Resumen

Los estudios sobre la construcción social de la masculinidad han develado cómo desde el nacimiento hasta la adultez, se conforman una serie de identidades que se aprenden y se encarnan en los cuerpos y prácticas cotidianas entre los varones. Sin embargo, cuando se cuestiona ¿qué sucede con esos aprendizajes de género en la vejez? encontramos vacíos teóricos y empíricos. Hasta ahora, poco se ha cuestionado acerca de cómo se es hombre en la vejez, cómo la heterogeneidad de los contextos reproduce vivencias de la masculinidad, cómo en esta etapa existen pérdidas, rupturas, transiciones y/o permanencias de quienes fueron, de lo que son y de lo que intentan ser. El presente artículo tiene el objetivo de mostrar cómo en un contexto rural de Morelos- México, los varones que nacieron y envejecieron en el campo, aprendieron a ser hombres. Para recuperar los relatos se trabajó con el método biográfico, desde sus voces relatan los ritos de paso y las exigencias de otros hombres para transitar de la infancia a la adultez, coartando la etapa del juego, la afectividad y la imaginación; perpetuándose los códigos masculinos de la responsabilidad, la proveeduría y la autoridad, que se traducen en soledades y silencios durante la vejez.

Abstract

Studies about social construction of masculinity have revealed how a series of identities that are learned and embodied in the bodies and daily practices among men are formed from birth to adulthood, However, when these gender learnings in old age are questioned, theoretical and empirical gaps are found about it. Until now, being a man in old age has been little questioned, as well as how the heterogeneity of the contexts reproduces experiences of masculinity or how at this stage there are losses, ruptures, transitions and / or permanence of who they were, who they are and who they try to be. This article aims to show how in a rural context from Morelos-Mexico, the men who were born and aged in that countryside, learned how to be men. To get the stories, they worked with the biographical method, from their voices they tell the rites of passage and the demands of other men to move from childhood to adulthood, restricting the stage of game, affectivity and imagination; perpetuating the masculine codes of responsibility, supply and authority, which are translated into loneliness and silence during old age.

Palabras claves:
    • estudios de género;
    • masculinidades;
    • identidades de género;
    • varón adulto mayor;
    • trayectorias.
Keywords:
    • gender studies;
    • masculinities;
    • gender identities;
    • older adult male;
    • trajectories.

Introducción

Hoy día el envejecimiento de la población es una realidad que está presente en todas las sociedades del mundo y esto trae consigo cambios significativos a niveles estructurales, económicos, sociales, culturales e individuales; que nunca antes se habían visto (Treviño, Pelcastre y Márquez, 2006). Montes de Oca (2010) y Ramos (2014) sostenían que, hace unas décadas atrás, el envejecimiento de la población era visto como una realidad propia de los países desarrollados producto de sus bajas tasas de fecundidad y sus altas esperanzas de vida al nacer.

Poco a poco, en ciertos países subdesarrollados se observaron cambios en la base y cúspide de las pirámides poblacionales; en el caso de México las proyecciones poblacionales nos indicaron que para el año 2050, uno de cada cuatro mexicanos/as sería mayor de 65 años de edad (Treviño, Pelcastre y Márquez, 2006). A partir de esos datos, el envejecimiento poblacional constituyó uno de los retos más importantes para todos los sectores de la sociedad, el gobierno, las instituciones públicas y privadas, el mercado laboral y financiero, las estructuras familiares y las relaciones intergeneracionales.

Si bien, la sociodemografía contribuyó significativamente en el estudio del envejecimiento, la vejez, la edad y las personas mayores; fueron las Ciencias Sociales que contribuyeron en la reconceptualización del estudio de la vejez entendida como una construcción social que es compleja y multicausal (Bruno y Acevedo, 2016). Esto favoreció para ser estudiada desde una mirada heterogénea de envejecer (en términos plurales) con el fin de identificar las condiciones estructurales en las que se envejece que se traducen en percepciones subjetivas que tienen las personas desde los contextos en los que interactúan (Ramos, 2014). Montes de Oca (2010), añade que cuando se habla de la heterogeneidad se debe situar el lugar en el que nacieron las personas, ya que las oportunidades de vida son diferentes para hombres y mujeres; a fin de nombrar el contexto histórico, la clase social, la etnia o la raza, para conocer las diferencias, pero también las particularidades. Por tanto, es un asunto que permite caracterizar de quién hablamos, desde dónde hablamos y cuáles han sido las oportunidades o desventajas en el que mujeres y hombres han nacido y vivido a lo largo de su vida.

Es por ello, que tenemos una deuda pendiente con la población mayor, en el que existen una serie de preguntas que requieren ser contestadas desde diferentes miradas multidisciplinarias, que abonen no solo a la reflexión desde el nivel micro social, sino que sean la base para proponer elementos que problematicen los procesos de desigualdad y marginación que viven mayoritariamente las personas mayores. Para integrar una mirada más amplia del envejecimiento y la vejez, Treviño, Pelcastre y Márquez (2006) han señalado que al observar diferencias por regiones, por condición socioeconómica, de género y de etnia en la población de personas mayores, es notorio que se cuenta con poca información sobre cómo viven, cuáles son sus necesidades y temores, cómo enfrentan la cotidianidad. La propuesta es cuestionarse sobre ¿quiénes son las personas que han envejecido, e inclusive las que están por envejecer? ¿qué piensan? ¿qué sienten? Sin olvidar la responsabilidad de quien investiga, que intente abordar con detenimiento y cuidado las experiencias vividas de las personas mayores.

En este artículo nos hemos interesado por dialogar con las personas mayores de un contexto rural, se trata de varones dedicados al campo, como espacio de aprendizaje, de trabajo y de proyecto de vida. Y nos preguntamos ¿de qué manera han envejecido los hombres?i ¿cómo el contexto histórico, social y cultural han influido en la forma de vivir la vejez en los varones? ¿cómo se aprenden, transmiten y se mantienen los aprendizajes de género, más allá de la socialización primaria y secundaria? ¿cuáles de ellos se cuestionan y modifican? Desde estas bases miramos nuestro alrededor y reconocemos que muchas voces están silenciadas, por nuestra propia indiferencia o bien, nuestra falta de reconocimiento de la población que ha envejecido y que requiere de espacios para ser escuchados. Desde una revisión bibliográfica, los estudios sobre la construcción de las identidades masculinas en comunidades rurales son escasos, situación que ha motivado a emprender investigaciones desde los estudios de las masculinidades acerca de la vejez y el envejecimiento de los varones.

Acotando el área de investigación, se realizó un cruce analítico entre el trabajo en el campo, la masculinidad y la vejez. Se presentan los relatos traducidos en experiencias vividasii de los varones mayores de un contexto rural del estado de Morelos, varones que superan los setenta años de vida y continúan labrando sus tierras. Situamos esta investigación desde la ruralidad, entendida como el espacio territorial en el que se presenta una serie de configuraciones espacio-temporales que se caracterizan por actividades agrícolas y agropecuarias; el campo, la naturaleza, la baja densidad de población (motivados por la migración) y la sociedad campesina. Particularmente, una persona campesina es un hombre o una mujer que realiza su principal actividad económica con la tierra, la naturaleza y la producción de alimentos; que trabajan la tierra por sí mismos y viven en comunidades locales (Ramírez, 2008; Eldemann, 2022). Justamente en el contexto donde se llevó a cabo el trabajo de investigación, la principal actividad económica se desarrolla en la agricultura y la ganadería.

Para estos varones mayores fue el contexto en el que nacieron y crecieron; trabajando con la tierra (como parte de su historia de vida, de identidad histórica asociada a las luchas zapatistas, de herencia de la tierra), vivenciaron cambios significativos para labrar la tierra, desde el uso de la yunta, el arado, la rueda y bueyes; hasta la llegada de la Revolución Verde, tecnología, maquinaria y químicos. El cambio de paradigma para cultivar la tierra trajo consigo una serie de adaptaciones y rechazos, persistiendo el ideal de que la tierra era un asunto de hombres, en el que no era necesario cuidarse de las inclemencias del tiempo, la exposición a los rayos del sol, del contacto directo con los pesticidas, entre otros riesgos. Sino lograr tener sembradíos verdes que serían su único ingreso anual para sobrevivir económicamente y alimentarse de lo cosechado.

Desde la infancia se les enseñó cómo ser un hombre, marcado por relaciones poco afectivas con sus progenitores (en especial su padre), quienes enseñaron a sus hijos (varones) cómo cuidar y cultivar la tierra, el significado del dinero y la proveeduría del hogar de origen. Sus relatos reflejan parte de sus historias y que desde lo aprendido por la estructura patriarcal se encarnan en las prácticas cotidianas y con las relaciones con otros hombres y mujeres. Tal es así, que es importante reconocer que envejecer no es un asunto único e igual para todos/as, sino que es un proceso heterogéneo que requiere de una revisión en retrospectiva de las trayectorias de vida.

La vejez como construcción social: antropología y sociología

Desde la academia las posturas en el estudio del envejecimiento y la vejez han sido diversas. Se inició con planteamientos médicos y biológicos, dando paso al surgimiento de la geriatría en el siglo XIX, con el objetivo de curar a los viejos. Por mucho tiempo emergieron y permanecieron estereotipos negativos de la vejez como una enfermedad incurable, que la intención principal era apartarlos del contexto social de donde vivían (Beauvoir, 1970).

Posteriormente la gerontología estudió el proceso del envejecimiento, integró miradas no solo de la persona patológica, sino de cómo el entorno sociocultural, económico e histórico influía en la vida de las personas. Pese a todos los avances, aún en el 2021 la Organización Mundial de la Salud (OMS) intentó catalogar nuevamente a la vejez en la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas de Salud Relacionados (CIE), lo que desató una serie de críticas por parte de geriatras, gerontólogos, sociólogos, antropólogos y expertos en el estudio de las personas mayores.

Desde la academia el estudio de la vejez y el envejecimiento ha sido relevante, superamos la visión cronológica de la edad como fin de la vida o antesala de la muerte. A partir de 1930 se desarrollaron más investigaciones no sólo desde la biología, sino en la psicología y la sociología (de Beauvoir, 1970). La psicología estudió la vejez en términos individuales. Por ello, la primera generación de teorías se situó en lo micro social estudiando a la persona como individuo. Posteriormente llegaron las teorías macro sociales que vieron cómo la estructura social y cultural influía en las trayectorias de vida. Finalmente, las teorías mixtas reconocieron la interrelación entre estructura y agencia. Esta visión dual dio la oportunidad de reconocer que envejecer que no es un asunto meramente biológico sino sociocultural e histórico.

Desde lo social, las Ciencias Sociales asentaron las bases para estudiar y reflexionar la vejez como una construcción social. Particularmente, la sociología se interesó en los años setenta del siglo XX por estudiar la vejez, apoyada de teorías sociales que explicaran las fuerzas o factores sociales que determinan el proceso y las formas de envejecer (macrosociológicamente) con relación a las descripciones individuales desde un contexto determinado (microsociológicamente) (Pérez, 2016). Por tanto, entender la vejez como un constructo social, nos permitió situarla desde la historia y cómo está impacta en la vida de las personas, ya que tal como refiere Montes de Oca envejecer “…está condicionado por factores externos a los individuos, sobre todo por su posición en el proceso productivo, por su actividad laboral y sus ingresos, entre otras causas, lo que implicaría su clase social o el lugar que ocupa socialmente” (2010: 161). La autora, agrega que entender el envejecimiento y la vejez como una construcción social, permite explicar los cambios que transcurren “entre las historias locales, nacionales o globales, producto de las experiencias de comunidades, pueblos, naciones o internacionales” (Montes de Oca, 2010: 161).

Bajo esta lógica de servicio, y aunque una minoría de la población envejecida se declara activa, es significativo observar su participación económica (aun en edades muy avanzadas y padeciendo enfermedades crónicas). A nivel nacional, las principales ocupaciones son las actividades manuales de tipo agrícola y en servicios. Los hombres trabajan por cuenta propia en el campo o como profesionistas, y en actividades asalariadas como jornaleros o empleados. Mientras las mujeres trabajan en actividades por cuenta propia en el área de venta y servicios personales (Montes de Oca, 1996: 35)

En el siglo XIX, la antropología se aproximó al estudio de la edad, considerándola como una construcción cultural, en el que las personas no solo viven cambios físicos y biológicos; sino que existen implicaciones importantes en la forma de concebir la edad con relación al curso de vida y las actividades que desarrollan, todo ello entendido desde un contexto histórico y cultural (Gamboa y Quiñones, 2013). Vázquez (2015) agrega que desde la antropología las personas mayores son consideradas informantes privilegiadas y esto está sustentado en las diferentes etnografías clásicas que existen, tales como:

…Lewis Henry Morgan (1907), James George Frazer (1890), Arnold Van Gennep (1909), Franz Boas (1964), en particular cuando analizan los ritos de paso de ciertos grupos nativos y su rol estructurador en distintas sociedades. Asimismo, podemos encontrar en México los trabajos de Rosa Lombardo (1944), Antonio Caso (1976), Francisco Córdoba (1975), San Román (1989), Felipe Vázquez (2001), Laureano Reyes (2002), por citar algunos, donde no solo se muestra las actividades económicas que realizaban los ancianos, sino el papel que tenían como generadores de identidad y cohesión social y religiosa, así como sus diversas pautas culturales y perspectivas de vida (Vázquez, 2015: 140).

Esta diversidad ha dado paso al reconocimiento de la heterogeneidad, pero sobre todo a la existencia de un sinfín de marcos culturales en el que se inscriben las categorías de vejez(ces) (Iuliano, 2017). Finalmente, los efectos de las transiciones demográficas y el reconocimiento de la heterogeneidad de las vejeces (en términos plurales), resurgió ante la urgente necesidad de hablar de las personas envejecidas desde sus biografías e historias de vida (Montes de Oca, 2010). A partir de los estudios cualitativos, se visibilizaron las experiencias vividas desde las voces de las personas estudiadas. Por tanto, el dato “duro” tuvo rostro y conformó un parteaguas en la forma de concebir el estudio de la vejez y el envejecimiento (Espinoza y Rodríguez, 2020).

A partir de ello, las transiciones demográficas han impactado directamente en las condiciones socioculturales, políticas, económicas y de salud de la población. Hemos observado que en los últimos años incrementó la esperanza de vida al nacer, disminuyó la tasa de fecundidad, las personas viven más (mayor longevidad) y el fenómeno de la migración (específicamente la de retorno) ha generado nuevas aristas para pensar en el envejecimiento y la vejez, y cuestionarnos ¿qué sucede con nuestros entornos próximos, con las comunidades rurales, indígenas y urbanas? Sabemos que la población mexicana se caracteriza por su multiculturalidad a lo largo y ancho del país, pero poco se sabe sobre qué sucede en los espacios familiares y comunitarios.

Los estudios de género de los varones y las masculinidades, ¿por qué estudiar a los hombres viejos?

Desde los estudios de género de los varones se documentan las experiencias vividas de los hombres de diferentes contextos sociohistóricos y culturales, con la intención de conocer cómo ha sido el proceso de la construcción de sus identidades genéricas en el sistema patriarcal, que les exige una imagen caricaturizada de hombres valientes, fuertes, viriles, proveedores y protectores. No obstante, en el caso de la vejez, poco se habla de los hombres viejos que visibilicen sus transiciones, rupturas y/o permanencias de sus propios aprendizajes de género a lo largo de la vida.

Es un hecho que “nuestra cultura poco se ha planteado acerca de la masculinidad, menos aún de la vejez” (Iacub, 2014: 356), siendo una etapa de la vida de las personas central para este momento histórico, en el que el envejecimiento poblacional es una realidad que requiere ser caracterizada desde sus particularidades y diferentes posicionamientos teóricos-metodológicos, que permitan conocer qué sucede en esta etapa de la vida, pero sobre todo cómo se vive en los diferentes contextos. Tal es así que las voces de los varones envejecidos parecieran estar ausentes desde los estudios de género (Rodríguez, 2020); a pesar de que estos estudios iniciaron durante la década de los setenta del siglo XX. Sin embargo “tuvieron un crecimiento discreto y sostenido en los años ochenta y en la primera parte de los noventa. A partir de la segunda mitad de esa década y durante el transcurso del siglo XXI, su dinamismo aumentó, extendiéndose por el mundo” (Ramírez y Uribe, 2008: 15).

En esta investigación se vinculan tres grandes apartados: varones campesinos, la etapa de la vejez y las masculinidades. La interrelación con cada uno tiene una razón de ser: dar voz a los varones envejecidos en el campo y recuperar sus experiencias y la construcción de la identidad masculina. Para contextualizar cómo y por qué surge el interés de estudiar teórica y metodológicamente este tema, tiene que ver con las ausencias en las líneas de investigación. Autores como Amuchástegui y Szasz (2007), Figueroa (2001, 2003, 2014) Salguero (2006, 2007, 2008), de Keijzer (2003) han señalado la relevancia de documentar las experiencias masculinas, de aquellos varones que a lo largo de su trayectoria personal se han enfrentado a diferentes retos, tomas de decisiones, luchas de poder y reproducción de una identidad que los ha moldeado y les ha construido una coraza corporal, que se les ha limitado a externar sus emociones, sentimientos, soledades, miedos, complicidades y confrontaciones propias de vivir y alcanzar la masculinidad impuesta desde la estructura social.

Por tanto, cuando los estudios de género de los varones entraron a la escena académica, el varón se constituyó como sujetos de estudio, sujetos de género y/o sujetos con identidad de género (Núñez, 2007). Al identificarse que también los hombres son construidos por el proceso de socialización, se incorporaron a la problemática en los estudios de género. Los primeros estudios documentaron la participación de los varones en diferentes escenarios de la vida cotidiana: trabajo, familia, paternidades, violencia, migración, salud sexual-reproductiva, Estado, gobierno, política, educación, cultura. Posteriormente surgieron nuevas líneas de investigación como los estudios relacionados con la economía, la identidad y la raza. Autores como Núñez (2007), Amuchástegui y Szasz (2007) y Gutiérrez (2008); han señalado que pese a existir esquemas hegemónicos de la masculinidad, algunos varones no se ajustan o se resisten a encarnar en sus prácticas sociales los mandatos impuestos.

Es así, que la categoría género y los estudios de género de las masculinidades, reconocieron que las identidades y los roles de género no es una cuestión biológica sino una construcción social, tal como señaló de Beauvoir (1949) “No se nace mujer, sino que se deviene y se llega a serlo”, por tanto, tampoco no se nace hombre, sino que se aprenden a lo largo del proceso socializador (Figueroa y Salguero, 2014).

Estos aprendizajes son el referente principal para identificar algunas transiciones, rupturas y permanencias de los aprendizajes de género a lo largo de la trayectoria de vida de los varones. Al analizar la experiencia vivida, es posible situarla por etapa (desde la infancia hasta la vejez), que nos permita conocer cómo fue la construcción de la masculinidad en su lugar de origen. Es probable, que los aprendizajes de género sean relevantes para identificar qué aprendió y cómo fue su familia de origen, quiénes fueron los integrantes, qué roles de género desarrollaron cada uno, qué actividades hacia su padre y su madre, qué le enseñaron, qué le dijeron que debía hacer un hombre.

Sin embargo, más allá de esta visión de los primeros aprendizajes; existe la necesidad por comprender los impactos que estos generan en sus relaciones con otros hombres y consigo mismos. Y es que, existe una relación entre lo que se espera que sea: proveedor, aguantador y fuerte y los impactos sobre sus cuerpos y salud. Sobre esta línea, intentamos comprender cómo de la infancia a la vejez se enmarca una serie de condicionantes en un proceso inacabado de la masculinidad y que teóricamente se ha enfatizado en reconocer al cuerpo máquina, principalmente porque los aprendizajes de género están asociados con factores de mayor riesgo y heroicidad, al ver su cuerpo como instrumento, los hábitos de consumo de tabaco y alcohol para aguantar más, “hasta donde el cuerpo aguante” (de Keijzer, 2001), el cuidado es casi inexistente. El objetivo es cumplir con los mandatos masculinos, estructurando los cuerpos y las identidades; en cruce con los contextos de vulnerabilidad, sin seguridad social y el trabajo sin retiro de los hombres mayores.

La ruta metodológica y el contexto de estudio

Esta investigación nace por el interés personal de documentar cómo los hombres de zonas rurales de Morelos viven su vejez en el campo, debido a que es frecuente observar en estos contextos a hombres mayores de sesenta años realizar actividades agrícolas y ganaderas.

Al realizar un recorrido por los campos agrícolas del municipio de Jonacatepec, Morelos, se observa:

  • El andar de los hombres entre los surcos y sembradíos, a sus espaldas cargan una bomba fumigadora preparada con químicos para secar las hierbas silvestres que han nacido en sus terrenos.

  • Entre sus brazos cuelga un morral tejido en yute, se asoma una pequeña bolsa transparente con veneno para hormiga.

  • Para cubrirse de los intensos rayos del sol llevan en sus cabezas un sombrero de paja, sus brazos los cubren con camisas de manga largas, mayoritariamente de color blanco o beige, tras su andar se miran sus pies libres entre sus huaraches de palma.

  • Algunos terrenos están húmedos, debido a las fuertes lluvias, se mira cómo mientras caminan se van hundiendo entre los surcos, pero con paso firme continúan labrando sus tierras.

  • Son hombres mayores que saludan a lo lejos, tomando sus sombreros como símbolo de bienvenida. Se respira la tierra mojada, se miran los arboles verdes, se escucha el cantar de algunos pájaros y el viento soplar.

  • A lo lejos se observan árboles frondosos imponentes, seguramente algunos de ellos son centenarios que guardan muchas historias. Bajo las sombras, se observan hombres sentados entre las piedras, en el suelo han colocado sus alimentos que están guardados entre bolsas de plástico, servilletas y recipientes de plástico, no puede faltar la coca cola y un típico buleiii que contiene agua.

  • Algunos de ellos dialogan, ríen y señalan sus tierras, seguramente indicando los pendientes que tienen por hacer.

  • Se observan algunos caballos y burros atados a unos árboles, algunos comen las hierbas que han crecido, mientras cargan las sillas de montar esperando el regreso de sus dueños.

  • En otros lugares, se miran camionetas cargadas de bultos con maíz o fertilizantes, y un gran tinaco Rotoplas con litros de agua que utilizan para ir llenando las bombas de fumigar, pese a que aún hay pequeños riachuelos donde se ha acumulado un poco de agua de lluvia. Hay jícaras, bombas para fumigar, costales vacíos tirados a lado de las camionetas. Y las dinámicas continúan, cada hombre trabajando sus tierras, aquí hombres de diferentes edades, entre niños, jóvenes, adultos y hombres mayores.

  • Pero las dinámicas son distintas, caracterizadas por historias particulares, sobre sus inicios en el trabajo agrícola, los aprendizajes para cuidar y labrar la tierra, seguramente los significados por esos terrenos agrícolas se caracterizan por historias diversas, que requieren ser nombradas y anunciadas, en un diálogo constante para conocer sus vidas.

Los recorridos en los campos de Jonacatepec permitieron establecer algunos contactos y dialogar con los hombres mayores, con quienes se acordaron los horarios y lugares donde deseaban ser entrevistados, optando por sus hogares, lugar que ellos señalan como el espacio idóneo para platicar sin prisa mientras recuerdan sus historias de vida. Con esos acuerdos, se contactaron a cuatro varones, de Jonacatepec y de Tetelilla (este último pertenece al municipio).

Jonacatepeciv se encuentra en la zona oriente del estado de Morelos, de acuerdo con la historia de la comunidad, se ha documentado que son descendientes Tlahuicas, debido a las evidencias arqueológicas que dejaron en dos zonas arqueológicas: Las Pilas y Chalcatzingo, Morelos. Los varones entrevistados cuentan que “Las Pilas” se caracterizó por el culto a las aguas, que era el elemento vital para su existencia y el riego de los terrenos agrícolas. La localización de este municipio es muy fácil, ya que se encuentra en las faldas del cerro el Chalcatzingo y el Delgado, cerros que fungieron como el escenario perfecto de las películas del cine de orov que caracterizaron el México rural de los años cincuenta del siglo XIX.

Los relatos de los hombres entrevistados recuerdan con emoción algunas pequeñas participaciones en los rodajes de películas, señalan que continuamente se solicitaban hombres jóvenes para “el relleno” y participar en protestas o donde se requirieran multitudes. Sus presencias en estas actividades, les traen remembranzas sobre la admiración a ciertos actores de películas, quienes eran sus símbolos para parecerse a esos hombres fuertes, machos y viriles. Recuerdan que había un pequeño cine en el municipio, donde se proyectaban películas, que esperaban con ansias el estreno, que pasado algunos meses o años, llegaba a la pantalla esa película que se había filmado en Jonacatepec. Estos primeros relatos que situaron sus vivencias de su juventud, fueron cruciales para lograr el rapport y dialogar sobre sus experiencias y aprendizajes de sus identidades como hombres a lo largo de la vida.

Desde una metodología cualitativa, se trabajó con observación participante, entrevistas semiestructuradas y en profundidad. En la guía de entrevista se destacaron temas como: el lugar y familia de origen, las actividades que realizaban los progenitores, los juegos en la infancia, el trabajo agrícola, el significado del dinero, la vida en pareja, la paternidad y la vejez.

Se entrevistaron a cuatro varones de más de setenta años (ver Tabla 1), quienes pese a tener ciertas limitaciones físicas, continúan su jornada de trabajo en el campo. Desde sus discursos se identifican las experiencias del envejecimiento, que se caracterizan según la condición de género y los roles tradicionalmente asignados, que mayoritariamente permanecen aún en la vejez.

Datos sociodemográficos de los varones entrevistados
Seudónimo Identificación Edad Ocupación Estado civil Hijos/as Lugar de residencia
Refugio (Refugio. 75 años, campesino) 75 años Campesino Soltero 0 Tetelilla
Mariano (Mariano, 77 años, campesino) 77 años Campesino Unión libre 8 Jonacatepec
Carlos (Carlos, 76 años, campesino) 76 años Campesino Casado 4 Jonacatepec
Ernesto (Ernesto, 70 años, campesino) 70 años Campesino Casado 3 Tetelilla

Fuente. Elaboración propia, a partir del trabajo de campo 2019.

Tal como señala Treviño, Pelcastre y Márquez (2006), los hombres envejecidos asocian su identidad de género masculina con la idea de responsabilidad en la proveeduría económica y a su vez del temor de no poder hacerse cargo del mantenimiento de los integrantes de su familia. De manera particular, las historias de estos hombres indican que sus hijos e hijas ya no viven en su misma vivienda (algunos de ellos migraron hacia los Estados Unidos), los varones conservan en sus ideales la proveeduría como su principal responsabilidad, quienes continúan aportando dinero a casa, siendo las mujeres (compañeras) las encargadas de administrar el recurso en la compra de los alimentos y el pago de servicios. Bajo ese esquema del sostén económico de su familia, permanece en sus imaginarios como una obligación de los hombres, hasta el último día de sus vidas. Como una responsabilidad que permanecerá -tal y como ellos señalan - “hasta que el cuerpo nos aguante”, “porque nacimos en el campo y moriremos en el campo; aunque mis piernas y brazos ya no puedan, yo seguiré hasta el último momento de vida, en este rinconcito que me da aire puro para respirar y ganas de seguir viviendo”.vi

Relatos de varones campesinos y su vejez: resultados de investigación

Durante el trabajo de campo fue interesante escuchar las características que debería tener un hombre dedicado al campo. Entre risas y señalamientos, los varones entrevistados indicaron que debían ser hombres fuertes capaces de jalar a los bueyes y yuntas mientras barbechan la tierra; descuidados de sí mismos para exponer su piel a los rayos del sol en los diferentes horarios del día y de sus pies directamente a la tierra para que estos “hicieran callos”vii que permitieran soportar las picaduras de alacranes, de arañas, las piedras, la tierra húmeda o caliente según el clima, aguantadores del dolor porque con la preparación de un menjurje,viii remedios caseros, pomadas y visitas al huesero lograrían apaciguar/calmar las molestias ocasionadas por las jornadas y los impactos en su piel, músculos y huesos; valientes de atreverse a regar sus sembradíos en las noches y madrugadas, aun estando solos en el campo; viriles capaces de continuar con sus pendientes en el campo, a pesar de que un día antes hayan ingerido bebidas alcohólicas en las cantinas de la comunidad. Los propios testimonios de estos hombres mayores señalan que la suma de estas características le otorgan el papel más importante que tienen: ser proveedores de sus hogares y familias.

Asimismo, desde sus propios relatos indicaron sus experiencias en torno a las actividades que realizan (y es que, sin duda, en el último siglo transitamos de actividades primarias hasta terciarias, siendo la agricultura, la ganadería, la pesca y la minería las más afectadas). Esta situación, ha traído consigo un cambio de pensamiento y de actividades para sostenerse económicamente, los hijos e hijas de estos varones entrevistados, ya no tienen entre sus objetivos dedicarse únicamente al trabajo agrícola, sino que han buscado otras alternativas para subsistir, al migrar hacia los Estados Unidos, otros estados o bien; continuar con algunos estudios universitarios. Este cambio de actividades, ha generado en los propios varones mayores angustias acerca de quiénes heredarán las tierras que ganaron sus progenitores (hijos del zapatismo), por ello expresan que se dedicarán a ellas hasta donde el cuerpo les aguante y trabajar sin retiro.

Al realizar una mirada retrospectiva acerca de su contexto histórico en el que vivieron y aprendieron a ser hombres, señalan que dedicarse al trabajo en el campo tenía significados completamente distintos a los actuales. Recuerdan a sus padres ausentes del hogar, porque desde antes del amanecer ya se encontraban organizando a sus animales de carga camino a sus parcelas y no regresaban “hasta antes de comer” (así podría ser hasta anochecer, entre risas recuerdan a sus padres preguntándoles - ¿Papá ya es hora de regresar a comer? - Y contestar -… no hijo, regresaremos hasta terminar -). Sus madres en casa, se dedicaron a la preparación de los alimentos en sus fogones de leña, con el fin de enviar a sus hijos/as menores a dejar los alimentos a los hombres que estaban en el campo. Esto representa en la historia de vida, la primera referencia de las actividades que como hombres y mujeres debían desarrollar (aprendizaje de género).

Asimismo, los varones mayores entrevistados refieren que había una jerarquía con relación a si eran campesinos, jornaleros o ferrocarrileros (actividades que más proliferaron en la región). Esa diferencia marcada según la actividad en que se desarrollaban trae consigo una serie de estereotipos construidos según el estatus que socialmente se les asignaba. Por ejemplo, señalan que cuando eran niños ser campesino estaba asociado con un nivel económico superior, porque significaba que tenían tierras propias, heredadas por sus antecesores quienes lucharon bajo el ideal Zapatista “La tierra es de quien la trabaja por sus propias manos”, tierras que fueron ganadas por “el sudor y la lucha de nuestros padres”, “de años de no agacharse sino de enfrentar cuerpo a cuerpo, para recuperar lo que nos correspondía”. Por tanto, la forma de concebir la idea de ser campesino, no solo es cuestión de poder sobre la tierra, sino de poder comunitario, a quienes reconocían por la historia vivida en épocas zapatistas.

Ahora bien, ser jornalero tenía otra concepción que ha transitado generacionalmente, porque corresponde a aquellos hombres que no poseen tierras y prestan su mano de obra a otros campesinos, para sembrar y cosechar. Por tanto, para la comunidad eran vistos únicamente como hombres dependientes de otros hombres para obtener recursos económicos, que difícilmente podrían acceder a la compra de tierras y escalar socialmente.

Finalmente, ser ferrocarrilero estaba asociado a hombres que no serían buenos proveedores, porque siempre se encontraban en constante movimiento al tener que ser responsables de una máquina que viajaba de un estado a otro, “dejando a su suerte a mujeres e hijos” hasta que regresaran de largos viajes. Entre los rumores indicaban que eran hombres conquistadores, pasajeros y sin dinero; quienes se les desconocía si tenían sólo una pareja, y más bien que eran malos hombres porque “seguramente tenían más bocas que alimentar en otras comunidades que iban dejando a su paso”.

En suma, cada uno de los relatos recuperados distan de aspectos centrales para reconocer la construcción social de su propia masculinidad, enmarcada en un escenario histórico, social y económico que los forjó en la importancia del trabajo, la tierra, el descuido de sí mismos y la proveeduría. Estos aprendizajes obtenidos, son producto de una constante socialización que no solo inicia y termina en la infancia, sino que continua a lo largo de su vida. Por ello, la organización del análisis está presenten cuatro etapas centrales para comprender qué significa envejecer en el campo:

  • La encarnación de la identidad masculina: infancia y socialización primaria;

  • El trabajo en el campo para hacerse hombres;

  • Aguantar como los machos, enfermedades, riesgos y remedios caseros y

  • Vejez y masculinidades: hasta donde el cuerpo nos aguante.

La encarnación de la identidad masculina: infancia y socialización primaria

La etapa de iniciación de los infantes en actividades agrícolas tiene todo un proceso que requiere de años de aprendizaje, de experiencia y de observación. Desde los relatos de los varones entrevistados, recuerdan que se iniciaron en actividades del campo desde los tres años, a través de juegos y exigencias, sus progenitores les asignaban tareas de alimentación y cuidado de los animales de granja: “Tenían que almorzar primero los animales para que cuando los pusieran a trabajar ya estuvieran llenos, había buenos pastizales”, de desgranar con una oloteraix las mazorcas de maíz secas, para depositar los granos en trojesx ubicadas en los patíos de sus casas y de llevar entre sus morrales los alimentos para sus padres quienes ya se encontraban trabajando la tierra.

…mire me acuerdo que cuando yo tenía unos cinco años nos íbamos a sembrar cebollas, pepinos, sorgo y maíz, todo eso en época de temporada de lluvias, ya sabes cuándo empiezan a caer las primeras gotas es señal de que llega la temporada. Entonces como yo estaba rechamaco [niño] pues me ponían a tlamatequear [arrancar la hierba], ascarpar [limpiar] la milpita, a quitarle la hierbita y todo eso sembrábamos. Y pues de chamaco, me ponían a trabajar a los dos de la tarde, después de regresar de la primaria. Me dedica a amontonar el maíz, como unas diez cargas de maíz y las poníamos en el troje, lo que se conoce como cuexcomate (Ernesto, 70 años, campesino).

Estos inicios, formaron parte de las actividades que fueron acrecentándose con el pasar de los años, transitando de actividades sencillas hasta más complejas. Poco a poco, encarnaron en sus prácticas cotidianas la identidad masculina, desde sus relaciones con sus madres y hermanas, la forma de vestir para ir al campo, de cómo ordeñar las vacas, de cómo sacrificar los cerdos y de los cambios físicos presentados en los cuerpos de los hombres adultos y mayores.

Continuamente se les recomendó que, para ser un buen hombre campesino, se deberían de ver en sus cuerpos cicatrices, mismos que relatan con heroicidad los retos que enfrentaron para salvar la vida o la tierra. Asimismo, las manos representan la fuerza por ello estas deberían ser gruesas, ásperas y secas por utilizar herramientas de trabajo, tales como picos, palas, hachas, machetes, cuerdas. Algunos otros muestran en sus cuerpos algunas mutilaciones, como manos, dedos o pies; quemaduras por la exposición a los rayos del sol, por el uso de químicos, pesticidas o por quemar hierbas y malezas secas.

Los ingresos de estos niños a las escuelas se veían afectados por sus responsabilidades agrícolas, por lo que muchos de ellos no concluyeron los primeros años de primaria, quienes antes de ingresar a las clases debían acudir con sus padres a dejar el almuerzo y regresar para tomar las clases. Por tanto, varios de ellos desertaron porque se vieron afectados por no cumplir con el horario y las tareas. Mariano (campesino, 77 años) comenta:

Pues yo fui hijo de campesinos. Desde los 6 años ya me ocupaban en el campo, aunque sea para llevar unos almuerzos y siempre regresaba corriendo a la primaria. Recuerdo que la maestra al principio no me quería dejar entrar a la clase, porque decía que era muy huevón por no llegar temprano, fue hasta que mi madre fue hablar con ella para explicarle que madrugaba para ir a dejar una dobladitas de frijol a mi papá que ya estaba en el campo. (Mariano, 77 años, campesino).

Mariano relata que sus experiencias sobre el trabajo de campo lo hacían dudar acerca de si debía o no concluir con sus estudios de nivel básico, porque recuerda que lo más importante en esos tiempos era aprender a leer, medio escribir y sacar cuentas. Conforme creció se incorporó a nuevas actividades agrícolas, que le exigían más tiempo y más fuerza para cargar costales, arrear animales y deshierbar los terrenos. La fuerza de trabajo, representaba en sus familias una necesidad que no podía compararse con la dedicación escolar; por ello aprender a contar y leer era suficiente, los niños debían desertar de la escuela e incorporarse de tiempo completo al trabajo en el campo.

A la edad de los doce años, pasaban a la etapa de ser peones, asignándoseles la responsabilidad de abonar y fumigar, una actividad que involucraba una atención mayor para evitar secar las plantas. Varias de estas actividades eran supervisadas por los hombres adultos, quienes se respaldaban al decir que a partir de sus experiencias en el campo podían aconsejar a los más jóvenes, para enseñarles cómo tratar la tierra y tener buenas cosechas. Por tanto, muchas actividades fueron por “aprender-haciendo”. En caso de alguna equivocación, eran reprimidos por gritos y golpes para que aprendieran a tener cuidados de cómo atender la tierra.

…tenía que estar muy atento a cómo hacer las cosas, empecé haciendo cosas bien sencillas como sacar las piedras del terreno. Ya como a los trece o quince años, me cargaba la bomba llena, pesaba un chingo, pero tenía que hacerlo. Y de repente, pues quemaba las plantas, porque no aplicaba bien, no fumigaba bien la hierba, sino que se iba a la siembra. Al otro día que íbamos a supervisar, si no estaba bien hecho pues ya sabía que me pegarían con la reata [cuerda o correa]. (Carlos, 76 años, campesino).

La transición de la infancia a la adultez, se traduce en aprendizajes de género asociados a la labranza de la tierra. Relatos cargados de recuerdos no gratos, que se traducen en ausencias por parte del progenitor y la presencia de otros hombres que les enseñaron a “ser hombres”, aprender “a la mala para trabajar”.

El trabajo en el campo para hacerse hombres

La representación de la paternidad de los progenitores de los varones mayores entrevistados, está asociado a una imagen de masculinidad de rudeza, fuerza y blindaje emocional. El progenitor, es para estos varones el primer ejemplo de cómo debería ser un hombre dedicado al campo.

Mi papá y yo siempre íbamos al campo, él me enseñó a sembrar huertas de picante, cañas, frijol, milpa, calabazas. Recuerdo a mi padre bien fuerte y siempre con ganas de trabajar, esa imagen es la que llevo siempre conmigo. A los catorce años me enseñó como jalar la yunta, cargar el arado y arrastrarlo por el carril, ahí me empezó a enseñar cosas más pesadas del campo. Me enseñó a trabajar rudo, a saber, cómo sembrar para cosechar y tener dinero desde que yo era un niño, y pues ya sabes con los amigos pues nos íbamos a tomarnos unas cervezas a las cantinas o fumar unos cigarritos. De hecho, mi papá nunca supo que tomaba y fumaba, él murió cuando yo tenía diecisiete años, pero pues yo ya era un hombre porque sabía trabajar la tierra (Mariano,77 años, campesino).

Sin embargo, para otros varones entrevistados la presencia del progenitor fue ausente, ya sea porque falleció, migró o “desobligado de la familia”, por lo que otro hombre tenía la responsabilidad de continuar con la crianza y socialización de la identidad masculina, en algunos casos fueron otros parientes cercanos (abuelos, tíos paternos o maternos) o padrinos. Tal es el caso de Refugio (campesino, 75 años).

…desde chamaco, yo quedé huérfano, me crie con un padrino, me fui a su casa como a los diez o doce años, no recuerdo. Desde ese entonces, me fui a su casa, mi madre, hermanos y yo le trabajamos. Ahora sí, que con mi tío fue que nos hicimos hombres, porque nos enseñó ser hombres a trabajar en el campo […] íbamos a sembrar cebollas, pepinos, jitomates, maíz o sorgo. En ese entonces se sembraba mucho, como unas cuatro hectáreas y pues mi tío me empezó a decir que yo tenía que escarpar la milpa, quitarle la hierbita y todo eso (Refugio, 75 años, campesino).

El compadrazgo y padrinazgo representa la figura paterna secundaria, ante la ausencia del padre biológico. La relación entre varones para la protección y cuidado de otros, inicia desde los acuerdos establecidos entre los adultos, que responsabilizan al otro ante la ausencia física, ya sea por muerte, migración o abandono. Tal como señala Carrasco (2000: 47):

…un orden masculinizado impronta los lazos de parentesco espirituales en el compadrazgo sacramental de bautizo y presentación de tres años de los infantes, festividad familiar de origen religioso que se lleva a cabo en la residencia del padre o del abuelo del niño o niña […] Para establecer el compadrazgo deben participar dos familias; en este encuentro ritual se une la jerarquía de dos varones mayores (abuelos) y de dos varones jóvenes (padrino y padre del bautizado). Los ancianos son los jerarcas representantes de ambas familias; uno es padre del padrino, y el otro, padre del niño que se apadrina.

La relación directa entre el padrino con el ahijado, o la relación de otros hombres a cargo de enseñar a los infantes sobre cómo trabajar era a través de enseñanzas directas, con golpes y palabras altisonantes; una responsabilidad otorgada y aceptada culturalmente ante las ausencias de los progenitores que guiaran los primeros años de vida de los hijos varones. Para el caso de los hijos en el que su padre no se encontró físicamente en sus primeros años de vida implicó: “aprender a la mala, aprender groseramente porque no me tenía paciencia, me exigía y me decía que, si no hacía bien las cosas, perderíamos tiempo y dinero para comer en los próximos meses”. Las preocupaciones económicas y el valor del dinero, implicó en ellos el aprendizaje de la proveeduría económica como un asunto de impacto directo a sus familias; ya que la cosecha era el único momento para sobrevivir hasta la próxima temporada de siembra, hasta que las lluvias se hicieran presentes. Por ende, entre los relatos de cómo aprendieron el trabajo en el campo, reflejan dificultades, miedos, incertidumbres y una carga física y emocional para aprender la responsabilidad de la proveeduría económica. Para estos varones, “hacerse hombres” implicaba:

  • demostrar a otros hombres que sabían cómo trabajar la tierra, el resultado era que se diera una buena cosecha, milpas repletas de mazorcas de maíz;

  • aguantar jornadas de trabajo intensas por varias horas bajo los rayos del sol;

  • soportar el dolor ante un accidente mientras se trabajaba en la tierra o se domaba un animal.

Estas prácticas, forman parte de los recuerdos que se hacen evidentes en sus propios cuerpos. Al mostrar sus manos, brazos y pies; algunos varones entrevistados hacen mención de lo que les sucedió ante la pérdida de alguna parte de su cuerpo:

Desde niño me enseñaron que, para ganarme la papa, debía trabajar fuerte en el campo. Supe por mis tíos que era un trabajo duro para el hombre, y recuerdo que me pusieron a prueba. Mire, recuerdo que una vez tuve que amarrar un caballo, para empezarlo a bañar cerca de la barranca, lo amarré al árbol y mero cuando estaba por terminar de hacer bien el nudo, el caballo se jaloneó y mis dedos gemelos quedaron prensados, sentí calientito y una punzada. Mis tíos corrieron a verme, me apretaron los dedos como con una tela y me limpiaron con agua, me decían “no llores, aguántate así aprenderás a hacer bien las cosas, aguántate como los machos”. Después de un rato que no dejaba de quejarme me llevaron al médico y me tuvieron que mochar esa parte de mi dedo. Y aún a mi edad me duele, más cuando hace frío (Ernesto, 70 años, campesino).

En el cuerpo se hacen evidentes los aprendizajes obtenidos a lo largo de sus trayectorias de vida, en cada etapa se hacen presentes obligaciones a priori que formaron los significados de ser hombres en la adultez, y que aún en la vejez permanecen en sus dinámicas de vida, pero también en el ejercicio de enseñar a otras generaciones a cómo labrar la tierra, proveer una familia y relacionarse con otros hombres; particularmente a través del consumo del alcohol y el cigarro.

Aguantar como los machos: enfermedades, riesgos y remedios caseros

Los impactos en los cuerpos de los varones envejecidos, trae consigo una revisión hacia los testimonios acerca de cómo se iniciaron algunos malestares físicos, como el desvío de rodillas, de columna y la presencia de hernias. Algunos casos, no fueron atendidos en sus momentos ante la idea de “aguantar como los machos”, tanto porque eran los discursos que otras personas les decían o bien, el aguante para no manifestar dolor o debilidad ante otros. Aprender a aguantar se hace presente en tres relatos específicos:

  • A través de juegos, tomando como ejemplo los actores del cine de oro que mostraban su hombría al montar a caballo y usar escopetas

  • el iniciarse en el consumo del alcohol, acompañados por otros hombres; y

  • el uso de remedios caseros para aliviar el dolor.

Me acuerdo que en mi niñez veía algunas películas mexicanas, que de hecho se grabaron aquí en mi pueblo, y pues nos queríamos sentir como los actores, andar a caballo, montar los toros y hacerlos correr, nos agarrábamos a balazos de engañitos con pistolas de madera o flechas que nosotros hacíamos. Entonces pues de niños, jugábamos y trabajábamos, así aprendimos un buen de cosas del campo (Carlos, 77 años, campesino).

Empecé a tomar a los quince años, porque trabajaba mucho tiempo plantando y cortando caña, y pues luego ya me dolía que la espalda o sentía demasiado calor cuando nos tocaba quemar. Entonces, con los amigos pues terminando nos íbamos por unas cervezas para aguantar el dolor y los cansancios (Ernesto, 70 años, campesino).

De repente con las horas y el esfuerzo de arrear bueyes y la yunta, pues uno acababa todo adolorido de la espalda, los brazos, la cadera y las piernas. Mi mamá era la partera del pueblo, entonces se sabía algunos remedios caseros, como hierbas curativas y me los preparaba y me los tomaba y me componía. Casi nunca he ido al médico, prefiero siempre usar remedios caseros (Mariano,77 años, campesino).

Los varones mayores entrevistados relatan que desde niños cargaban más que su propio peso, “sentía bien calientito en mi cadera y en mis rodillas cuando cargaba un bulto o la bomba de fumigar”. A través de remedios caseros, controlaban fiebres, dolor de cuerpo o de cabeza. Solo en caso de que fuera grave, como una torcedura o “…un hueso salido por andar montando”, acudían con curanderos y hueseros. El “ajuste de lo que dolía” implicaba descansos, pero las exigencias por continuar labrando la tierra hicieron que continuaran a pesar de “no soldar bien el hueso, porque había cosas que hacer”. Refugio y Ernesto, señalan que, desde la infancia hasta la edad actual, sufren de dolores crónicos y de enfermedades degenerativas; para ellos como consecuencia de no cuidarse y atenderse a tiempo:

…traigo una cojera de por vida. Ire (sic) pues trabajar desde chamaco me trajo muchas consecuencias, pero no más lo noté en mi juventud, pues me subía al caballo y siempre me tumbaba y pues uno joven no se siente nada, no me dolía nada. Hasta que ya empecé a envejecer sentí cómo me dolía la pierna, se me hinchaba la rodilla, que ya la tengo mal. Y pues hasta que ya me miré que cojeaba, pues decidí ir con la doctora, me revisó y me decía que por qué no había ido antes al médico. Solo me acuerdo que sacó una jeringuita y me dice “espéreme, siéntese” y en eso me inyectó un líquido. Después regresé y me sacó un líquido de mi rodilla y en lugar de mejorar, sentí que caminaba otra vez mal, dicen que me sacó el líquido de las rodillas, entonces pues ahorita trabajar así pesado pues ya no. Y pues como no tengo hijos, pues son mis sobrinos quienes se encargan de tlematequear [trabajar] la tierra (Refugio, 75 años, campesino).

…hace algunos años empecé con un dolor fuerte en la espalda, fui al médico y me dijo que tenía una hernia. Me revisaron y miraron que tenía una bolita, me operaron, estuve como cuarenta días sin trabajar y me pidieron que evitara cargar pesado, pero pues eso es imposible porque en el campo hay que cargar los costales, las bombas de agua, cortar maleza, quitar piedras. Entonces, no más se me alivió el dolor, me cuidé un rato y regresé a mi trabajo (Ernesto, 70 años, campesino).

Los cuerpos envejecidos de estos varones son reflejo de ciertos aprendizajes de género sobre la masculinidad, pero también de los costos que implicó la encarnación de prácticas de violencia e indiferencia por otros adultos. Aún con las molestias físicas/corporales para los hombres mayores esto no se traduce en dejar su actividad en el campo. Para ellos, mantenerse activos a pesar de los dolores y el desvío de algunas partes de sus cuerpos; les da la certeza de mantenerse activos, de no molestar a sus hijos/as económicamente. Sin el afán de romantizar la propia precariedad, el trabajo sin retiro se hace presente en edades avanzadas, ante la falta de protección social para algunos hombres en la vejez.

Vejez y masculinidades: “hasta donde el cuerpo nos aguante”

La idea del aguante, la proveeduría económica y “hasta donde el cuerpo nos aguante”, son los relatos centrales que se hacen presente en el trabajo sin retiro. Es en la etapa de la vejez, que los varones continúan activos labrando las tierras, algunos de ellos apoyados de redes familiares. Tal es el caso de Refugio, quien se apoya de sus sobrinos para trabajar la tierra y señala que;

...pues ya mis sobrinos son quienes se encargan de sembrar y regar, yo solo me quedo en una esquinita a limpiar las hierbas, leve porque si trabajo duro como cargar bultos o la bomba, pues ya no aguanto. Ah, también me encargo de llevar el desayuno, ahora sí que regresé a las actividades de cuando era niño, de llevar la comida a los que trabajaban la tierra. Hay veces que si no van mis sobrinos pues ya lo hago, y me tengo que fajar bien la espalda, porque si no empiezan los dolores de espalda y después ya no puedo trabajar.

Pese a los dolores, Refugio considera que el trabajo en el campo es lo más importante para él y su vida, sin esa actividad no se reconoce o no se siente un hombre fuerte. Esa fuerza señala que la logra por trabajar en el campo, a pesar de los dolores que tiene, pero que opta por tomar algunos remedios caseros, porque recuerda el comentario de otros médicos:

...no amigo tú ya estas viejo, ya no estás en edad para que te operen, porque ya no vas a quedar. Y pues como sé que es un buen doctor pues sé que si me opero pues voy a quedar mal, así que prefiero seguir trabajando así…y pues con los remedios caseros hay la llevo, una señora es quien me ha traído unas hierbas que me trajo de México, pero mientras tenga la diabetes no me va a dejar componer eso, y pues también ya ando mal de los riñones. Pero para eso también ya tengo mi remedio, escuché en un anuncio de la tele que los garbanzos son muy buenos, eso lo dijeron unos que estudiaron en el Poli, y dicen que es muy bueno para controlar la glucosa y el colesterol y el cáncer de colón y pues ahí la llevo, ya llevo como dos meses comiendo garbanzos y pues ya me está dando resultados (Refugio, 75 años, campesino).

Las preocupaciones centrales de los varones mayores, se centran sobre a quién le heredarán la tierra, el caso de Refugio que no tiene hijos ha pensado en sus sobrinos. Ernesto, Carlos y Mariano han heredado a sus hijos varones las tierras, pero al saber que no están en el municipio porque migraron a otro país, o porque tienen mejores ingresos económicos por sus trabajos; tienen la incertidumbre de perder las tierras que sus progenitores defendieron durante la lucha zapatista.

…uno de mis sobrinos es el que se va a quedar en este pueblo y pues es el que le echa ganas, y pues pienso que a él le puedo heredar mis parcelas. Ese va a ser mi sucesor…mientras yo pueda pues me voy a dedicar a mis tierras, voy a seguir hasta donde yo pueda y pues no pudiendo así pues discúlpenme, pero pues ya le diré a mi sucesor que se ponga a trabajar solo. Y pues pienso que si puedo jubilarme (risas), va a estar difícil, porque, aunque sea rengueando como sea camino, puedo manejar mi camionetita y pues mientras pueda pues seguiré, el día de mi retiro será cuando Dios me recoja (Refugio, 75 años, campesino).

Mis hijos pues no se dedican al campo, solo cuando eran más jóvenes me ayudaban con algunas cosas, pero ahora ya no. Y pues no sé cómo vaya yo acabar, pero pienso dedicarme a mis tierras y mis siembras, pues hasta donde el cuerpo me aguante estaré, porque mis piernas ya me empiezan a doler, pero mientras pueda seguiré en el campo. Además, aquí en la casa como que me aburro, porque no estoy atado a la casa, yo soy libre en el campo (Ernesto, 70 años, campesino).

Yo me siento lleno de vitalidad, he aceptado ver los años pasar, sí sentir que hay cosas que ya no puedo cargar o hacer, pero no me siento incómodo. Al contrario, le doy gracias a Dios porque me siento fuerte, luego veo gente de mi edad y la veo con bastón y sillas de ruedas, caminando mal. Yo aún puedo caminar rápido por mis surcos, cargar cosas y sobre todo mi alimentación está muy bien porque todo es natural, como lo que cosecho, sin químicos. Así que mientras pueda yo seguiré feliz en mi campo (Mariano,77 años, campesino).

…pienso que no podemos obligar a nuestros hijos a trabajar las tierras porque todo está muy mal pagado. Ya no es futuro para ellos, ya no es como en mi época que era el único sustento, entonces mi padre me heredó las tierras para que yo las trabajara y hasta donde Dios me preste vida seguiré trabajando, de otra forma moriré en el campo, pero haciendo lo que me gusta. Si mi hijo quiere trabajar en las tierras, pues lo hará, yo ya se las heredé (Carlos, 76 años, campesino).

Continuaremos mirando esta fotografía en todos y cada uno de los contextos del campo mexicano, en el que se requerirá seguir documentado cada experiencia de los varones en la etapa de la vejez. Cada historia, será el reflejo de momentos que necesitan ser remembrados, de generar espacios para recuperar las voces de las personas mayores que relaten sus caminos andados y comprender la heterogeneidad de los envejecimientos y las vejeces en cruce con los aprendizajes de género.

Consideraciones finales

El presente texto intenta ser un referente para el análisis de futuras investigaciones en el estudio de las masculinidades y las vejeces, principalmente para documentar los diferentes contextos sociales en el que se envejece en México. Desde los estudios de género de los varones y las masculinidades, tenemos una deuda pendiente, a fin de hacer un cruce desde los aprendizajes de género, las relaciones de poder, los malestares y los impactos que las exigencias de la masculinidad tradicional han generado en las identidades, las relaciones de género y en los cuerpos envejecidos.

Hablar de la vejez en el campo, otorga insumos para comprender los contextos, la heterogeneidad, la clase social, la precarización económica y las desigualdades que se presentan en determinados contextos geográficos. Envejecer no es un asunto meramente biológico, es necesario conocer cómo lo socio-cultural impacta en las individualidades, aprendizajes que se transmiten generacionalmente, principalmente en contextos rurales en el que la construcción de la identidad masculina aún se encuentra enmarcada en una visión heteronormativa y patriarcal del deber ser, situado en una visión dicotómica de los roles de género.

Desde las infancias se va construyendo un esquema normativo de lo que se esperaría será un hombre de campo, se enseña a través de otros hombres (progenitores, amigos, compadres) la idea del trabajo, la proveeduría económica y la responsabilidad del mantenimiento de una familia. Desde las infancias se transmite la configuración de imaginarios masculinos, además de una carga simbólica sobre el significado de la tierra, producto de la lucha zapatista. En un contexto, como es el oriente del estado de Morelos las historias de los progenitores señalan esas historias de heroicidad por obtener una tierra, trabajarla con sus propias manos y obtener de allí el alimento para ellos y sus familias.

Estas historias, se mantienen presentes durante toda la trayectoria de vida de los varones campesinos. En la etapa de la juventud y adultez se refuerzan los ideales de la masculinidad, ahora traducidos en la cosmovisión de tener una familia que mantener, que a través de su cuerpo como máquina seguirán produciendo la tierra. El cuidado de su salud no es del todo atendido, las visitas con curanderos y hueseros son el acercamiento primario para tratarse algunas dolencias o remedios caseros; culturalmente aceptado. Pero el descuido, la no atención correcta e inclusive el aguante, se harán evidentes en otras etapas de sus vidas.

Envejecer y morir en el campo, son los relatos que hacen manifiestos los varones mayores entrevistados. Las preocupaciones en torno a quienes heredarán la tierra cuando mueran, hacia quién o quiénes darán continuidad con el legado histórico de la obtención de una tierra y el significado de trabajarla genera en ellos incertidumbres, tensiones y miedos que a su propio juicio los acompaña continuamente. Algunos han decidido heredar sus tierras a sus hijos (varones), porque son ellos quienes podrán dar continuidad, las hijas mujeres no entran en la posibilidad de ser herederas, ante la visión de que ellas se dedican a las labores domésticas y el cuidado de sus hijos e hijas. La visión tradicional sobre la herencia de la tierra permanece, se sostiene y se transmite generacionalmente. Nacer y envejecer en el campo desde la voz de los varones reflejan particularidades aún presentes en este siglo, de la transmisión de la tierra por vía masculina y la prevalencia de aprendizajes de género asociados a la proveeduría económica.

Notas al pie:
  • i

    A lo largo del trabajo, se utilizará de manera indistinta la palabra hombres o varones, refiriéndose a la población masculina y comprender el complejo proceso de la construcción de sus identidades genéricas y su participación en el trabajo agrícola.

  • ii

    En este documento entenderemos por experiencias vividas, a partir de la propuesta de Max Van Manen quien señala que es primordial reconstruir los ejes articuladores de la vida, a partir de las construcciones discursivas que comparte dialógicamente al sujeto que narra, compartiendo no solo narrativas, sino tiempo-contexto de lo que sucedió y por qué sucedió. A partir de ello, se logra comprender la conciencia, los significados en torno al fenómeno y otras subjetividades.

  • iii

    El bule, es una calabaza que tiene un fruto no comestible y que con su corteza seca se utiliza como recipiente para almacenar algún líquido, frecuentemente agua.

  • iv

    El municipio de Jonacatepec Morelos, pertenece a la zona oriente del estado de Morelos. Limita con los municipios, al norte con Temoac y Jantetelco, al sur con Axochiapan, al este con Jantetelco y al oeste con Ayala y Tepalcingo. De acuerdo con su toponimia, proviene del náhuatl, Xonakat-l “cebolla”, Tepetl, “cerro” y k apócope del adverbio de “lugar”. Que quiere decir, “en el cerro de las cebollas”, significado que tiene relación porque en los cerros aledaños a la población existen bulbos que producen unas azucenas blancas perfumadas, y es a estas azucenas la referencia de forma de “cebollitas”.

  • v

    Películas como “El Nazarín” de Luis Buñuel, filmada en 1958; “El Charrito” dirigida por Roberto Gómez Fernández, entre otras. Ver: http://mbfregoso.blogspot.com/2010/12/entrevistas-para-suplementeo-el.html

  • vi

    Con el objetivo de resaltar las voces de los hombres mayores que fueron entrevistados, sus relatos aparecerán en letra cursiva.

  • vii

    Un callo es piel engrosada que se forma en la parte de arriba o en un lado de un dedo del pie. El engrosamiento de la piel es una reacción protectora.

  • viii

    En este contexto, un menjunje es una combinación de hierbas, hojas o raíces que utilizan para preparar algún té o remedio casero para aliviar algún malestar.

  • ix

    Utensilio hecho con varios olotes amarrados. Es utilizado para desgranar mazorcas, por lo que también se le conoce como desgranadora.

  • x

    También conocido como cuexcomate es un tipo de granero abombado de base circular, de manufactura artesanal, típico del estado mexicano de Morelos.

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