Resumen

Los problemas de identidad nacional han sido constantes en la historia de Estados Unidos, incluso hasta hoy, siendo la Guerra Civil el ejemplo más notable de desacuerdo grave sobre la identidad y la unidad nacionales. Hay muchas interpretaciones sobre cómo se conformó como país, cuáles son sus características definitorias y cuán fácticas o meramente autocomplacientes fueron realmente o son ahora las afirmaciones de “excepcionalidad”. Este trabajo pretende ser una descripción general introductoria de la afirmación de la “excepcionalidad” desde el punto de vista empírico de la política y la sociedad comparadas, con respecto a los resultados reales del desempeño. Las perspectivas y características que se exponen a continuación no son definitivas ni exclusivas, pero son útiles para tomar en consideración a la hora de intentar comprender la formación del país y los efectos de ese proceso en la actualidad. Se ofrecen enlaces a fuentes en línea gratuitas y de alta calidad en inglés para fomentar un mayor estudio de la situación contemporánea de Estados Unidos en un contexto comparativo.

Abstract

Issues of national identity have been constants in American history, up to and including today, with the Civil War being the most notable example of serious disagreement about national identity and unity. There are many interpretations of how the country came to be, what its defining characteristics are, and how factual or merely self-congratulatory the claims of “exceptionality” really were or are now. This essay is meant as a comprehensive introductory overview of the “exceptionality” claim from an empirical comparative politics and society standpoint, regarding actual performance outcomes. The perspectives and characteristics set forth below are not definitive or exclusive, but are useful to take into consideration when trying to understand the formation of the country and the effects of that process today. Many links to high-quality, cost-free online sources in English are offered to encourage further study of the contemporary situation of the United States in a comparative context.

Palabras clave:
    • Estados Unidos;
    • Estudios estadounidenses;
    • cultura política;
    • política exterior;
    • nacionalismo.
Key Words:
    • United States;
    • American Studies;
    • political culture;
    • foreign policy;
    • nationalism.
“Cada país es único, pero Estados Unidos es diferente”. (Everett Ladd)

El concepto “excepcionalismo” en la historia nacional1

Breve historia del concepto "excepcionalismo"2

Estados Unidos ha sido el país más influyente del mundo desde 1945 y ha afirmado ejercer el liderazgo mundial desde entonces. La existencia de ese liderazgo, sus contradicciones internas y su aceptación o rechazo por parte de otros países tienen importantes raíces en los valores, actitudes e intereses estadounidenses, muchos de los cuales no son ampliamente compartidos en otros países. Estados Unidos fue fundado por inmigrantes en busca de libertad, que deliberadamente intentaban ser diferentes respecto a sus países de origen europeos, sin aristocracia, rey, emperador o religión estatal. La identidad nacional surgió de un sistema de creencias en un país de inmigrantes, en lugar de basarse en un origen étnico, como en la mayor parte de Europa. Esta ideología nacional se conoció como “americanismo” o “credo estadounidense”. El credo estadounidense, según Seymour Martin Lipset, en su clásico libro de 1996 American Exceptionalism: A Double-Edged Sword, “se puede describir en cinco palabras: libertad, igualitarismo, individualismo, populismo y laissez faire”. Lipset señaló que ese “excepcionalismo” tiene características y consecuencias tanto positivas como negativas, como se demostrará a continuación. El “excepcionalismo”, como conciencia de las diferencias entre Estados Unidos y Europa, finalmente se convirtió en uno de los componentes del nacionalismo estadounidense y ha afectado la forma en que los estadounidenses perciben el mundo y su papel en él. El concepto y lema nacional desde 1782 de “E Pluribus Unum” (“De muchos, uno”) simbolizaba el intento de asimilar diversas etnias en una sola nación, durante muchos años, optimistamente referido como un “crisol” de pueblos, ahora una frase y un objetivo controvertidos.

En parte debido a esta diversidad de pueblos, los estadounidenses han llegado a ser muy protectores de los principales símbolos nacionales: la bandera, el himno nacional y el Juramento a la Bandera (sin embargo, los tres han sido objeto de controversia y casos legales en las últimas décadas). El Juramento dice: “Juro lealtad a la bandera de los Estados Unidos de América y a la República que representa, una nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”.

Tal juramento de lealtad, inusual entre las democracias occidentales, fue escrito en 1892 como una forma de unir a la población cuando estaba compuesta en gran parte por inmigrantes recién llegados. En 1954 se añadió la frase “bajo Dios”, como testimonio del carácter religioso de la nación durante ese momento y como un aspecto anticomunista. Se recitó en las escuelas como parte de los ejercicios diarios de apertura y todavía se recita en muchos lugares. El himno nacional se toca y se canta, y la bandera se saluda con respeto (mano derecha sobre el corazón) en muchas ocasiones, incluso en eventos deportivos y reuniones de algunos grupos cívicos y políticos. Una fuerte controversia nacional sobre el significado del himno y la bandera ha estallado en los últimos años porque algunos atletas, entrenadores y dirigentes se arrodillan, en lugar de pararse respetuosamente, cuando se toca el himno antes de un partido, en protesta de la injusticia racial. Esta práctica se ha extendido a otros eventos.

El excepcionalismo estadounidense se ha expresado con frecuencia como la afirmación de que Estados Unidos es superior y tiene una misión consecuente de destino o responsabilidad, única entre las naciones, para servir como un ejemplo de libertad para la raza humana, para transmitir a otros su éxito, para liderar al mundo en la mayoría de los ámbitos, como una “Ciudad en la Colina”. La idea de que “el mundo está observando y juzgando nuestro éxito” se remonta a los escritos de algunos principales fundadores de la República, y hasta cierto punto antes, como fue en un sermón de 1630 de John Winthrop de Massachusetts sobre el esfuerzo del asentamiento puritano que dirigió. La Declaración de Independencia (1776) se formuló en términos idealistas, universalistas y democráticos y ha servido de inspiración para muchos en todo el mundo desde entonces: “Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables, entre los que se encuentran la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad ”.

Alexis de Toqueville, un astuto (y a menudo admirado) observador francés, en sus viajes al nuevo país, escribió en Democracia en América, Libro Uno, Capítulo XVIII, Parte VII, 1835, que

Los angloamericanos no solo están unidos por estas opiniones comunes, sino que están separados de todas las demás naciones por un sentimiento común de orgullo. Durante los últimos cincuenta años no se han escatimado esfuerzos para convencer a los habitantes de Estados Unidos de que constituyen el único pueblo religioso, ilustrado y libre. Perciben que, por el momento, sus propias instituciones democráticas triunfan, mientras que las de otros países fracasan; de ahí que conciban una opinión arrogante de su superioridad, y no están muy lejos de creer que pertenecen a una raza distinta de la humanidad.

Durante la Guerra Civil, en su famoso Discurso de Gettysburg (1863), uno de los principales documentos de la historia de Estados Unidos, Abraham Lincoln relacionó el éxito del experimento estadounidense con la democracia y con el destino de la democracia en el mundo: “para que esta nación, bajo Dios, tenga un nuevo nacimiento de libertad -- y ese gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no perecerá de la tierra”.

Los conceptos de “excepcionalismo” y “misión” con el tiempo se volvieron bipartidistas, con variantes Republicanas y Demócratas, como símbolo del propósito nacional y la defensa de la libertad y la democracia, impulsados especialmente por los ideales expresados durante la participación en la Segunda Guerra Mundial (“Arsenal de la democracia”) y la Guerra Fría (“Líder del mundo libre”). A pesar de ser “excepcional”, Estados Unidos a menudo se presentaba como un modelo para que otros países aprendieran y lo emularan (uno podría preguntarse, con escepticismo, si Estados Unidos es realmente tan “excepcional”, tan diferente, ¿cómo podrían otros países emularlo?). En un momento u otro, la mayoría de los presidentes estadounidenses y muchos otros políticos desde John F. Kennedy se han referido de alguna forma (ocasionalmente vaga) al concepto de “especialidad” nacional como una afirmación de la bondad estadounidense y, a veces, de obligaciones y compromisos internacionales concurrentes. El presidente Ronald Reagan, en su Discurso de Despedida de la presidencia en enero de 1989, proclamó su visión del país:

He hablado de la ciudad brillante toda mi vida política, pero no sé si alguna vez comuniqué lo que vi cuando lo dije. Pero en mi mente, era una ciudad alta e imponente construida sobre rocas más fuertes que los océanos, soplada por el viento, bendecida por Dios y llena de gente de todo tipo que vivía en armonía y paz - una ciudad con puertos libres que bullían con el comercio y la creatividad, y si tenía que haber murallas, las murallas tenían puertas, y las puertas estaban abiertas a cualquiera que tuviera la voluntad y el corazón para llegar hasta ahí.

Como ejemplo de las consecuencias internacionales de estos valores de larga duración, desde 1977, a causa de un mandato de supervisión del Congreso referente a los programas de ayuda militar y de desarrollo extranjeros de Estados Unidos, el Departamento de Estado ha elaborado un informe público anual que evalúa el historial de los derechos humanos de casi todos los países del mundo, conocido como “Country Reports on Human Rights Practices”. Según el Departamento de Estado, “los informes cubren los derechos individuales, civiles, políticos y laborales reconocidos internacionalmente, como se establece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Debido a que ningún otro país sigue esta práctica de juicio, también puede entenderse fácilmente desde el exterior como una forma de tutela moral de Estados Unidos sobre otras naciones. En marzo de 2005, en declaraciones sobre el lanzamiento del nuevo reporte titulado “Supporting Human Rights and Democracy: The U.S. Record, 2004-2005”, la secretaria de Estado Condoleezza Rice dejó implícita la tutela moral estadounidense sobre el mundo al proclamar que “en todo lo que está por venir, nuestra nación continuará aclarando a otras naciones la elección moral entre la opresión y la libertad, y dejaremos en claro que, en última instancia, el éxito en nuestras relaciones dependerá del trato de su propia gente”. En lo que entonces eran sentimientos prácticamente bipartidistas pero idealistas de la misión de Estados Unidos en el mundo, el presidente George W. Bush, en su segundo discurso inaugural (enero de 2005), declaró: “Así, es política de Estados Unidos buscar y apoyar el crecimiento de los movimientos e instituciones democráticos en cada nación y cultura, con el objetivo final de acabar con la tiranía en nuestro mundo”.

Tan arraigada está dicha proclividad de larga data a juzgar la conducta interna de otras naciones, que incluso durante la agitación postelectoral de 2020 a 2021, cuando el presidente Donald Trump se negó rotundamente durante meses a aceptar su derrota en las urnas en la reelección del 3 de noviembre de 2020, el Departamento de Estado emitió irónicamente críticas a la integridad del proceso electoral en Venezuela y continuó con su preocupación por la situación política y electoral de Nicaragua y Haití. Pero el público en realidad concede poca prioridad a los esfuerzos estadounidenses por promover la democracia en el exterior.

El presidente Barack Obama y los funcionarios de su administración se refirieron a Estados Unidos como la “nación indispensable” para los asuntos mundiales, una frase utilizada anteriormente por la secretaria de Estado Madeline Albright en la administración de Bill Clinton durante la década de 1990. En la campaña presidencial de 2016, la candidata demócrata Hillary Clinton fue referida por la revista The Atlantic al decir en una convención de veteranos militares de la American Legion que “Estados Unidos es una nación excepcional... No es solo que tenemos el ejército más grande, o que nuestra economía es más grande que cualquier otra en la Tierra, también es la fuerza de nuestros valores... Nuestro poder viene con la responsabilidad de liderar”.

En un claro e irónico contraste, partiendo de la tradicional (y casi obligatoria) retórica republicana, Donald Trump, incluso en su discurso inaugural, se negó a utilizar la designación habitual de excepcionalidad, pero difundió una visión más sombría de “Estados Unidos primero” y la decadencia y violencia imperante en una nación que sería “grande otra vez” solo si él fuese elegido presidente. Pero la plataforma del Partido Republicano en 2016 incluyó una sección sobre el excepcionalismo estadounidense (“la noción de que nuestras ideas y principios como nación nos dan un lugar único de liderazgo moral en el mundo”) y se refirió a Estados Unidos como la “nación indispensable”.

Una encuesta del Pew Research Center de septiembre de 2019 resumió: “En general, la mayoría de los estadounidenses dicen que Estados Unidos ‘está por encima de todos los demás países’ (24%) o que es ‘uno de los mejores países, junto con algunos otros’ (55%). Aproximadamente uno de cada cinco (21%) dice ‘hay otros países que son mejores que Estados Unidos’. Sin embargo, un poco más de un tercio (36%) de los adultos de 18 a 29 años dicen que hay otros países que son mejores que Estados Unidos, la más alta proporción de cualquier grupo de edad”.

Otra encuesta de enero de 2021 del American Enterprise Institute señaló:

A pesar de la deslucida respuesta federal al brote de COVID-19 y un violento asalto al Capitolio de Estados Unidos, los estadounidenses permanecen firmes en su creencia de que la cultura estadounidense y el estilo de vida estadounidense son superiores a los demás. Más de la mitad (53 por ciento) de los estadounidenses dicen que el mundo estaría mucho mejor si más países adoptaran los valores y el estilo de vida estadounidenses. Aproximadamente cuatro de cada 10 (42 por ciento) difiere de esta afirmación. Existe un acuerdo aún mayor entre el público de que Estados Unidos siempre ha sido una fuerza para el bien en el mundo. Casi tres cuartas partes (73 por ciento) de los estadounidenses están de acuerdo, mientras que aproximadamente uno de cada cuatro (24 por ciento) rechaza la idea de que Estados Unidos ha sido consistentemente virtuoso en sus acciones en el exterior [...] Existen enormes diferencias generacionales en las opiniones sobre el excepcionalismo estadounidense. Es mucho más probable que los adultos jóvenes desafíen las nociones de que Estados Unidos sirve como un faro moral. Menos de la mitad (43 por ciento) de los adultos jóvenes (de 18 a 29 años) creen que el mundo estaría mejor si más países adoptaran los valores y el estilo de vida estadounidenses. En contraste, siete de cada 10 (70 por ciento) personas mayores (65 años o más) están de acuerdo con esta afirmación. Los adultos jóvenes también están mucho menos inclinados a creer que Estados Unidos sigue siendo una fuerza para el bien en el mundo.

Interpretaciones de la historia estadounidense y su papel mundial

Como cualquier principio nacionalista, la tesis de la excepcionalidad requiere una comprensión deliberadamente selectiva e incompleta de la historia nacional. Para la mayoría de los partidarios de la tesis de la excepcionalidad, la designación de “excepcional” o “especial” ha sido aceptada históricamente como un dogma de fe, casi evidente o a priori, como un elemento retórico del patriotismo del 4 de Julio o del Juramento a la Bandera. (“¡El país más grande del mundo!”). En gran parte del público en general, la historia estadounidense se entiende comúnmente como una serie de éxitos, superación de obstáculos, mejora, progreso, inventiva, fe en la tecnología, optimismo del tipo “se puede hacerlo”, defensa de la libertad y una autoconfianza nacional que se remonta al “espíritu pionero”.

Existe una creencia pública y una narrativa dominante generalizada y de larga duración que se corresponde a la idea de que Estados Unidos no es agresivo ni manipulador en el mundo, sino virtuoso, defensivo y generoso, con los mejores intereses de la humanidad en el corazón. Según este punto de vista, las metas y las guerras estadounidenses, por lo tanto, no son de interés propio, sino que están diseñadas para ayudar a otros, librar al mundo del mal, luchar contra la opresión y la tiranía y promover la libertad y la democracia globales (tanto es así, dirían el expresidente Trump y sus seguidores, que otros países se sienten libres para “aprovecharse” de Estados Unidos). Pero, según encuestas del Pew Research Center, “la gente de otras naciones lleva mucho tiempo diciendo que Estados Unidos no tiene en cuenta los intereses de sus países a la hora de tomar decisiones de política internacional”. Para muchos escépticos fuera del país, en lugares donde se siente una fuerte influencia estadounidense, la etiqueta de “excepcional” es un autocomplaciente complejo de superioridad y ha sido principalmente utilizado para justificar la influencia, las intervenciones o la hegemonía de Estados Unidos como algo benigno, una justificación común para imperios a lo largo de los siglos. En cualquier caso, ha resultado difícil para los estadounidenses comprender a otros pueblos con una historia y una cultura muy diferentes, como Vietnam, Afganistán, Irak o Siria. Lo contrario también es cierto.

En cuanto a la aceptación del reclamo de “excepcionalidad” en el extranjero, según lo publicado en 2016 en el New York Times:

Jeremy Shapiro, director de investigación del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, dijo que esta idea, aunque muy extendida en Estados Unidos, es algo así como una falacia. Solo los estadounidenses creen que el poder de Estados Unidos es virtuoso por naturaleza; en otros lugares, la gente ve esta idea no solo como falsa, sino también peligrosa. ‘La disyuntiva en la forma en que esto se ve en el extranjero y al interior es uno de los grandes problemas en la política exterior de Estados Unidos’, dijo Shapiro, quien es estadounidense. ‘Esta es una imagen que los estadounidenses tienen de sí mismos, pero que simplemente no la comparten, ni siquiera sus aliados.

Por razones históricas, Europa Occidental usualmente ha sido el marco de referencia implícito en el debate estadounidense sobre el “excepcionalismo”. Las encuestas de opinión y actitudes públicas han mostrado varias formas clave en las que Estados Unidos es de hecho significativamente diferente en valores y actitudes con respecto a Europa y a gran parte del resto del mundo. Una encuesta de Pew de 2015 halló que los estadounidenses son más optimistas sobre la calidad de su vida diaria que los ciudadanos de otros países ricos. En otra encuesta de Pew de 2016, en relación con los países de Europa occidental, los estadounidenses mostraron niveles más altos de individualismo, que eran más propensos a creer que tenían el éxito individual dentro de su propio control personal, tendían a priorizar la libertad individual sobre el papel del Estado, se mostraron más dispuestos a tolerar el discurso ofensivo, dieron más importancia a la religión en sus vidas y fueron más conservadores en sus creencias sobre la moralidad sexual.

La política interna de Estados Unidos juega un papel clave en las consecuencias prácticas de estas diferencias. Los Demócratas llegaron a ver a Europa occidental como un modelo para programas sociales “progresistas” y nivelación de ingresos, pero los Republicanos han enfatizado la idea de “excepcionalidad” como una forma de justificar su rechazo a esos modelos europeos “socialistas” e inapropiados para Estados Unidos. No es de extrañar que la mayor brecha de valores entre Estados Unidos y Europa en las encuestas sea entre Republicanos y europeos. Pero la audiencia principal de la afirmación de que Estados Unidos es “excepcionalmente virtuoso” es en gran medida la nacional. Pocos estadounidenses muestran interés o paciencia para comparar seriamente a Estados Unidos con otros países -como las democracias occidentales- de forma empírica, utilizando diversas variables, para comprobar si Estados Unidos es realmente “mejor” o “superior”, ya sea en determinadas características o en general (en las últimas dos décadas, algunos libros de texto universitarios de Política Comparada han incorporado a Estados Unidos como un importante caso de estudio comparativo o como marco de referencia, lo que supone un cambio respecto a las prácticas anteriores).

El público de Estados Unidos y sus líderes no han mostrado mucho interés a lo largo del tiempo, ni en las opiniones extranjeras sobre Estados Unidos, ni en la adaptación explícita de políticas o prácticas de otros países. Los defensores del “excepcionalismo” tampoco se molestan en ver si esa autodenominación tan halagadora es ampliamente aceptada en el extranjero, ni siquiera se preocupan regularmente por la imagen de Estados Unidos en el mundo, o por la imagen del liderazgo estadounidense en el exterior, que siempre varían según el país. La opinión en el exterior sobre Estados Unidos también ha variado en medida sustancial según el presidente en funciones, como ha sido el dramático contraste de opinión registrado entre Donald Trump y su sucesor Joseph Biden. Eventos dramáticos, como los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, el inicio de la guerra en Irak en marzo de 2003, la respuesta a la pandemia de COVID-19 y el ataque de una multitud pro-Trump al Congreso de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, también han impactado en la imagen que se tiene de Estados Unidos en el exterior.

Principales diferencias entre Estados Unidos y otras democracias industriales: el atípico caso estadounidense

Uso de evidencia empírica en comparación

Para evaluar la validez de la afirmación de excepcionalidad en sí, sería útil examinar empíricamente, con evidencia, el grado en que Estados Unidos es realmente excepcional (es decir, significativamente diferente o distintivo) o con respecto a las democracias occidentales, o en algunos casos a nivel mundial, en algunas prácticas clave y sus resultados reales en el país como un todo. El examen comparativo de Estados Unidos en relación con otros países ofrece perspectivas y percepciones que permiten una visión más integral del país a la luz de las prácticas y logros o deficiencias del 95% restante de la raza humana. Juzgar cuál estatus nacional en su conjunto, desempeño o práctica es “mejor”, “más deseable” o incluso “excepcional” es una consideración normativa que se realiza mejor en un contexto de evaluación y valor holístico, incluyendo aspectos intangibles y filosóficos. Esa tarea se dejará a las preferencias normativas del lector.

Es importante tener en cuenta que el gran tamaño de Estados Unidos en el mundo en cuanto a población (3°), territorio (3°) y economía (1°) complica tanto la gobernanza como el grado de precisión posible en las comparaciones individuales con democracias más pequeñas, como Dinamarca o los Países Bajos, especialmente si solo se considera el tamaño o la producción total. Por ejemplo, la economía de California es del tamaño de la de Francia y la economía de Georgia y Carolina del Norte son ambas del tamaño de la de Bélgica. Una medida per cápita es a menudo la forma más apropiada o precisa de llegar a una lectura comparable del desempeño nacional. Las comparaciones y contrastes por país a través de encuestas o estadísticas internacionales representan solo aproximaciones en momentos particulares en el tiempo, pero brindan información desde varios ángulos sobre la cambiante forma de ser de los estadounidenses. Aunque consideraremos Estados Unidos como un todo, en una nación tan grande, diversa y compleja existen variaciones regionales y sociales y subculturas, de tal forma que con el tiempo se producen cambios importantes en todas las variables.

1. Formación histórica diferente

Menos influenciado por factores extranjeros que los países europeos, regionalmente dominante sin alguna ocupación extranjera y en relativo aislamiento geográfico, Estados Unidos pudo seguir su propio curso de desarrollo de manera más autónoma que la mayoría de las democracias occidentales actuales. La herencia inglesa de la democracia de base se combinó con una desconfianza o falta localista de respeto de los estadounidenses por la autoridad, especialmente la autoridad distante. La frontera abierta y el sometimiento de los nativos americanos establecieron patrones de asentamiento que favorecían el individualismo y la autosuficiencia, la abundancia de recursos y una tradición de propiedad de la tierra y de respeto a la propiedad privada. (estos valores todavía son bastante prominentes en la cultura y los patrones de votación conservadores en la mayor parte del oeste americano y de Alaska). La abundancia de recursos naturales de gran variedad facilitó el desarrollo económico nacional. Bajo la justificación interesada del “Destino Manifiesto”, Estados Unidos se expandió del Atlántico al Pacífico, incluyendo la anexión de Texas y la toma de un amplio porcentaje del territorio mexicano con el acuerdo de 1848 después de la intervención estadounidense en México, para convertirlo en el suroeste de Estados Unidos y California.

Ha habido un grado inusualmente alto de estabilidad en el régimen (forma de gobierno) porque la constitución estadounidense (1787) fue una de las primeras en forma escrita. Es la constitución escrita más antigua todavía en uso continuo en el mundo, si tenemos en cuenta que la constitución del Reino Unido no es un solo documento escrito. Estados Unidos se fundó sobre el liberalismo en el sentido clásico. Esta herencia de John Locke, aunque muy modificada por los cambios, ha conducido en la época contemporánea a un gobierno relativamente limitado, a un Estado débil en contraste con muchas democracias y a poderes en buena parte distribuidos según la Constitución y la práctica a los estados y las localidades por un complicado sistema de federalismo. La lealtad a los estados era fuerte en los primeros años de la República, y los fundadores de la nueva democracia (una forma de gobierno novedosa en aquella época) veían la dispersión de la autoridad como una protección contra la tiranía.

Estados Unidos adoptó un sistema presidencial, también novedoso en ese momento, mientras que la mayoría de las democracias hoy utilizan un sistema parlamentario. La separación de poderes y los pesos y contrapesos entre las tres ramas del gobierno federal extendió aún más la autoridad, a diferencia del sistema parlamentario. En el país se estableció un sistema esencialmente bipartidista con distritos uninominales (el ganador se lo lleva todo), bases locales, baja disciplina partidista hasta hace poco y grandes dificultades para formar terceros partidos, distinto a muchos sistemas parlamentarios. Después del caso Marbury contra Madison ante la Corte Suprema de (1803), se adoptó la revisión judicial de las actas del Congreso y del Ejecutivo. Esta práctica estadounidense de facultar al tribunal superior para declarar nulas y sin efecto las leyes y acciones ejecutivas que se consideren inconstitucionales se convirtió en un modelo que finalmente se extendió a más de 100 países después de la Segunda Guerra Mundial.

El Colegio Electoral es único en el mundo y una fuente aparentemente complicada de desconcierto en el exterior, en tanto que un candidato presidencial puede ganar una clara mayoría del voto popular en la elección directa, pero no llegar a ganar el cargo, dependiendo de cómo sumen los resultados en cada uno de los 50 estados en el Colegio Electoral. Este desequilibrio ha ocurrido cinco veces, siendo las más recientes las cerradas elecciones de 2000 y 2016. El Colegio Electoral fue un compromiso plasmado en la Constitución en el contexto de la década de 1780, por el cual se aseguró a los estados más pequeños que los más grandes en población no capturarían la presidencia de manera constante. Sin embargo, incluso con esta curiosa y controvertida institución, hoy en día el sistema electoral estadounidense ocupa, en general, un lugar destacado en el mundo según las principales evaluaciones de autoridades internacionales.

2. Gobierno más limitado

Un indicio del tamaño comparativo y relativo de los gobiernos puede ser medido por los aspectos de las finanzas del gobierno nacional (ingresos y gastos). En 2020, solo cuatro (Turquía, Irlanda, México e Indonesia) del total de 42 países encuestados por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) se ubicaron por debajo de Estados Unidos (31.52%) en Ingresos del Gobierno General como porcentaje del PIB. En el mismo año, solo 7 de los 34 países encuestados por la OCDE se ubicaron por debajo de Estados Unidos (38.14%) en Gasto del Gobierno General como porcentaje del PIB. Según la OCDE, con respecto al último indicador, “en la gran variación en este indicador destaca la diversidad de enfoques de los países para la entrega de bienes y servicios públicos y protección social, pero no necesariamente diferencias en los recursos gastados”. En los dos indicadores juntos, solo dos países de Europa occidental se ubicaron por debajo de Estados Unidos: Irlanda y Suiza. En términos de ingresos fiscales totales recaudados en todos los niveles de gobierno, Estados Unidos ocupó el puesto 32 de 37 países con el 24.47% del PIB en 2019. El promedio de la OCDE fue 33.84%. Estados Unidos se diferencia de la mayoría de los países de la OCDE en la configuración de las fuentes tributarias como parte de los ingresos tributarios totales. A diferencia de 160 países en el mundo y todos los demás miembros de la OCDE, Estados Unidos no utiliza el impuesto al valor agregado (IVA). La mayoría de los impuestos al consumo en Estados Unidos se encuentran a nivel estatal y local.

3. Fuerte individualismo

La cultura estadounidense exhibe un nivel comparativamente alto de individualismo (como en la famosa frase “vida, libertad y la búsqueda de la felicidad” de la Declaración de Independencia) y una tendencia a preferir la responsabilidad individual sobre la acción del gobierno. El sistema de valores dominante y la mayor parte de la retórica pública se enmarcan en el objetivo de proporcionar igualdad de oportunidades y “libertad y justicia para todos” en vez de garantizar la igualdad de resultados. En la práctica, esta es una postura contra la nivelación social. Una encuesta del Pew Research Center de 2011 halló que:

Las opiniones estadounidenses continúan difiriendo considerablemente de las de los europeos occidentales cuando se trata de puntos de vista sobre el individualismo y el papel del Estado. Casi seis de cada diez estadounidenses (58%) creen que es más importante que todos sean libres para perseguir los objetivos de su vida sin interferencia del Estado, mientras que solo el 35% dice que es más importante que el Estado desempeñe un papel activo en la sociedad para garantizar que nadie pase la vida sin necesidades básicas. En contraste, al menos seis de cada diez en España (67%), Francia (64%) y Alemania (62%) y el 55% en Gran Bretaña dicen que el Estado debería asegurarse de que nadie esté necesitado; aproximadamente cuatro de cada diez o menos consideran que estar libre de interferencias estatales es una prioridad más alta.

4. Votar

Votar nunca ha sido obligatorio (como en algunas democracias), el registro de votantes no es automático y no existe un sistema nacional de tarjetas de identificación. Según una encuesta de Pew de 2021, “poco más de un tercio de los Republicanos y los independientes de tendencia Republicana (36%) dicen que es muy o algo importante que la votación sea obligatoria para todos los ciudadanos, en comparación con la mayoría de los Demócratas y los independientes de tendencia Demócrata (62%)”. El nivel de participación de votantes en las elecciones presidenciales es menor que en las democracias europeas y Canadá. Según Pew, “la participación del 55.7% de la PEV [población en edad de votar] en 2016 coloca a Estados Unidos por detrás de la mayoría de sus pares de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la mayoría de cuyos miembros son Estados democráticos altamente desarrollados. En cuanto a las elecciones nacionales más recientes en cada país de la OCDE, Estados Unidos se ubica en el lugar 30 entre 35 países para los que hay datos disponibles”. El derecho al voto y la seguridad electoral se han convertido en temas importantes desde 2020, con “reformas” a menudo presentadas en sentidos opuestos.

En Estados Unidos la regulación de las elecciones es en gran medida asunto de los estados. Siguiendo el liderazgo retórico de Trump, los Republicanos de todos los niveles expresaron su preocupación por el fraude electoral, a pesar de que no había pruebas creíbles de que dicho fraude ocurrió en noviembre de 2020. En 2021, muchos estados bajo el liderazgo Republicano aprobaron leyes que harán más difícil votar, a título de asegurar la integridad de las elecciones. Los Demócratas, a su vez, están tratando de aflojar las restricciones para que votar sea más fácil. Al margen de ello, con el 23.5% de los miembros del Congreso siendo mujeres en 2019, Estados Unidos está lejos de ser un líder entre las naciones del mundo en cuanto a la representación de las mujeres en política nacional, aun cuando promueve el empoderamiento de las mujeres en otros países.

5. Rechazo al socialism

Los valores individualistas han ayudado a formar una cultura política que desalienta fuertemente los movimientos y partidos socialistas y marxistas, incluso entre la clase trabajadora, que fue uno de los grupos anticomunistas más fuertes de la nación durante la Guerra Fría. Ha habido muy poco interés en ideologías extremas como el anarquismo, el fascismo y el marxismo. El socialismo de estilo europeo nunca desarrolló un número considerable de seguidores, incluso con el surgimiento de un estado de bienestar al estilo estadounidense bajo el presidente Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión de la década de 1930. Aunque una minoría de estadounidenses (especialmente los jóvenes) ahora tienen una visión positiva del socialismo y ven las desventajas del capitalismo, en general, el centro político estadounidense, definido en términos generales, todavía es adverso al “socialismo” y está más a la derecha respecto a la Europa Occidental. Y dentro de dicho contexto más conservador, una encuesta de Gallup halló que, en 2020, “las opiniones ideológicas generales de los estadounidenses eran aproximadamente las mismas en 2020 que en 2019, con un 36%, en promedio, identificándose como conservador, el 35% como moderado y el 25% como liberal”. En 2021, el Partido Republicano se posiciona como uno de los más conservadores entre los principales partidos occidentales en sus posiciones políticas, con tendencias autocráticas bajo Trump, mientras que los Demócratas están cerca del centro occidental.

6. Tasas de impuestos más bajas para los ricos y las corporaciones

La cultura y la práctica políticas estadounidenses tienen una actitud bastante laissez faire hacia las empresas y las grandes corporaciones (en comparación con muchas democracias) y favorecen a un gran sector privado sin corporaciones estatales. Estados Unidos es comparativamente amigable para las empresas de acuerdo con los patrones internacionales. Según el ranking de libertad económica del Instituto Fraser, en 2018, Estados Unidos ocupó el sexto lugar en el mundo. El Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage ubicó a Estados Unidos en el vigésimo lugar del mundo (“mayormente libre”) en 2021. Heritage señaló en el perfil de Estados Unidos que “los principales obstáculos para una mayor libertad económica en Estados Unidos continúan siendo el gasto gubernamental excesivo, los insostenibles niveles de endeudamiento y la regulación intrusiva de los sectores financiero y de salud”.

La composición de los ingresos fiscales varía de un país a otro. Las tasas del impuesto sobre la renta a las personas físicas en Estados Unidos a nivel federal están por debajo del promedio entre las naciones desarrolladas, pero muchos estados y localidades estadounidenses también recaudan un impuesto sobre la renta y/o sobre las ventas. Los ultrarricos pueden evitar completamente el pago de impuestos sobre la renta, o pagar solo una cantidad relativamente pequeña, debido a la forma en que el código tributario está enmarcado en su beneficio y gracias a la influencia de cabildeo de los donantes ricos en ambos partidos políticos. Las tasas de impuestos sobre las ganancias corporativas en Estados Unidos se ubicaron en 2019 solo dos lugares por encima de la tasa más baja entre todos los miembros de la OCDE. La brecha entre el salario de los directores ejecutivos y el de los trabajadores ordinarios en las corporaciones estadounidenses fue de una proporción de 320 a 1 en 2019, la mayor disparidad entre los 20 mayores países del mundo. Esta combinación minimiza las transferencias de ingresos a través de impuestos, comparativamente analizadas, pero permite un mayor porcentaje de renta disponible para la mayoría de los contribuyentes, en relación con sociedades más colectivas. Para Estados Unidos, en 2008 la OCDE halló comparativamente que:

La redistribución de los ingresos por parte del gobierno juega un papel relativamente menor en Estados Unidos. Solo en Corea del Sur el efecto es menor. Esto se debe en parte a que el nivel de gasto en prestaciones sociales, como son las prestaciones por desempleo y prestaciones familiares, es bajo, equivalente a solo el 9% de los ingresos familiares, mientras que el promedio de la OCDE es del 22%. La efectividad de los impuestos y las transferencias para reducir la desigualdad han caído aún más en los últimos 10 años.

7. Desigualdad de ingresos y riqueza

Con respecto a la competitividad de su economía, Estados Unidos obtiene un puntaje muy alto (número 2 en 2019) en el ranking del Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial y tiene uno de los ingresos per cápita promedio más altos del mundo, pero el ingreso y la distribución de la riqueza son inusuales. En parte como consecuencia de todas las características anteriores, según la OCDE, “Estados Unidos es el país con el nivel de desigualdad y la tasa de pobreza más altos de la OCDE, después de México y Turquía. Desde 2000, la desigualdad de ingresos ha aumentado rápidamente, continuando con una tendencia de largo plazo que proviene desde la década de 1970”. Entre los países encuestados por la OCDE en 2019, miembros y varios no miembros, solo Costa Rica tenía una tasa de pobreza más alta en la población total que Estados Unidos, la cual es definida así: “La tasa de pobreza es la relación entre el número de personas (en un grupo de edad determinado) cuyos ingresos están por debajo del umbral de pobreza; tomado como la mitad de la renta familiar media de la población total”.

Como ocurre en la mayoría de los países, en Estados Unidos la propiedad de la riqueza acumulada (activos financieros) está más concentrada que los ingresos. Un minucioso estudio de la OCDE de 2018 sobre la distribución de la riqueza acumulada de los hogares en 28 países miembro halló, según diversas medidas, que:

La desigualdad de la riqueza, medida por la proporción de la riqueza neta que posee el 10% de los hogares más ricos, es la más alta en Estados Unidos, que es seguido por los Países Bajos y Dinamarca, y la más baja en la República Eslovaca y Japón... De los cinco países de la OCDE para los que hay observaciones disponibles, la desigualdad de la riqueza aumentó tanto en Estados Unidos como en Reino Unido desde la Gran Recesión.

La OCDE también halló para Estados Unidos que, a partir de 2008, “la riqueza se distribuyó de manera mucho más desigual que los ingresos: el 1% superior controla entre el 25 y el 33% del patrimonio neto total y el 10% superior posee el 71%. A modo de comparación, el 10% superior tiene el 28% de los ingresos totales”.

Los hogares con un flujo de ingresos suficiente en tiempos normales, pero que poseen activos de riqueza limitados, son mucho más vulnerables cuando los ingresos caen en recesiones económicas como la Gran Recesión en 2008 o las restricciones de COVID-19 de 2020 y su recuperación es más lenta, si es que son capaces de recuperarse. Un estudio de Pew de 2020 halló para los Estados Unidos que:

La brecha de riqueza entre las familias de ingresos altos y las familias de ingresos medios y bajos es más pronunciada que la brecha de sus ingresos y está creciendo más rápidamente... La brecha de riqueza entre familias de ingresos altos y familias de ingresos medios y bajos se ha ampliado en este siglo. Las familias de ingresos altos fue el único grupo capaz de incrementar su riqueza de 2001 a 2016, sumando un 33% a la mediana. Por otro lado, las familias de ingresos medios vieron cómo su patrimonio neto medio se redujo en un 20% y las familias de ingresos más bajos experimentaron una pérdida del 45%. En 2016, las familias de ingresos altos tenían 7.4 veces más riqueza que las familias de ingresos medios y 75 veces más riqueza que las familias de ingresos más bajos. Estas proporciones subieron 3.4 y 28 en 1983, respectivamente... la brecha de riqueza entre las familias más ricas y las más pobres de Estados Unidos se duplicó con creces entre 1989 y 2016. En 1989, el 5% de las familias más ricas tenía 114 veces más riqueza que las familias en el segundo quintil, 2.3 millones de dólares en comparación con 20,300 dólares. Para 2016, esta proporción había aumentado a 248, un aumento mucho más pronunciado que la brecha cada vez mayor en los ingresos.

El público se está volviendo más consciente de este grado inusual de desigualdad de ingresos y riqueza, aunque hay poca conciencia de la posición inusualmente alta que Estados Unidos ocupa a nivel internacional en esta medida. La mayoría de los estadounidenses dice (2020) que hay demasiada desigualdad económica en Estados Unidos, pero el sentimiento es definitivamente más pronunciado entre los Demócratas y aquellos que se inclinan por los Demócratas (78%), así como el público en general (61%), que entre los Republicanos y aquellos que se inclinan por una identificación Republicana (41%). Demonizar a los ricos no es común en Estados Unidos, la brecha económica no es un asunto importante, y una fuerte opinión pública respecto a la extralimitación del gobierno (el componente del laissez faire de la cultura estadounidense) actúa en contra de la redistribución de ingresos a través de los impuestos, incluso cuando las brechas de riqueza e ingresos continúan ampliándose. Una encuesta de GlobeScan en 2012 mostró que, entre 23 países, solo Australia y Canadá ocuparon un lugar más alto que Estados Unidos al creer que “la mayoría de las personas ricas de mi país merecen su riqueza”, siendo Estados Unidos uno de los seis países donde la mayoría expresó dicho sentimiento. En mayo de 2021, según Gallup, solo el 2% de los encuestados mencionó la brecha en la riqueza como el problema más importante que enfrenta el país.

Para una perspectiva más amplia del bienestar comparativo, más allá de la distribución del ingreso y de la riqueza, el Índice de Prosperidad del Instituto Legatum es un proyecto citado a menudo para medir el desarrollo general de los países. Para medir la “prosperidad” en el mundo, el Instituto Legatum utiliza “12 pilares, que comprenden 66 elementos diferentes, medidos por cerca de 300 indicadores discretos a nivel de país, utilizando una amplia gama de fuentes de datos disponibles públicamente” para clasificar a los países. En el Índice de 2020, Estados Unidos ocupó el 18º lugar en “prosperidad” en una lista de países que comprenden casi el 100% de la población mundial.

8. Movilidad social

¿Y qué tal la promesa estadounidense de movilidad social, como la oportunidad de abrirse camino mediante la educación, las habilidades, el trabajo duro, la diligencia, la autodisciplina, el ahorro y otras virtudes personales que la cultura dice valorizar? Los resultados comparativos están consistentemente por debajo de lo que la mayoría de los estadounidenses esperaría. El Foro Económico Mundial ha creado un nuevo Índice de Movilidad Social Global, para medir la movilidad social por país, incluyendo los roles del gobierno y las empresas, para demostrar “por qué las economías se benefician de corregir la desigualdad” al maximizar el capital humano a través de la innovación y el crecimiento. “La movilidad social puede ser entendida como el movimiento en circunstancias personales ya sea ‘hacia arriba’ o ‘hacia abajo’ de un individuo en relación con la de sus padres”. La edición 2020 clasifica a Estados Unidos como el número 27 en movilidad social en una lista de 82 países/economías. “Entre las economías del G7, Alemania es la más móvil socialmente, ocupando el puesto 11° con 78 puntos, seguida de Francia en el puesto 12°. Canadá ocupa el puesto 14° seguido de Japón (15º), el Reino Unido (21º), Estados Unidos (27º) e Italia (34º)”. Un estudio exhaustivo realizado por la OCDE en 2018 estimó cuántas generaciones le tomaría a una persona nacida en una familia de bajos ingresos alcanzar el ingreso medio en su sociedad. En Estados Unidos le llevaría 5 generaciones, situándose por debajo de las 4.5 generaciones para el promedio de los miembros de la OCDE.

9. Atención médica

La atención médica tiene muchos aspectos y contextos, por lo que comparar sistemas completos de manera objetiva y precisa es difícil. Sin embargo, en los intentos más serios de comparación, Estados Unidos no se ubica bien a nivel internacional respecto a otros países desarrollados ni en el estado actual de salud pública ni en los indicadores estándar de atención médica. La atención de la salud en Estados Unidos se trata como un bien privado, no público. Según un estudio del World Policy Analysis Center de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), “Estados Unidos es el único país rico que no proporciona ninguna licencia por enfermedad pagada obligatoriamente a nivel nacional”. A diferencia de la mayoría de las democracias industrializadas, Estados Unidos no tiene un sistema nacional de prestación de asistencia sanitaria. La Ley del Cuidado de Salud a Precios Accesibles (“Obamacare”) es un acuerdo de seguro suscrito por el gobierno federal. Todavía es funcional, a pesar de los muchos intentos Republicanos de acabar con esa ley, pero se ha eliminado el requisito original de que todos los ciudadanos tengan algún tipo de seguro o paguen una multa.

La Fundación Peter G. Peterson concluyó en 2020 que “a pesar del gasto significativamente alto en atención médica, los resultados de salud en Estados Unidos no son mejores que los en otros países desarrollados. En realidad, Estados Unidos tiene un desempeño peor en algunas métricas de salud comunes, como son la esperanza de vida, la mortalidad infantil y la diabetes no controlada”. La Asociación Estadounidense de Salud Pública informó que “a muchas personas les cuesta creer que Estados Unidos tenga un desempeño deficiente en la mayoría de las medidas de salud en comparación con otros países de ingresos altos. Pero la verdad es que un estudio tras otro apoya las mismas dos conclusiones: 1. Estados Unidos gasta más en atención médica, pero tiene peores resultados en salud que países comparables de todo el mundo. Esto es válido para todos los grupos de edad e ingresos. 2. Dentro de Estados Unidos existen disparidades inaceptables en la salud según raza y grupo étnico, condado por condado y estado por estado”.

10. Relaciones étnicas y raciales

A diferencia de la experiencia histórica de la mayoría de las democracias occidentales, la ocupación de lo que ahora es Estados Unidos por personas de ascendencia europea fue posible, en gran parte, gracias a la reducción, el dominio y el desplazamiento de la población indígena americana, a menudo mediante la violencia, la guerra librada por el ejército y los tratados incumplidos. Además, a diferencia de la mayoría de las democracias occidentales, Estados Unidos tiene una historia de tradición esclavista en su territorio nacional, principalmente en los estados del sur, que duró hasta el final de la Guerra Civil en 1865, que a su vez fue precipitada en gran medida por la cuestión de la esclavitud. El legado de esta historia, incluida la posición desfavorecida y la marginación de muchos afroamericanos e indígenas americanos que sufren desigualdades raciales en la sociedad en general desde esa fecha, ha hecho de la discriminación racial y la desigualdad un tema importante en el debate nacional. Los delitos de odio [hate crimes] basados ​​en la raza o el origen étnico han ido en aumento. La división racial se hizo dramática recientemente a causa de los eventos que llevaron a la creación del movimiento Black Lives Matter, que se ha globalizado, incluyendo a América Latina.

Reconocer estos problemas raciales e injusticias hacia varios grupos de personas de color, incluidas las reclamaciones de reparaciones, ha sacudido la política estadounidense en los últimos años, ha provocado serios protestos y disturbios urbanos y ha planteado cuestiones sobre las prácticas policiales.

Estados Unidos supera con creces a otras democracias occidentales en el número de asesinatos cometidos por la policía como porcentaje de la población total, en parte debido a la prevalencia de armas de fuego entre los que la policía encuentra en sus funciones.

Las interpretaciones comunes de la historia nacional en las escuelas, monumentos públicos, nombres de escuelas y equipos deportivos, y en otros lugares están ahora siendo desafiadas por el rechazo a la “Teoría Crítica sobre Raza” [Critical Race Theory] y la “Cultura de la Cancelación” [Cancel Culture] desde los sectores conservadores de la sociedad y sus medios de comunicación. Los blancos (que no son latinos o hispanos) constituían el 60.1% de la población en julio de 2019, los hispanos y latinos el 18.5%, los negros o afroamericanos (que no son latinos o hispanos) el 13.4% y los asiáticos el 5.9%. Las personas nacidas en el extranjero constituían el 13.6% de la población. El curso de esta controvertida reexaminación del papel del racismo en el pasado y el presente nacionales, en una sociedad compleja y cada vez más multirracial con blancos en declive como porcentaje de la población, merece una cuidadosa atención y puede eventualmente conducir a una imagen nacional propia significativamente modificada.

11. Religiosidad

Una de las formas más distintivas en las que Estados Unidos se ha diferenciado de Europa (y gran parte del mundo desarrollado) es por su mayor grado de religiosidad. “En Dios confiamos” es un lema nacional en la moneda, inusual para una nación occidental. Un resumen de la encuesta Gallup de 2019 señaló: “El conjunto de resultados de Gallup lleva a la conclusión de que poner un porcentaje a la creencia de los estadounidenses en Dios depende de cómo se defina “creer”. Si el estándar es la certeza absoluta -sin evasivas ni dudas- es alrededor de dos tercios. Si el estándar es una propensión a creer más en vez de no creer, entonces la cifra está en un punto cercano a las tres cuartas partes”. Los estadounidenses son claramente un caso aparte en el gráfico de muchos países respecto a la importancia de las creencias religiosas en relación con el ingreso nacional promedio. De acuerdo con Pew:

Las naciones con niveles más altos de producto interno bruto per cápita tienden a tener porcentajes más bajos al decir que la religión es muy importante en sus vidas. Sin embargo, Estados Unidos es un claro caso atípico en este patrón: una nación rica que también es relativamente religiosa.

Numerosas encuestas internacionales sobre religión realizadas por Pew y otras organizaciones han mostrado resultados consistentes en la última década. Citando las palabras exactas de Pew:

Estados Unidos sigue siendo un país fuertemente religioso y el más devoto de todas las democracias occidentales ricas. Los estadounidenses oran con más frecuencia, es más probable que asistan a servicios religiosos semanales y atribuyan mayor importancia a la fe en sus vidas que los adultos en otras democracias occidentales ricas, como Canadá, Australia y la mayoría de los estados europeos, según un reciente estudio del Pew Research Center... Resulta que Estados Unidos es el país, de 102 examinados en el estudio, que tiene los niveles más altos que el promedio tanto de oración como de riqueza.

El estudio analizó 84 países con poblaciones cristianas considerables. En 35 de esos países, al menos dos tercios de todos los cristianos dicen que la religión es muy importante en sus vidas. Todos estos 35 países, excepto tres, se encuentran en África subsahariana o América Latina (las tres excepciones son Estados Unidos, Malasia y Filipinas).

[Estados Unidos] no ha sido completamente inmune a la secularización que se ha extendido por muchas partes del mundo occidental. De hecho, estudios previos del Pew Research Center han mostrado disminuciones leves pero constantes en los últimos años en el número total de estadounidenses que dicen creer en Dios. Esto se alinea con el hallazgo de que los adultos estadounidenses menores de 40 años tienen menos probabilidades de orar respecto a sus mayores, menos probabilidades de asistir a los servicios religiosos y menos probabilidades de identificarse con cualquier religión, todo lo cual puede presagiar futuras disminuciones en los niveles de compromiso religioso.

En 2018, el 72 por ciento de los estadounidenses en una encuesta de Gallup dijo que la religión es importante en sus vidas y el 51 por ciento dijo que es “muy importante”. Una medida de la naturaleza relativamente conservadora de la religiosidad estadounidense, y un contraste con la Europa más secular o no practicante, se muestra en una encuesta de Gallup de 2019: “El cuarenta por ciento de los adultos estadounidenses se adscribe a una visión estrictamente creacionista de los orígenes humanos, creyendo que Dios los creó en su forma actual en los últimos 10,000 años aproximadamente... La mayoría de los protestantes (56%) y los que asisten a la iglesia al menos una vez a la semana (68%) creen que Dios creó a los humanos en su forma actual”. La visión y el debate del creacionismo se han extendido desde Estados Unidos a ciertos sectores religiosos en Europa, así como a otras áreas.

El compromiso religioso ha adquirido un fuerte significado político en las últimas décadas, tanto en las denominaciones liberales como (especialmente) conservadoras, ya que cada una responde a la cambiante sociedad nacional según su propia interpretación del cristianismo y la secularización. En una encuesta de Gallup de 2018, el 41 por ciento de los estadounidenses se identificaron como “nacidos de nuevo” o evangélicos, una respuesta constante en las últimas décadas. La gran comunidad evangélica conservadora, multiconfesional, ha sido una firme partidaria de Donald Trump y una de sus principales bases de apoyo, debido a su postura y políticas en favor de los valores tradicionales (“Dios y patria”), la libertad religiosa y el movimiento anti-aborto. Un movimiento nacionalista cristiano conservador se ha convertido en una fuerza importante en el Partido Republicano. La religiosidad y la asistencia regular a la iglesia son menores en las generaciones más jóvenes, por lo que este aspecto clave de la cultura estadounidense está en transición y será importante vigilarlo.

12. Posesión civil de armas de fuego

Estados Unidos es excepcional entre las democracias occidentales con respecto a la posesión civil generalizada de armas de fuego y la presencia de una fuerte “cultura de las armas” con poder de cabildeo efectivo contra nuevas regulaciones. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo estimó que Estados Unidos tenía 120.5 armas de fuego por cada 100 residentes en 2018, muy por encima de cualquier otra democracia desarrollada. Según una estimación de 2015, “el 31% de todos los hogares en Estados Unidos tienen armas de fuego y el 22% de los adultos estadounidenses poseen de manera personal una o más armas de fuego”. La propiedad de armas de fuego definitivamente ha aumentado en los últimos años, con muchos propietarios primerizos, en parte en respuesta a los temores sobre la pandemia de COVID-19, los disturbios sociales, las críticas a la conducta policial, las manifestaciones y disturbios urbanos y el temor a la confiscación de las armas de fuego por parte del gobierno federal.

Muchos propietarios ven el derecho a poseer armas de fuego, incluido el portar una para la defensa propia, como un elemento importante de libertad, que es un valor nacional clave. La Segunda Enmienda a la Constitución de Estados Unidos, única entre las democracias occidentales, dice: “Una milicia bien regulada, siendo necesaria para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas, no será infringido”. La Corte Suprema de Estados Unidos dictaminó en el juicio District of Columbia vs. Heller (2008) que la Segunda Enmienda garantiza el derecho individual a “tener y portar armas” con fines legales, no solo a las milicias. Por lo demás, las leyes varían según el estado. Todos los estados permiten el porte oculto en la persona de un arma de fuego o portarla cerca en público, en la mayoría de los casos solo con el permiso legal correspondiente de la autoridad designada. Algunos estados permiten el porte oculto o descubierto (abierto) de un arma de fuego en público sin permiso alguno.

Estados Unidos tiene una tasa mucho más alta de muertes por armas de fuego que cualquier otra democracia desarrollada, con asesinatos masivos ocasionales y amenazas de violencia contra funcionarios electos. Según el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Universidad de Washington, con respecto a las tasas de homicidio por arma de fuego, “entre 64 países y territorios de altos ingresos, Estados Unidos se destaca por sus altos niveles de violencia armada... Entre países de ingresos y territorios con poblaciones de 10 millones o más, Estados Unidos ocupa el primer lugar”. La OCDE encuentra que, “según los últimos datos, la tasa de homicidios de Estados Unidos [el número de asesinatos por cada 100,000 habitantes] es de 5.5, mucho más alto que el promedio de la OCDE que es de 3.7”.

El presidente Biden comenzó a abordar el tema de los delitos relacionados con armas, incluido el homicidio, en junio de 2021. La regulación de la posesión y porte de armas de fuego es un tema muy controvertido y sensible en ambas partes, y tiende a alinearse con la posición Republicano-Demócrata en la mayoría de las políticas públicas. Una encuesta nacional de abril de 2021 halló, como de costumbre, que

El cincuenta por ciento de los estadounidenses opina que aprobar una nueva legislación de control de armas debería ser una prioridad, una caída del 57 por ciento en 2018, que representó un punto álgido para el tema después del fatal tiroteo en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas. Por otro lado, el 43 por ciento de los estadounidenses dijo que proteger el derecho a poseer armas debería ser una prioridad mayor, un aumento del 34 por ciento de hace tres años.

Como un impacto internacional de esta excepcionalidad, un gran número de armas procedentes de Estados Unidos son continuamente contrabandeadas en México y Centroamérica, para ser utilizadas en las guerras de los narcotraficantes, las cuales son uno de los principales causantes del muy controvertido flujo de inmigración masiva desde dichas zonas hacia Estados Unidos. Por lo tanto, Estados Unidos por sí mismo está promoviendo las armas de fuego ilegales en el extranjero, el mercado interno ilegal de drogas y la inmigración masiva ilegal que asola a su sociedad, a su política, y a su política exterior. En agosto de 2021, el gobierno mexicano presentó una demanda en la corte federal de Massachusetts contra varios fabricantes importantes de armas de fuego de Estados Unidos por los daños causados en México a causa de sus productos que fueron contrabandeados a través de la frontera en violación a las estrictas leyes de armas de fuego de México. CNN reportó en 2021 que “alrededor del 70% de las armas de fuego incautadas por las fuerzas del orden en México y el 42% de las incautadas en Guatemala se obtuvieron por primera vez en Estados Unidos antes de ser traficadas al sur de la frontera, según datos de la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego de Estados Unidos (ATF) en diciembre de 2019. Este flujo de armas hacia Centroamérica se conoce como el “río de hierro” y es de gran escala; según el Ministerio de Relaciones Exteriores de México, se estima que se trafican 200,000 armas de Estados Unidos a México cada año, un promedio de más de 500 por día”.

13. Encarcelamiento y pena capital

Estados Unidos es excepcional entre las democracias occidentales por tener tasas de encarcelamiento muy altas y por el uso de la pena capital (pena de muerte). En 2021, Estados Unidos tenía, por mucho, la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, en términos del porcentaje de la población en prisión. Esta tasa es causada principalmente por condenas por posesión y tráfico de drogas y afecta en mayor medida a los afroamericanos e hispanoamericanos. La pena capital ha sido prohibida en la Unión Europea, y la UE no extradita a personas acusadas a un país donde pueda resultar la pena capital como parte de la condena. Tanto la tasa de encarcelamiento como la pena capital se han convertido en problemas de derechos civiles, debido al número desproporcionado de afroamericanos e hispanoamericanos afectados por esas dos prácticas. A mediados de 2021, veintitrés estados de Estados Unidos abolieron la pena capital y tres suspendieron las ejecuciones, pero la opinión pública nacional todavía está a favor de la práctica. En 2021, una encuesta de Pew halló que el 60% de los estadounidenses estaban a favor de la pena de muerte para los condenados por asesinato, aunque muchos de ellos reconocieron una posible injusticia en la aplicación y el riesgo de que una persona inocente pudiera ser ejecutada. Solo el 40% se opuso a la pena capital, incluido el 15% que se opuso “enérgicamente”.

14. Gasto militar

A diferencia de otras democracias occidentales, Estados Unidos tiene un nivel relativo de gasto militar mucho más alto y un gran complejo militar-industrial, como potencia mundial desde 1945, con presencia global e influencia estratégica que involucra al poder militar y guerras. A diferencia de la mayoría de las democracias europeas, Estados Unidos no ha sufrido una invasión militar en su propio suelo desde la Guerra de 1812, a excepción del ataque de Pearl Harbor del 7 de diciembre de 1941 en su entonces territorio de Hawái. En los últimos años, el alcance de la postura militar, los compromisos, las guerras y las participaciones militares de Estados Unidos alrededor del mundo han sido cuestionados, incluso por el expresidente Trump, quien estaba considerando seriamente retirar a Estados Unidos de la alianza de la OTAN. El gran presupuesto de defensa, aproximadamente una sexta parte de todo el gasto federal, es generalmente descrito como vital por los conservadores y criticado por los progresistas como un obstáculo para un gasto social más deseable, principalmente en salud, vivienda y educación. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) señaló que “como parte del mayor gasto militar del mundo, Estados Unidos representó el 39 por ciento del gasto militar total en 2020”. El SIPRI también anotó:

En 2020, Estados Unidos gastó casi tanto en sus fuerzas armadas como los 12 siguientes países con mayor gasto juntos. La carga militar de Estados Unidos ascendió al 3.7 por ciento del PIB en 2020, un aumento de 0.3 puntos porcentuales con respecto al año anterior... El gasto militar de Estados Unidos en 2020 fue un 4.4 por ciento más alto que en 2019.

Una encuesta de Pew en 2012 halló que:

Los estadounidenses están algo más inclinados que los europeos occidentales a decir que a veces es necesario usar la fuerza militar para mantener el orden en el mundo. Además, los estadounidenses creen más a menudo que sus aliados de Europa occidental que obtener la aprobación de la ONU antes de que su país use la fuerza militar dificultaría demasiado lidiar con una amenaza internacional. Y los estadounidenses están menos inclinados que los europeos occidentales, con la excepción de los franceses, a ayudar a otras naciones.

15. Ayuda al exterior

En lo que respecta a la ayuda oficial al desarrollo y la asistencia humanitaria al exterior, Estados Unidos ha sido el mayor donante nacional en valor total en dólares durante décadas. Muchas ONG estadounidenses también están involucradas en actividades de ayuda internacional por su propia cuenta. Pero menos del uno por ciento del presupuesto federal se destina a ayuda extranjera, y gran parte de lo que se desembolsa se destina a la compra de bienes y servicios estadounidenses para uso en el extranjero, alrededor del 67% en el año fiscal 2018. La Brookings Institution declaró:

Las proporciones relativas varían cada año, pero con el tiempo la asistencia humanitaria representa poco menos de un tercio del presupuesto de ayuda exterior, la asistencia para el desarrollo poco más de un tercio y la asistencia para la seguridad alrededor de un tercio. En realidad, muy poco se entrega en efectivo, y la mayor parte de los fondos destinados a la asistencia humanitaria y al desarrollo no se proporcionan a entidades gubernamentales, sino que se utilizan para asistencia técnica y para productos básicos proporcionados por organizaciones estadounidenses, internacionales y locales.

Sin embargo, cuando se considera como porcentaje de la economía nacional, en 2017 el monto de la ayuda oficial al exterior de Estados Unidos solo fue del 0.18% de su PIB, lo que lo clasificó en la posición más baja en una encuesta de 27 países ricos, una posición que habitualmente ha ocupado durante décadas según dicha medida, independientemente del partido que se encuentre en el poder en Washington.

Desafíos actuales para la imagen propia y el papel de Estados Unidos en el mundo: ¿la autoconfianza nacional en declive?

Amenazas a la unidad nacional y la paz social

Las principales diferencias de valores entre Republicanos y Demócratas han aumentado enormemente en los últimos 25 años y se están volviendo más “intensas y personales”. Las diferencias ideológicas sobre cuestiones culturales son ahora mucho más fuertes en Estados Unidos que en Reino Unido, Francia o Alemania. Estos temas culturales polémicos tienen peso moral y son exactamente los que se relacionan con la definición de la identidad nacional estadounidense. El pesado componente moral en que los actores clave y parte del público interpretan como una lucha por formas de vida irreconciliables y sistemas de creencias incompatibles hace que el compromiso sea muy difícil. Con una configuración casi bipolar entre los dos partidos en su autodefinición, terminología y estilo, se hace difícil generalizar de manera precisa respecto al consenso de valores del país en su conjunto. Varios medios de comunicación han tendido a enfocarse y magnificar los desacuerdos, haciendo que el debate sea más tenso y prominente en la mente del público. Por ejemplo, se pueden comparar las coberturas y tendencias ideológicas de Fox News (conservador) y MSNBC News (progresista).

Estas marcadas divisiones sobre lo que Estados Unidos ha sido, es y debería ser suelen llamarse las “guerras culturales”. A algunos observadores les preocupa que el propio consenso nacional básico se vea gravemente amenazado por la sensible intensidad de la lucha entre el progresismo (“liberalismo”) y los valores e intereses tradicionales (“conservadorismo”) desde por lo menos principios de la década de 1990. Los conservadores, en particular, ven la cultura popular secularizada, los cambios en las definiciones de moralidad, los prejuicios constantes de los medios de comunicación y el cambio social continuo en general como una crisis “existencial” para sus creencias y forma de vida. A menudo ellos afirman que los progresistas “woke” [altamente concientizados] tienen una “agenda” más amplia para cambiar la esencia del país y que “odian a Estados Unidos”. Los Demócratas a menudo critican a los conservadores por beneficiarse del “privilegio blanco” en un país dominado por una alta concentración de riqueza y “racismo sistémico”. Estas intensas disparidades partidistas en los valores morales de ambos bandos engendran ira y odio hacia el otro bando, ponen en peligro la democracia y podrían ser el preludio de la violencia política, cada lado culpando con justicia propia al otro por el estallido y las consecuencias.

A juzgar por el debate público, aparentemente pocos estadounidenses son conscientes de la configuración completa de las muchas “excepcionalidades” estadounidenses discutidas anteriormente. La felicidad individual (satisfacción con la vida) suele ser alta en Estados Unidos, en contraste con la evaluación más sombría del público en general sobre la situación nacional en su conjunto. El Informe Mundial de la Felicidad de 2021 colocó a Estados Unidos en el puesto 14 en satisfacción con la vida entre los muchos países encuestados. En esta encuesta, las socialdemocracias del norte de Europa ocupan sistemáticamente, año tras año, los primeros puestos en cuanto a satisfacción con la vida.

En general, existe una creciente preocupación de que las cosas no van bien en el país, quizás de manera peligrosa. La rebeldía social se extendió, incluso, a un “aumento sin precedentes en el comportamiento disruptivo” en aviones comerciales a principios de 2021, causada a menudo por la resistencia políticamente motivada a los mandatos de usar cubrebocas (en defensa de la “libertad” antirreglamentaria). Esa sensación de malestar es parte de la razón del apoyo populista que el expresidente Trump recibió y aún tiene, al nutrir cuidadosamente los agravios populares como un “outsider fuerte, en pro del orden, sin palabrería y un no-político a favor de ‘Estados Unidos primero’” en contraste con los políticos “tradicionales, corruptos y globalistas” de ambos partidos que obviamente han fracasado. El malestar y las dudas nacionales actuales tienen numerosos aspectos, entre otros:

  • Disminución de la confianza de los ciudadanos en los líderes, las instituciones y entre ellos mismos.

  • Sensación de que “el sistema está amañado” para favorecer ciertos intereses privilegiados sobre los de los ciudadanos, un punto frecuentemente señalado por Trump.

  • Preocupaciones por el bienestar económico, especialmente por los efectos a largo plazo de la recesión de 2008 y los efectos económicos de los cierres a causa del COVID-19 en 2020. La deuda pública se está convirtiendo en una preocupación cada vez más apremiante en la política nacional. Con el mayor aumento en el gasto del gobierno estadounidense durante 2020, en cuanto a la deuda general del gobierno como porcentaje del PIB, Estados Unidos fue solo superado por Japón y Grecia entre todos los miembros de la OCDE.

  • Preocupación en algunos sectores sobre la accesibilidad al “sueño americano”, aunque la mayoría todavía cree en él.

  • Polarización política, divisiones muy profundas, ideologías extremistas, extrañas teorías de conspiraciones y un hiperpartidismo irreconciliable y altamente contencioso.

  • Disminución del sentido público del excepcionalismo estadounidense, especialmente entre los Demócratas y las personas menores de 50 años.

  • Preocupación por la posición de Estados Unidos en el mundo, especialmente después de la rápida retirada de Estados Unidos de Afganistán en agosto de 2021 después de 20 años de guerra y de la toma del poder por parte de los talibanes. Esta preocupación también fue expresada por los aliados europeos que fueron muy críticos con la forma en que el presidente Biden condujo la presurosa retirada en la que se vieron obligados a participar sin consulta previa.

Tendencias en el orgullo, la confianza y la satisfacción nacionales

El orgullo nacional era una característica tradicional de la opinión pública estadounidense, en un grado notablemente superior, al que se encuentra en otros países occidentales. El orgullo nacional ahora está en declive y ha caído a un mínimo histórico. Este fenómeno también ha afectado a los Republicanos, durante mucho tiempo los más expresivos sobre su orgullo de ser estadounidenses. Los encuestados no blancos y los más jóvenes registraron los niveles más bajos de orgullo nacional.

Fuente: Encuesta Gallup, junio de 2020.

Un sondeo de Gallup de 2019 indicó que los aspectos de Estados Unidos por los cuales los encuestados estaban menos orgullosos eran el sistema de salud y bienestar y el sistema político. La confianza en la competencia del gobierno federal no era alta.

Fuente: Encuesta Gallup, 2020.

En julio de 2020, los estadounidenses, especialmente los Republicanos, estaban notablemente menos dispuestos a llamarse a sí mismos “muy patrióticos” con respecto al año anterior. Ese mismo mes de 2020, solo el 13% de los estadounidenses estaban satisfechos con la forma en que iban las cosas en el país gracias, en gran medida, a la situación del COVID-19. El nivel de satisfacción se recuperó en mayo de 2021 al 36%, según Gallup.

Fuente: Encuesta Gallup, 2021.

La encuesta “Mood of the Nation” de Gallup de enero de 2021 mostró insatisfacción con los siete aspectos principales de la vida estadounidense que componen esa encuesta anual.

Fuente: Encuesta Gallup, febrero de 2021.

Con la pandemia de COVID-19, la opinión pública estadounidense parece ahora un poco más abierta a aprender de otros países, quizás una disminución de un aspecto en la creencia de “excepcionalidad” (la adopción del voto por orden de preferencia, utilizada en otras democracias occidentales, puede ser un ejemplo actual). Según Pew, en enero de 2021:

Cuando se les preguntó si el gobierno de Estados Unidos puede aprender de otros países sobre cómo lidiar con cinco problemas importantes, la mayoría de los estadounidenses dice que Estados Unidos puede aprender mucho o bastante sobre cada uno... Hay importantes divisiones partidistas sobre si Estados Unidos podría buscar soluciones en el extranjero a problemas domésticos. En todos los casos, los Demócratas son mucho más propensos que los Republicanos a decir que Estados Unidos puede aprender de otros países, con las mayores diferencias en cuanto a la lucha contra el cambio climático y la mejora en la atención médica... Aun así, cuatro de cada diez Republicanos o más dicen que puede ser beneficioso mirar a otros países para encontrar soluciones en cada una de las cuestiones políticas examinadas.

Cambio de la cultura política y la imagen nacional en el extranjero

Queda por ver si estos cambios de actitud continúan como parte de un patrón más largo de autoexamen nacional que podría conducir a una lección de la imagen propia de “excepcionalidad”, o si son principalmente un resultado temporal de las amenazas a la salud y los problemas de política pública durante la pandemia COVID-19 y el conflicto y la agitación durante la presidencia de Trump de 2017 a 2021. Hay un motivo de gran preocupación en 2021, ya que la cultura y las prácticas políticas estadounidenses están cambiando en direcciones alarmantes que pueden no ser favorables a la democracia. Las encuestas a principios de 2021 mostraron una ambivalencia en las actitudes, con una fe continua en la excepcionalidad estadounidense, pero una seria preocupación por las principales instituciones, prácticas y defectos de Estados Unidos. La creciente sensación de que el mero partidismo gobierna ahora todos los aspectos del gobierno, incluidas las Cortes Federales y la Corte Suprema, y que la “verdad” es arbitraria, fomenta el “tribalismo” partidista emocional y debilita el respeto por la norma objetiva rectora y el estado de derecho que requiere la democracia.

Los conocimientos cívicos y la conciencia de la historia nacional en la población presentan grandes debilidades; solo el 39% de los encuestados en una encuesta en 2019 pudo siquiera nombrar las tres ramas del gobierno. Es motivo de preocupación que muy pocos ciudadanos y nuevos actores políticos conozcan y respeten los principios fundamentales de la Constitución y el proceso democrático. Las encuestas muestran que un número considerable de estadounidenses se sentiría cómodo con las posturas de un gobierno autoritario, especialmente la generación más joven. El nivel de tensión después de las elecciones de noviembre de 2020 fue analizado a fondo en una encuesta del American Enterprise Institute, que concluyó:

La American Perspectives Survey de enero de 2021 reveló que un número significativo de estadounidenses parece sentirse cómodo con la idea de usar la violencia para hacer frente a los fracasos políticos, y al otro lado del espectro político, existe un acuerdo generalizado de que el sistema democrático actual no está funcionando para la gente común.

Los estadounidenses suelen agradecer a los veteranos militares las libertades que disfrutan, pero deben ser conscientes de que la mayoría de las democracias que fracasan lo hacen debido a amenazas internas, como la violación de las normas democráticas, la elevada animosidad o la falta de cumplimiento, no por una invasión extranjera.

Cambios en la imagen de Estados Unidos se han registrado dentro del país y en el exterior. Una encuesta de 2020 realizada por Pew Research halló que las amplias mayorías en Europa Occidental y Estados Unidos (65%) creen que su sistema político necesita una reforma seria. Los estadounidenses fueron especialmente propensos a decir que sus políticos son corruptos, “con dos de cada tres estadounidenses que coinciden en que la frase ‘la mayoría de los políticos son corruptos’ describe bien a su país”. “En Estados Unidos solo el 45% de las personas dice estar satisfecha con la forma en que funciona la democracia”, según los resultados de la encuesta de Pew levantada el 6 de enero de 2021, antes del asalto violento al Capitolio estadounidense por una multitud pro-Trump. Pew descubrió que amplias mayorías en Francia, Reino Unido y Alemania en el otoño de 2020 creían que “el sistema Estados Unidos necesita cambios importantes o una completa reforma”. Otra encuesta de Pew de principios de 2021 de otras 13 democracias halló que “pocos creen que la democracia estadounidense, al menos en su estado actual, sirve como un buen modelo para otras naciones. Una mediana de solo el 17% dice que la democracia en Estados Unidos es un buen ejemplo a seguir para otros, mientras que el 57% dice que solía ser un buen ejemplo, pero no lo ha sido en años recientes. Otro 23% no cree que haya sido un buen ejemplo”.

Freedom House señaló en la edición del 2021 ("Democracy under Siege") de su encuesta anual sobre la democracia en el mundo, ampliamente referenciada, que la democracia ha estado disminuyendo en todo el mundo desde hace 15 años y “como una pandemia letal, la inseguridad económica y física y el conflicto violento devastaron el mundo en 2020, los defensores de la democracia sufrieron nuevas y pesadas pérdidas en su lucha contra enemigos autoritarios, cambiando el equilibrio internacional a favor de la tiranía”. Respecto a Estados Unidos, el informe advirtió:

El lamentable estado de la democracia estadounidense se hizo patente en los primeros días de 2021 cuando una turba insurreccionista, incitada por las palabras del presidente saliente Donald Trump y su negativa a admitir la derrota en las elecciones de noviembre, asaltó el edificio del Capitolio e interrumpió temporalmente la certificación final del voto por el Congreso. Esto culminó un año en el que la administración intentó socavar la rendición de cuentas por malversación de fondos, incluso despidiendo a los inspectores generales encargados de erradicar la mala conducta financiera y de otro tipo en el gobierno; amplificó las falsas acusaciones de fraude electoral que alimentaron la desconfianza entre gran parte de la población estadounidense; y condonó la violencia desproporcionada de la policía en respuesta a las protestas masivas que pedían el fin de la injusticia racial sistémica. Pero el estallido de violencia política en el corazón simbólico de la democracia estadounidense, incitado por el propio presidente, arrojó al país a una crisis aún mayor. A pesar de la toma de posesión de un nuevo presidente de conformidad con la ley y la constitución, Estados Unidos necesitará trabajar enérgicamente para fortalecer sus salvaguardas institucionales, restaurar sus normas cívicas y mantener la promesa de sus principios fundamentales para todos los segmentos de la sociedad si quiere proteger su venerable democracia y recuperar la credibilidad mundial.

Estados Unidos fue clasificado como una “democracia defectuosa” en 2020 por The Economist Intelligence Unit en su último informe “Democracy Index” y ahora está clasificado como el 25° país más democrático del mundo, “muy por detrás de Canadá”. Este índice comparativo, ampliamente utilizado, se basa en la evaluación en cinco categorías: proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles. En suma:

El desempeño de Estados Unidos en varios indicadores cambió en 2020, tanto para bien como para mal. Sin embargo, los aspectos negativos superaron a los positivos, y Estados Unidos mantuvo su estatus de “democracia defectuosa”. El aumento de la participación política fue el principal aspecto positivo: los estadounidenses se involucraron mucho más en la política en los últimos años, y varios factores impulsaron la continuación de esta tendencia en 2020, incluida la politización de la pandemia de coronavirus, los movimientos para abordar la violencia policial y la injusticia racial, y las elecciones que atrajeron una participación récord de votantes. Los aspectos negativos incluyen niveles extremadamente bajos de confianza en las instituciones y los partidos políticos, una profunda disfunción en el funcionamiento del gobierno, crecientes amenazas a la libertad de expresión y un grado de polarización social que hace que el consenso sea casi imposible de lograr. La cohesión social se ha derrumbado y el consenso sobre cuestiones fundamentales se ha evaporado, incluso sobre la fecha de la fundación del país. El nuevo presidente, Joe Biden, enfrenta un gran desafío para unir a un país que está profundamente dividido en los valores fundamentales.

El Consejo Europeo de Relaciones Exteriores de la UE realizó una encuesta sobre las actitudes europeas en once países a principios de 2021 y, a partir de los resultados, concluyó que “los estadounidenses tienen un nuevo presidente pero no un nuevo país”:

Nuestra encuesta mostró que las actitudes de los europeos hacia Estados Unidos han experimentado un cambio masivo. La mayoría de los Estados miembros clave piensan ahora que el sistema político de Estados Unidos está roto, que China será más poderosa que Estados Unidos en una década y que los europeos no pueden depender de Estados Unidos para defenderse. Están dibujándose consecuencias radicales a partir de estas lecciones. Un gran número piensa que los europeos deberían invertir en su propia defensa y mirar a Berlín en lugar de Washington como su socio más importante. Ellos quieren ser más duros con Estados Unidos en cuestiones económicas. Y, en lugar de alinearse con Washington, quieren que sus países se mantengan neutrales en un conflicto entre Estados Unidos y Rusia o China... pero, aunque los europeos son más positivos sobre la UE, se mantienen muy pesimistas respecto a Estados Unidos. Más de seis de cada diez encuestados en los 11 países sondeados creen que el sistema político de Estados Unidos está completamente o algo fracturado, y esta es también la opinión de las mayorías en todos los países, excepto Hungría y Polonia.

Fuente: Encuesta del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, 2021

Una gran encuesta mundial realizada en 2020 por la Alianza de las Democracias reveló que:

El mundo sigue dividido sobre si la influencia global de Estados Unidos ha sido positiva o negativa en las democracias de todo el mundo: el 44% dice que ha sido una influencia positiva, el 38% dice que negativa. Los países europeos siguen siendo los más fuertes críticos con la influencia global de Estados Unidos, particularmente en Alemania, Austria, Dinamarca, Irlanda y Bélgica, donde la opinión general es abrumadoramente negativa... La opinión general sobre la influencia global de Estados Unidos también ha disminuido en Estados Unidos, cayendo 11 puntos porcentuales del 33% en 2019 al 22% en 2020, aunque aún permanecen sólidamente en el lado positivo del espectro.

Richard Haas, presidente del Council on Foreign Relations, la organización privada más influyente en la política exterior estadounidense, anotó en Foreign Affairs en un ensayo titulado “Present at the Destruction” de poco después del asedio del 6 de enero de 2021 al Capitolio de Estados Unidos que “algo de autoconciencia es necesaria. Estados Unidos no es tan único como muchos estadounidenses creen, incluso cuando se trata de la amenaza de un retroceso democrático. Lo que ha sucedido debería poner fin a la noción de excepcionalismo estadounidense, de una “ciudad eternamente brillante en la colina”.

Para cerrar con una nota personal como ciudadano estadounidense y politólogo, una colega académica brasileña familiarizada con Estados Unidos me habló sobre la política estadounidense en la relativamente más estable mitad de la década de 1990: “Ustedes, los estadounidenses, piensan que son muy diferentes, pero no lo son. Se están engañando a sí mismos”. Me opuse a esa visión de mi país. Después de los últimos años, recientemente le he admitido a esa persona que la observación era correcta.

Notas al pie:
  • 1

    El autor extiende sus agradecimientos a sus colegas de Ciencias Políticas, el profesor Dr. Michael Worman (jubilado), el profesor Dr. Kyle Kopko, la profesora Dra. Oya Ozkanca, y el profesor Dr. Fletcher McClellan, estos dos últimos del Departamento de Política, Filosofía y Estudios Jurídicos del Elizabethtown College (Pensilvania, Estados Unidos), por sus útiles comentarios sobre versiones anteriores de este manuscrito. El autor también quisiera agradecerle al Profesor Daniel Morales Ruvalcaba por su traducción al español del manuscrito original en inglés.

  • 2

    La traducción al idioma español estuvo a cargo de Daniel Morales Ruvalcaba, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Sun Yat-sen (China).

Referencias
Historial:
  • » : 27/04/2023» : 2022Jan-Jul