Tussie, y A. Acharya (Eds.), Latin America in Global International Relations. Routledge, Taylor & Francis Group.
-
Tejeda, J. L. (2010). Latinoamérica fracturada: Identidad, integración y política en América Latina. CREFAL, Miguel Ángel Porrúa.
-
Torrado, S. y Corona, S. (11 de octubre de 2020). Trump se aferra a las FARC y a Maduro para asegurarse un sector de Florida. El País. https://elpais.com/internacional/2020-10-12/trump-se-aferra-a-las-farc-y-a-maduro-para-asegurarse-un-sector-de-florida.html
-
Tulchin, J. S. Latin America in International Politics: Challenging US Hegemony. Lynne Rienner Publishers.
-
Wajner, D. F. y Roniger, L. 2019. Transnational Identity Politics in the Americas: Reshaping “Nuestramérica” as Chavismo’s Regional Legitimation Strategy. Latin American Research Review, 54(2), 458-475. http://doi.org/10.25222/larr.43
- » Recibido: 10/03/2022
- » Aceptado: 02/08/2022
- » : 23/12/2024» : 2023Jan-Jun